Por : Hugo Bravo Jerónimo
La caridad en la verdad (…) es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad [1]
La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad y de la posibilidad de un desarrollo humano integral[2]
Hugo Bravo Jerónimo*
Desarrollo humano integral en la caridad y la verdad
El objetivo de la encíclica Caritas in veritate es “rendir homenaje y honrar la memoria del gran pontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre el desarrollo humano integral […] para actualizarlas en nuestros días”[3]. Este proceso de actualización comenzó con la encíclica Sollicitudo rei sociales (1987), de nuestro venerado san Juan Pablo II, que quiso conmemorar la publicación de la Populorum progressio (1967) con ocasión de su vigésimo aniversario.
Sobre el desarrollo integral, en la Populorum progressio, su santidad Pablo VI ya había apuntado que “El desarrollo […] para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre.” Así lo reitera su santidad Benedicto XVI[4] en la Caritas in veritate: “La verdad del desarrollo [humano] consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es el verdadero desarrollo”.
Pero, ¿Qué significa todo el hombre[5]?¿Por qué el énfasis en el “todo”? Más aún, ¿Qué es el hombre, el ser humano? ¿Lo hemos olvidado? ¿Preguntas vanas? Quizás no, considerando lo que nos plantea el doctor Rafael Tomás Caldera:
El ser humano, ser que pregunta, tiene acuciante necesidad de comprender su propia existencia. Inmerso en lo real, donde debe obtener a diario el sustento, se pregunta sin embargo qué y quién es, cuál es su destino. Destino, porque su vida le aparece como un movimiento por descubrir. Saber a dónde apunta su más profundo anhelo será al mismo tiempo reconocer su identidad[6]
De acuerdo con F. J. Sheed el ser humano “es algo extraordinario, fundamentando esta verdad en dos hechos: primero, el hombre es a la vez espíritu y materia; segundo, es a la vez una persona individual y un ser social” [7], con lo que se destacan las cuatro dimensiones que constituyen y a las que pertenece el ser humano, y por lo tanto debemos considerar cuando pensemos en él como un todo.
Más aún, hecho a imagen y semejanza de Dios, debemos tener presente que lo distintivo del hombre –al compararlo con otro tipo de seres, como los animales o las plantas– es su inteligencia y su voluntad. El ser humano conoce (y reconoce) las cosas con su inteligencia y las apetece (o rechaza) con su voluntad. Estas dos facultades humanas son el fundamento de su libre albedrío, en el que radica su dignidad como persona y lo hacen único e irrepetible. En otras palabras: “por su principio vital [alma humana], la persona humana ejerce conciencia y libertad. A la vez, sus actos más propios, conocimiento y el amor apuntan al origen y término de la realidad: Dios” [8].
Esto nos permite insistir en que muchas veces vivimos el día a día, sin entender, asimilar o recordar la grandeza que implica esta antigua enseñanza de que hemos sido hechos a imagen de Dios.
Pero dar contenido a esa expresión requiere clara consciencia de la espiritualidad de la persona. El alma del ser humano –como se muestra en la experiencia– no solo trasciende la materia, sino que permite asumirla en un nivel de actividad superior. Nuestro conocimiento comienza por el dato sensorial, nuestra conducta se ve motivada por las reacciones de la afectividad sensible, pero por el actuar alcanzamos la verdad, el bien y la belleza.[9]
Dignidad humana, ética y desarrollo integral hoy
En el debate sobre la crisis política, económica y social que vive Venezuela, parece haber consenso en que la causa primordial es de índole moral. La pobreza, la corrupción, la delincuencia, la pérdida de libertades y un largo etcétera de calamidades, que nos tienen hundidos en el subdesarrollo –a muchos en la miseria–, se deben principalmente a la falta de ética de muchos de nuestros (pseudo)políticos y (pseudo)empresarios de ahora y del pasado; ya sea por su falta de preparación para asumir las altas responsabilidades que debían cumplir, por su deshonestidad, por su egoísmo, la malversación de fondos y demás faltas éticas que han devenido en grandes y mal habidas fortunas o en la ingente pérdida de recursos para la nación, con lo cual han hipotecado el bienestar de la mayoría de los ciudadanos, desmejorando su calidad de vida a niveles críticos, atentando a su dignidad como persona.
Dicho esto, en este debate es crítico insistir en la dignidad humana, porque implica un cambio importante, trascendental, en el enfoque del problema del subdesarrollo y de ahí en la urgencia de la búsqueda de soluciones al mismo. Primero que nada, nos obliga a tener presente en todo momento, que tras las críticas cifras e indicadores económicos y sociales, está el rostro de una persona, de un ser humano indigente y marginado, con sus penas y alegrías, con sus frustraciones, con su angustia y con toda su esperanza puesta en un futuro mejor. Una persona que no puede esperar más para salir de esta terrible situación que atenta a su dignidad.
