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Claves del populismo teórico conspirativo

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Foto: Venepress

Por Hugo Pérez Hernáiz*

“Los que no creen en Dios, creen en cualquier cosa”, según así lo creía Chesterton. Frente a problemas complejos, queremos explicaciones simples, no abstracciones lejanas. Los líderes populistas tienen un arsenal para complacernos, saben cómo explicar bien el Mal.

El 7 de marzo se incendiaban los galpones del CNE en Filas de Mariche y se perdían casi todas las máquinas de votación y otros equipos. La presidente del CNE, Tibisay Lucena, de inmediato anunciaba una investigación “a profundidad” de las causas del incendio. Ni falta que hacía investigar, ni tanta profundidad. No se había apagado aún totalmente el fuego y varios líderes del gobierno declaraban que ya sabían quién estaba detrás del incendio: la oposición, así, en genérico, había quemado los depósitos del CNE como parte de una campaña de sabotaje contra venideras elecciones. Pruebas físicas, de haberlas, no son necesarias, basta con afirmar que “la oposición” no quiere elecciones y por tanto es capaz de cualquier cosa (quemar, destruir, sabotear) para evitarlas. Es un caso clásico de uso del detectivesco cui bono (¿quién se beneficia?) de la lógica teórico conspirativa.

En un artículo anterior ya he afirmado que el interés sociológico por las teorías de la conspiración poco tiene que ver con si estas son verdad o mentira, y más con las consecuencias políticas de su uso. No trata de un interés “neutro”, pues esas consecuencias interesan mucho más tanto en cuanto suelen ser nefastas. En ese artículo anterior comenté sobre una de esas consecuencias: la desmovilización política. Esta es una consecuencia que puede parecer paradójica porque hay cierta afinidad entre algunas teorías críticas y las teorías de la conspiración. Se pensaría que no dar por sentada la versión oficial de los hechos, intentar hurgar en los intereses de los medios más respetados, cuestionar las verdaderas motivaciones y juntas de los políticos, despertaría indignación y, por lo tanto, nos movilizaría políticamente para enfrentar injusticias y entuertos. Esto es cierto solo hasta cierta medida. Muchas teorías sociales críticas nos invitan a ser escépticos de los motivos explícitos de los actores, con razón, pero esta misma sospecha les da cierto aire conspirativo, sobre todo aquellas que nos invitan a descubrir intereses ocultos detrás de toda acción. Pero mientras más poderoso es el agente conspirador, menos poder tenemos los demás. Si la conspiración lo controla todo, ningún evento es casual y no importa lo que las personas hagan o dejen de hacer. O sí: si el agente conspirador es todopoderoso, quizás convenga otorgar todo el poder a un líder o partido que inequívocamente señale al enemigo conspirador y cómo derrotarlo.

¿Pero cómo lo hacen? ¿Qué tipo de artilugios retóricos son necesarios para que un líder o un partido convenza a parte de la sociedad de su capacidad salvadora?

El Mal explicado

Las teorías de la conspiración forman parte eficaz de ciertos discursos políticos porque son formas simples y efectivas de explicación del mal. Esto podría parecer paradójico porque muchas teorías de la conspiración son extremadamente enmarañadas y nada simples. De hecho, muchas empiezan con quejas sobre cómo la mayoría se contenta con explicaciones simples y se niega a ver más allá de lo evidente. Pero detrás de este llamado a la complejidad se esconde una simplificación extrema de la realidad social: se niega que los eventos puedan tener múltiples causas y que la intención de los actores no siempre tiene las consecuencias esperadas.

Un ejemplo cercano: la hiperinflación, dirán los economistas, es causada por muchas variables, unas con más peso que otras. La sicología añadirá otras variables que no sustituyen, sino que añaden a las que han propuesto los economistas. Aún peor, los sociólogos meteremos también alguna variable que nos justifique como profesión. Seguramente terminaremos con un modelo abstracto y complejo que explique en parte la hiperinflación. Pero la hiperinflación es, lo sabemos, una cosa muy mala. Para cosas muy malas queremos que alguien nos señale claramente quién, con certeza, nos ha hecho ese mal tan grande. Es el momento para que el político populista saque de su arsenal teórico-conspirativo un discurso que sea más satisfactorio que las abstracciones científico sociales, que señale claramente al culpable y (aquí está la verdadera magia de las teorías de la conspiración) libre de toda culpa al político populista que ha impreso tantos billetes en primer lugar. Así, la hiperinflación será un mal inducido por los agentes de una guerra económica. El líder populista proclama que el artífice de esa guerra económica que ha producido la hiperinflación es un enemigo muy poderoso, tan poderoso que solo se pude combatir dando más poder al líder. Dejar todo en sus manos.

Reconstruir la historia en clave conspirativa

Hay una segunda clave, relacionada con la explicación sencilla del mal: todo movimiento que pretenda cambiar la sociedad de raíz, también siente necesario cambiar de raíz la historia. Es decir, volver a narrar la historia para hacerla coherente con un discurso que hace necesario al líder o al partido para derrotar al enemigo (histórico). Esta re-narración de la historia es hecha en clave conspirativa, no solo porque la narración establecida de la historia es entendida como parte de una gran conspiración que ha tapado a la “verdadera” narración, sino porque esa historia que se quiere narrar ha sido, en sí misma, el relato de los conspiradores.

