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Carta a Diogneto y a los venezolanos que dejaron su terruño

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Manuel de la Peña y Angulo

Emigrar es tomar la decisión de quedar siempre a medio camino, entre lo que se dejó y lo desconocido y nuevo que vamos a encontrar. Es romper la continuidad del tiempo y la preparación del alma a momentos que no pueden volver. Es romper el cascarón, para hacer inútil cualquier arrepentimiento, porque nunca habrá marcha atrás. Es dejar parte del ser en el cerco de púas que separa el espacio, pero también el tiempo.  Descubrir que al irte perdiste parte de ti en el camino y forzaste a quienes ya te amaban, a vaciar sin remedio parte de su vida, sin darles oportunidad de decidir.

Amar es siempre un peligro, de querer retener la ternura de un momento, la sensación del gesto que te colma, la confianza con que respiras libertad. Tener es disfrutar, es poder; sin poder retener. Disfrutar mientras te dura, poder amar y transcurrir. Necesitar y poder compartir. Caminar sin temor, conducir sin la angustia del bache y el motorizado inconsciente, del policía que te protege y no te matraquea. Comer sin la angustia del que pasa hambre, saber que tienes para el almuerzo de mañana, que tus medicinas están a tu alcance.

Dejar de amar para no sentir la despedida, es tan estúpido, como buscar solución en nuevas recetas, recortando diariamente insumos por la carestía; y esperar a que alguien lo resuelva.

Mientras nos ponemos de acuerdo para reconocer que todos podemos hacer algo y que, si es así, somos responsables de una solución.

Nuestro Talón de Aquiles es la desunión y la fuerza del Maligno dividir y mentir para dominar. La inmensa mayoría en Venezuela, somos o queremos ser cristianos y vivir en el mundo sin ser del mundo.

Existe una carta a Diogneto que nos recuerda que los cristianos pueden vivir en Venezuela, Ecuador, Perú, Argentina, Chile, Méjico, Brasil, Estados Unidos, España, Portugal o en cualquier país del mundo, pueden hablar otro idioma o estar aprendiéndolo, haber adoptado costumbres locales o no. Lo que los congregará principalmente y más rápidamente será su fe y sus lazos de origen haciendo de esa tierra extraña, patria para ellos, tomando parte en todo como ciudadanos locales, tomando lección de lo que los forzó a emigrar fue haber creído que los asuntos públicos eran ajenos.

Ser forasteros como si fueran nacionales y nacionales como forasteros, tener siempre la puerta abierta para los menos afortunados y recién llegados, ¨tener siempre la mesa en común, pero no el lecho¨. Vivir en la carne, pero no según la carne. Vivir en la tierra, pero ser ciudadanos del Cielo. Obedeciendo las leyes locales, y con su modo de vivir superándolas.

Para decirlo en pocas palabras: ¨los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también¨… los venezolanos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. ¨El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también¨… los venezolanos,… ¨constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.” 

 

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