Desde esta perspectiva no es difícil ver que, como sociedad, tenemos planteado un formidable desafío moral: la elaboración y puesta en marcha de planes de acción que liberen a millones de venezolanos de la situación de pobreza que viven en la actualidad. Sin duda una tarea urgente, apremiante.
Este desafío nos plantea como sociedad, entre otros, un dilema fundamental: (re)definir el rol del Estado y de la empresa privada, por lo que conviene recordar dos principios de la doctrina de la Iglesia: el de subsidiaridad y el de solidaridad.
El principio de subsidiaridad del Estado implica que este no debe sustituir la iniciativa y responsabilidad que los individuos y diferentes grupos sociales menores son capaces de asumir en sus respectivos campos; por el contrario, debe favorecerse activamente esos ámbitos de libertad y velar por su adecuada inserción en el bien común. El desafío de la miseria en Venezuela es de tal magnitud que, para superarlo, hay que recurrir a fondo al dinamismo y la creatividad de la empresa privada, a toda su potencial eficacia, a su capacidad de asignación eficiente de los recursos y a la plenitud de sus energías renovadoras.
Por otro lado, el gobierno no puede abdicar de su deber, dentro del proceso político, económico y social, de garantizar el respeto al Estado de derecho y las instituciones, y a su capacidad para sanear ciertas deficiencias características de las economías en desarrollo, en aras al bien común de la sociedad como un todo. En ese sentido, el principio de solidaridad implica que el gobierno ayuda a quienes por sí mismos no pueden ayudarse, tal es el caso de los niños, personas de la tercera edad, enfermos, incapacitados y desempleados. Muy importante, el gobierno asiste, no crea relaciones clientelares y mucho menos de dependencia y pérdida de la libertad individual.
El Estado y la empresa privada están constituidos por personas, punto en el que radica la dimensión ética y personal de los agentes económicos, por lo que el desarrollo integral del ser humano, del hombre como un todo, interpela la búsqueda de soluciones fundamentadas en la justicia y la libertad; razón por la que el tema del desarrollo no debe agotarse en lo económico o en el dilema de sustituir la mano invisible del proceso de mercado por la mano visible del gobierno, sino que debe ir más allá.
Más aún, para afrontar el desafío moral planteado debemos entender que nuestra mente y nuestro corazón deben estar orientados al bien. Y en ese sentido, debemos evitar ver la ética como un conjunto de principios rectores que nos dicen lo que no se debe hacer. Por lo contrario, el actuar ético debe entenderse como el fin de la propia realización personal y contribuir al desarrollo de los demás. La ética no se debe limitar a evitar daños o inconvenientes, sino a coadyuvar a la excelencia humana en general.
Solo actuando éticamente podremos ser solidarios y procurar las soluciones técnicas que verdaderamente nos ayuden a recuperar el rumbo perdido, y encaminarnos al desarrollo integral de todo el hombre y todos los hombres al que estamos obligados moralmente.
Empresarios: creadores de riqueza
Para coadyuvar con el punto anterior, uno de los cambios fundamentales en nuestra manera de pensar como sociedad, debe estar orientado a entender que el empresario es alguien que aporta a su país mucho más que su fortuna personal o el éxito económico de su compañía. Este cambio de paradigma requiere entender que el verdadero empresario es un creador de riqueza, y en función de esto la empresa es un agente imprescindible para el progreso económico, político y social de la nación.
¿Cómo se crea riqueza? Mediante la suma de beneficios materiales y no materiales que se distribuyen libremente entre los miembros de la sociedad, como consecuencia de la actividad empresarial del emprendedor. Por ejemplo, cuando introduce una innovación que le permite a sus clientes y consumidores hacer más rápido sus actividades diarias, o les permite acceder a un bien o servicio a un precio más bajo, dándole la posibilidad de disponer de más tiempo y dinero para realizar otras actividades que contribuyen directamente a mejorar su calidad de vida; ya sea porque pueden disponer de mayor cantidad de bienes y servicios que le faciliten su existir y mejoren sus condiciones de vida, o simplemente porque les permite disponer de tiempo libre para utilizarlo como mejor lo consideren necesario (religión, educación, cultura, esparcimiento, etcétera).
La evidencia empírica demuestra, por un lado, que en los países donde existe un mayor número de empresarios exitosos se encuentran mejores condiciones de vida para su población y, por otro, que la libertad de emprendimiento y el libre mercado son condiciones necesarias para que exista esta posibilidad de éxito.