Los últimos veinte años venezolanos han sido riquísimos en estas reconstrucciones históricas. Las formas que toman estos discursos son extrañamente circulares, una reactualización del tiempo sagrado al cual se retorna cíclicamente a través de rituales enrevesados y extremadamente “cursis” para quienes miran la fe revolucionaria desde fuera. El momento heroico de la Independencia es revivido en una nueva independencia de un enemigo imperial que permanentemente conspira para no dejarnos ser libres.

Es una gran narrativa que tiene muchas aristas, pero uno solo de sus temas servirá como ejemplo para ilustrar esas conexiones del pasado con el presente, que hacen del presente una instancia cíclica del pasado mítico: el asesinato del héroe. Sobre todo durante los últimos años de vida de Hugo Chávez, casi semanalmente, el gobierno “desveló” conspiraciones para matar al presidente. Magnicidio se convirtió en palabra de moda. El líder fue finalmente derrotado por un cáncer, pero no un cáncer cualquiera sino uno “inoculado” por los enemigos de la revolución. Nunca han salido a la luz las pruebas de este asesinato, pero cada cierto tiempo la jerarquía revolucionaria revive la historia de un arma biológica imperial de precisión que habría plantado en Chávez la semilla del cáncer.

El tema cobra más sentido si se lo refiere al tiempo mítico de los héroes primigenios. En junio del 2010, en uno de los episodios más extraordinarios de intentos de reconstrucción histórica, Chávez ordenó la exhumación (televisada) de los restos de Bolívar. A la verificación de que, en efecto, esos restos eran los del héroe, debía seguir pruebas forenses más detalladas para descubrir las causas de su muerte. Chávez suscribía la teoría de que Bolívar no había muerto de tuberculosis, como afirma la aburrida historiografía establecida, sino que había sido asesinado por sus enemigos, los mismos enemigos que atacaban a Chávez: el Imperio y la oligarquía. Bolívar había sido en realidad envenenado. No se encontraron evidencias de tal envenenamiento, lo cual no impidió una larga saga de nuevas teorías de la conspiración sobre viejas teorías de la conspiración, enriquecidas por columnistas e historiadores autodidactas. Pero lo importante era el establecimiento de la identidad entre los dos líderes: Bolívar y Chávez. Ambos habían muerto asesinados por los mismos enemigos. Así se cumplía el ciclo: Chávez, por la forma en que murió, fue una actualización del héroe eterno, Bolívar.

Religión política de la utopía pospuesta

Y una tercera clave. Como recientemente la revolución nos ha pedido sufrir y resistir, parece mentira que alguna vez ofreció un mundo mejor. Pero así fue, como toda revolución, a la vez que relataba el retorno cíclico al tiempo mítico, también profetizaba un futuro mejor. Esto no es contradictorio, en el cristianismo, por ejemplo, también conviven la actualización eucarística del momento en que el Señor entregó su cuerpo, con la certeza de la segunda venida de Cristo y el fin de los tiempos. La revolución prometió que, para tal año, ya pasado, no habría pobreza, seríamos potencia, el socialismo habría logrado el paraíso en la tierra.

Cristo no retornó en toda su gloria tan pronto como lo esperaban los primeros cristianos, ni la revolución bolivariana trajo el paraíso en pocos años. Como en tantos ejemplos revolucionarios del siglo XX, la fecha predicha de llegada de la utopía pasó y las cosas no solo no han mejorado, sino que están mucho peor que antes del advenimiento revolucionario. Algo extraordinario ha pasado, todo se hizo de acuerdo a la receta del líder o el partido y, sin embargo, el resultado ha sido catastrófico ¿estaba acaso equivocado el líder? ¿era mala la receta? No, esas preguntas ni siquiera son posibles para el creyente convencido. Alguien en concreto ha saboteado el camino a la utopía, pero ¿cómo?

Ahora tenemos la fácil excusa de las sanciones, de poco sirve señalar que el horror precede, con mucho, a las primeras sanciones contra personas concretas del gobierno. Pero antes de las sanciones ya la retórica revolucionaria apelaba insistentemente a la denuncia del sabotaje para explicar por qué las cosas no funcionaban como debían. Ese sabotaje se había convertido en una conspiración tan enorme que no había otra forma de clasificarla que con la palabra “guerra”. La guerra económica se convirtió en una frase que lo explicaba casi todo.

Era una conspiración enormemente poderosa, capaz de todo, quemar, matar, inducir inflación, inocular el cáncer, crear armas biológicas como el coronavirus, nos ha desviado del camino profetizado por la revolución. Solo con más y más poder podrá la revolución derrotar esa conspiración y remontarnos en nuestro viaje a la utopía, nos dicen ahora.

Quizás volvamos a creer, porque siempre necesitamos que alguien nos explique bien el Mal.

*Sociólogo y traductor. Ha sido profesor en Faces-UCV y UCAB.

Fuente: Revista SIC N° 823 | Abril 2020

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