Mis hijos no tienen clase a partir de hoy. Mi peluquería, apta para madres trabajadoras porque abre los 7 días de la semana, no abrirá este domingo y tampoco el lunes 8. Muchos se organizan para realizar sus compras nerviosas y mantener sus despensas llenas por cualquier eventualidad. Yo me propongo hacer lo propio pero, claro, a la modesta escala de una profesora universitaria separada y con dos hijos. Todas estas situaciones inusuales tienen una causa común: el próximo domingo 7 de octubre tenemos elecciones presidenciales y es grande la incertidumbre. Ninguna previsión parece innecesaria dado el contexto; el sábado murieron en Barinitas tres dirigentes del Comando Venezuela luego de haber sido atacados durante un acto de campaña, una sede del Comando en Plaza Venezuela fue objeto de vandalismo, hay inquietud y cadenas de mensajes sobre el secreto del voto o sobre si ambos bandos aceptarán un resultado adverso.
Una de las incertidumbres es la dificultad para predecir cuál será el resultado electoral el próximo domingo. Algunas empresas encuestadoras predicen que ganará Chávez. Otras, que ganará Capriles. Pero independientemente del pronóstico, en todas la diferencia entre ambos candidatos está dentro del error de estimación del estudio o es menor que la proporción de personas indecisas o que no contestan la pregunta. Y aquí es donde vale la pena recordar uno de los elementos del principio de incertidumbre de Heisenberg: al intentar medir la posición de una partícula, se modifica su posición inicial. Aunque este principio surge en la física cuántica, tiene implicaciones para la medición en ciencias sociales: los sujetos que estudiamos reaccionan frente a nuestro intento de estudiarlos. Responden de acuerdo a lo que creen que el encuestador espera o lo que es correcto, temen las consecuencias de una u otra respuesta. He ahí las razones de un alto número de no respuestas: el contexto actual es especialmente adverso para conocer las actitudes políticas o la intención de voto. Pero quién ganará no es la única incertidumbre.
También nos preguntamos qué pasará después de conocer los resultados electorales. ¿Chávez estará dispuesto a aceptar una derrota? Aun cuando esté dispuesto a asumir un cambio de gobierno, ¿cómo serán los tres largos meses que han de transcurrir antes de la investidura del nuevo Presidente? Y, por último, si no es ese el resultado, ¿cuál será la reacción del electorado opositor ante una eventual derrota en las urnas? No sabemos cuál será la posición de las Fuerzas Armadas Nacionales, de los diversos colectivos armados, o de los partidos políticos integrantes de la Mesa de la Unidad en caso de no lograr el resultado deseado en las actas de escrutinio.
Sin embargo, todas estas incertidumbres no nos han paralizado. La gente se prepara para lo peor, sí… por si acaso. Pero esa misma gente ha estado dispuesta a llenar la Av. Bolívar en Caracas o las múltiples concentraciones y cierres de campaña en los otros estados del país. Hay grupos organizados para ser testigos, para trasladar a las personas mayores o con discapacidad a los centros de votación, para llevar agua y comida a los miembros de mesa, para registrar los problemas y denuncias en los centros de votación y quién sabe cuántas tareas más. A pesar de todas las variables adversas del contexto, la sociedad venezolana se moviliza para las elecciones, independientemente de cuál es el candidato de su preferencia.
No soy politóloga, así que no me animo a predecir el ganador o los escenarios posteriores. Me es muy difícil separarme de lo que me gustaría; yo también tengo mi candidato e iré a votar el domingo. Sólo espero que, sea cual sea el resultado electoral, estemos dispuestos a vivir juntos. El futuro sólo es posible si cabemos todos. Y, mientras tanto, no están de más las recomendaciones psicológicas para estos momentos de tensión, cortesía de SIC Semanal. Seguimos conversando después del domingo.