Tomando en cuenta esta realidad, como sociedad debemos tener presente dos cosas: 1) para tener verdaderos empresarios es necesario que su éxito empresarial dependa de la posibilidad que tengan de emprender libremente con todas sus implicaciones: corriendo riesgos, asumiendo costos y disfrutando de los beneficios que acarreen estas acciones cuando el resultado sea positivo (y con las pérdidas y sus consecuencias cuando el resultado sea negativo); y 2) que el éxito económico de los verdaderos empresarios depende de los consumidores, cada vez que estos deciden comprar sus bienes y servicios porque valoran más estos versus los que ofrece la competencia, en otras palabras porque valoran su know how (conocimiento y ventajas competitivas).
En el caso venezolano es evidente la existencia de un gran número de (pseudo)empresas y (pseudo)empresarios que son improductivos y hasta destructivos para la sociedad. Los casos más elocuentes son las empresas del Estado que viven sistemáticamente dando pérdida económica, mal gastando recursos y destruyendo valor, y los famosos enchufados que deben su “éxito” a que conocen a alguien en el gobierno, por lo que obtienen prebendas o reciben contratos exclusivamente en función a su know who (dependen de sus “contactos”). Ambas situaciones son consecuencia de las leyes e instituciones vigentes en nuestro país, lo que podemos llamar “las reglas del juego”, que incentivan su aparición mediante la inherencia del Estado en la economía, como empresario y planificador, quien a través de todo tipo de arbitrariedades y controles (precios, tipo de cambio, imposición de aranceles, etcétera) durante mucho tiempo ha coartado la libertad económica de los ciudadanos, creando incentivos perversos entre los funcionarios estatales y los cazadores de fortuna (rent seekers), todos ellos fuente de corrupción.
Esta situación que hoy es grotesca no es nueva, ya desde los principios de la República se entendía o asumía, que para ser “exitoso” en los negocios y surgir económicamente en la vida era más importante el know who que el know how. No obstante, hoy más que nunca es crítico el cambio de paradigma planteado, y que se entienda que mientras no existan condiciones que incentiven la aparición de verdaderos empresarios, nuestra calidad de vida será muy limitada.
El venezolano debe entender que la ausencia de verdaderas empresas y verdaderos empresarios, consecuencia de la sobre intervención del Estado en la economía y múltiples áreas de la vida social, así como la falta de Estado de derecho, son una de las principales causas de la pobreza material y moral que vive el país, y de las deplorables condiciones de vida en las que están sumergidos una gran parte de los ciudadanos venezolanos. Debemos insistir que, ya lo dijimos, detrás de las críticas cifras económicas y sociales que tenemos hoy, hay un hombre, una familia que no puede esperar ante la pobreza y marginalidad que lo agobia. En ese sentido, el cambio de paradigma es un imperativo moral que no puede esperar, estamos obligados a hacerlo por solidaridad.
La empresa y la acción humana
Desde el punto de vista económico, lo común es definir como empresa a toda organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos. No obstante, si buscamos en el diccionario, la palabra empresa significa: “acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo”. Visto así, podemos concluir que la empresa es intrínseca a la acción humana.
Consideradas como organizaciones, las empresas son una de las creaciones más complejas del ser humano en lo que a vínculos se refiere. Más aún, si las consideramos como una comunidad de personas que se unen –mediante un contrato– para lograr objetivos en común además de beneficios económicos, aunque los trascienden considerando el tiempo y energía que le invierten los que hacen vida dentro de la misma. Sus miembros se transforman y crecen mediante la formación empresarial (competencias gerenciales), la creación de conocimiento (técnico) y la forja del carácter (humano) que implica la acción empresarial (emprendimiento).
La empresa es un ente clave de la realidad social dada la importancia que ha tenido –y tiene– a lo largo del tiempo desde el punto de vista económico, político y social de los países al proveer de bienestar económico y social a muchos individuos, familias y naciones; más aún, al ser fuente de realización personal de millones de personas.
Esto último nos lleva al tema de la vocación de la empresa y de todas las personas que hacen vida en ella. En el caso de la empresa, su vocación queda plasmada en su propósito (por qué existe), visión (qué quiere ser), misión (qué hace) y valores (en los que cree). Todos estos elementos son determinantes en su quehacer hoy y a futuro, dado que no deberían ser simples declaraciones que se hacen al azar o por simple mercadeo. No, no pueden ser simples declaraciones o eslóganes, es mucho más serio porque se supone que hipotecan e influencian el quehacer de los bienes y servicios que esta empresa ofrecerá y desde el punto de vista de las personas que hacen vida en ella, moldearán su ser dado que al ser parte de la empresa se comprometen, desde su lugar de trabajo, a contribuir con los mismos. Esto ineludiblemente, por coherencia y consistencia existencial, implica una conexión con la vocación de cada persona que hace vida en la misma.
Nuestra vocación ¿Somos lo que hacemos?
