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Chile: paradojas e incertidumbre

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Por Félix G. Arellano

No exageráramos al resaltar el impacto que están generando los recientes acontecimientos políticos en Chile, que luego de ser considerado por varios años “la Suiza política de la región” y un país de certidumbres, ha entrado en una fase de inestabilidad que se exacerba con los resultados de la primera vuelta de las elecciones generales, celebrada el pasado 21 de noviembre, donde los radicalismos se han impuesto y han generado perspectivas francamente desalentadoras sobre el futuro del país.

Pareciera que se han desvanecido las opciones de centro, que por varios años han predominado en el escenario político chileno; situación que plantea inquietudes sobre las circunstancias que han generado la crisis y las posibilidades de reconstrucción del entendimiento y una nueva estabilidad política. Conviene destacar que la plataforma de la concertación, que facilitó la transición pacífica propiciando un envidiable crecimiento económico, fue la base de la estabilidad política desde 1990 hasta el 2010.

Ahora bien, el estallido social de octubre del 2019, marcado por una profunda violencia y vandalismo, rompe la imagen de armonía que prevaleció por varios años y nos enfrenta con una realidad que no se percibía, caracterizada por significativos niveles de pobreza, desigualdad, discriminación y exclusión. La burbuja explotó y sus consecuencias se encuentran en pleno desarrollo.

El país crecía económicamente, pero la desigualdad también, lo que evidencia las paradojas que afloran en la dinámica política chilena. En ese contexto, cabe destacar que por varios años el país fue gobernado desde la democracia por gobiernos socialistas, fue el caso de la Sra. Michelle Bachelet, quien ejerció la presidencia en dos periodos no consecutivos, manteniendo altos niveles de popularidad y reconocimiento internacional; sin embargo, durante su gestión la crisis social ha debido estar en pleno desarrollo.

Al respecto, ¿qué podemos concluir? ¿que gobernó un socialismo aislado de la realidad social nacional?

La creciente desconexión de los políticos y los partidos con los problemas y necesidades que enfrenta la población, constituye una de las graves perversiones que está experimentando la política en los sistemas democráticos a escala mundial, y Chile, incluyendo sus líderes socialistas, forman parte de esa tendencia. Todo indica que el liderazgo desconocía la dimensión de los problemas, en consecuencia, no los enfrentó lo que ha estimulado una bomba social en formación.

El caso chileno, sorprendentemente, nos confronta con la crisis de los gobiernos de centro que teóricamente se presentan como la opción para superar los radicalismos que crecen en el mundo. Ahora Chile se encuentra con pobreza, desigualdad y discriminación que constituyen caldo de cultivo para generar los proyectos radicales y, en efecto, es lo que está planteado con los resultados de la primera vuelta, donde se ha impuesto la polarización de las posturas radicales.

Con una participación del 47% del padrón electoral, José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, radicalismo conservador, ha logrado el primer lugar con el 27.9% de los votos y, en segundo lugar, se encuentra Gabriel Boric de la coalición de izquierda radical Apruebo Dignidad con el 25.8% de respaldo electoral; quienes pasan a la segunda vuelta prevista para el 19 de diciembre.

En estos momentos, la sociedad chilena se enfrenta con los discursos radicales y polarizados. Las propuestas deben girar entre la satanización del mercado y las libertades, hasta la promoción del nacionalismo, la xenofobia y la exclusión.

Por lo pronto, la primera vuelta también ha dejado un Congreso polarizado y paradójicamente fragmentado, tanto Senado como Diputados están divididos entre la derecha y la izquierda, pero ambos grupos fragmentados entre radicales y centro, un interesante desafío para la gobernabilidad del próximo presidente. Cabe destacar que la polarización y fragmentación del poder legislativo también se aprecia en los casos de Perú, Ecuador, Argentina y es la tendencia que se proyecta en Brasil y Colombia.

Por otra parte, el predominio del radicalismo en la elección presidencial también ocurrió en Perú, donde el electorado –con la abstención más alta de los últimos veinte años y 18 candidatos para seleccionar– optó, en la primera vuelta, por las dos opciones radicales: Pedro Castillo de Perú Libre, partido marxista, y Keiko Fujimori de Fuerza Popular, conservador radical, situación que mantiene el país en una permanente inestabilidad política que está afectando la burbuja económica.

Asumimos que el crecimiento económico chileno en gran medida fue posible por los gobiernos de centro que por varios años dirigieron el país y lograron mantener, sin mayores complicaciones, un modelo de apertura económica que generaba seguridad jurídica y confianza a la inversión. A pesar de esto, no se lograba apreciar el nivel de descontento y malestar social que crecía y explotó con las protestas del 2019.

Para la geopolítica del autoritarismo, la crisis chilena resulta un éxito que permite desacreditar las bondades del modelo de libertades; en tal sentido, no sorprende el apoyo que los autoritarios pueden ofrecer para incrementar la inestabilidad política en Chile, pero no es responsable asumir que ese apoyo constituya la causa fundamental del problema, seria menospreciar la crisis estructural que enfrenta el país.

Entre las paradojas que están aflorando en Chile debemos destacar el caso de Francisco Parisi, el tercer candidato más votado con un 12% del electorado, quien ha realizado una campaña electoral exclusivamente virtual, pues no reside en el país y tiene abierta una investigación judicial acusado de estafa y lavado de capitales. En tales condiciones, sorprendentemente ha logrado superar en votos a candidatos de formación y tradición política en el país. Estamos ante los efectos de los cambios tecnológicos que vive el mundo, no siempre coherentes con la ética.

Otra paradoja política que se aprecia en los resultados de la primera vuelta, tiene que ver con el importante respaldo que ha logrado José Kast en las 20 comunas más pobres del país1. Desde la perspectiva de los esquemas clásicos, una contradicción que la izquierda radical no logre conexión con la población que definen como el proletariado.

Caso interesante que se suma a la ruptura de viejos paradigmas, pero también preocupante, pues pareciera reproducir la dinámica de los falsos populismos, los cantos de sirena con matices de violencia que el radicalismo conservador pregona exacerbando, entre otros, el nacionalismo, la xenofobia y la exclusión.

Los discursos en la campaña electoral para la segunda vuelta generan angustia para decir lo mínimo. Por ejemplo, para Gabriel Boric de la izquierda radical, el “neoliberalismo económico nació en Chile y debe morir en Chile”. Satanizar el libre comercio está resultando un componente clásico de los discursos radicales, pero es un falso discurso, que no reconoce los beneficios que genera la apertura comercial y no presenta las soluciones para superar sus potenciales inequidades.

Por su parte el candidato Kast promete orden y progreso, con nacionalismo, rechazo al orden liberal internacional y xenofobia. Muchas experiencias ilustran que el orden con discriminación avanza al autoritarismo y la inestabilidad. No debemos olvidar que un importante porcentaje de la población chilena ha demostrado, incluso con violencia, su desasosiego. Son muchos y pretender imponer el orden pude propiciar mayor inestabilidad con consecuencias impredecibles.


Nota:

1) Arana, I.: “¿Por qué Kast ganó a Boric en las 20 comunas más pobres?”. Latinoamérica21. (25 de noviembre de 2021). Disponible en: atinoamerica21.com

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