La felicidad no es simplemente la ausencia de tristeza o desesperación, sino que es un estado afirmativo en el cual nuestras vidas tienen tanto significado como bienestar y placer. Por esta razón, ante el desánimo, la depresión o la apatía la medicación rara vez será suficiente.
En línea con lo anterior, es importante destacar que lo común de las personas es que piensen y hablen sobre lo que quieren y pretenden hacer, sueños y deseos que tienen poco valor para cambiar su estado de ánimo si no pasan a la acción. Y esto es así porque los seres humanos no somos lo que pensamos o lo que decimos, ni cómo nos sentimos. Al final de cuentas, el quehacer diario nos forja y terminamos siendo lo que hacemos.
Por otro lado, la respuesta a la pregunta “¿por qué?” es la que más pesa sobre nuestra existencia. ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué elegimos las vidas que hacemos? ¿Por qué molestarse o esforzarse? La respuesta –subrepticiamente– desesperada a esta pregunta está contenida en frases cada vez más comunes del tipo “Da lo mismo, lo que sea”, “lo importante es disfrutar la vida, aquí y ahora; vivir el presente”, “lo importante es acumular experiencias”, etcétera. Razones por las cuales muchos obtienen, no lo que merecen sino lo que están dispuestos a esperar, que por lo general es poco.
En todo caso, podemos considerar que tres componentes fundamentales de la felicidad son: algo que hacer, alguien a quien amar y algo que esperar. Y es que, pensándolo bien, es difícil ser infeliz, si tenemos un trabajo útil, mantenemos relaciones sanas y la promesa de sentirse bien, del bienestar.
Huelga aclarar que el término “trabajo” abarca cualquier actividad remunerada o no que –en primera instancia– nos dé una sensación de importancia personal y, además, por lo general, nos transcienda, que afecte positivamente a otros. Si tenemos una inclinación o tendencia personal apremiante que da sentido a nuestra vida, ese es nuestro trabajo, más aún cuando esta se convierte en preocupación por el bienestar de otros que excede o se vuelve indistinguible de lo que queremos para nosotros mismos.
Sabiduría para el liderazgo empresarial ¿Un plus o un imperativo moral?
El liderazgo es un proceso de persuasión y de ejemplo, por el cual un individuo o grupo de individuos induce a otro grupo a trabajar en función de objetivos planteados y perseguidos por el líder, o compartidos por el líder y sus seguidores.
Es importante destacar que no debemos confundir liderazgo con estatus social, político o económico. Tampoco debemos confundirlo con poder, ya que existen personas con poder que no tienen ningún tipo de talento para el liderazgo; así como tampoco debemos confundirlo con autoridad oficial, aunque muchos piensen que sus lugares en el organigrama del partido, de la empresa o el hecho de ser “cabeza” de grupo, les asigna una serie de seguidores; ya que en realidad lo que están recibiendo, en el mejor de los casos, son subordinados. Si los subordinados quieren ser seguidores, dependerá exclusivamente de los superiores en la medida que estos actúen o no como líderes.
El líder debe tener una clara visión de los objetivos que desea alcanzar, y debe definir una estrategia que le permita ser eficaz en la procura y obtención de resultados de manera consistente. Ya que, mediante la entrega de resultados, y la consistencia y coherencia en su actuar construirá credibilidad, que a su vez se transformará en la auctoritas que necesita para convertirse en un referente ante sus seguidores.
El líder debe estar consciente que tiene una responsabilidad muy grande, ya que no solo conduce su propia vida, sino también la de otros. Por esta razón debe ser un experto conocedor de caminos y de destinos, porque a partir de allí se conducirá a sí mismo y a sus seguidores. El líder requiere conocimientos que han de llegar por vía del aprendizaje constante. Si no hay conocimiento, el liderazgo terminará cayendo en un conjunto de actos voluntaristas, en la procura de objetivos que no se encontrarán influidos por los valores ni por la dignidad del ser humano.
Por esta razón, no puede hablarse de liderazgo en cualquier disciplina sino en aquellas que respeten y honren la dignidad del hombre, lo que implica su necesaria alineación al bien, la libertad y la verdad. Quienes violen estos principios humanos no serán líderes. Puede que sean conductores, guías o arrieros de personas; pero no auténticos líderes, ya que el liderazgo como actividad humana debe honrar todos aquellos principios morales, éticos, metafísicos y antropológicos intrínsecos al ser humano.
El verdadero liderazgo exige que el líder tenga rectitud moral, amplitud de miras, conocimiento de las personas y de la plenitud humana; y que esté atraído a buscar siempre la verdad, la justicia y el bien. Esto implica que el líder debe indagar en la realidad con profundidad, llegar a las causas últimas de la existencia y orientar su conocimiento a la acción.
El verdadero líder debe reflexionar con hondura, pensar en las personas y no solo en los resultados a corto plazo. Debe razonar no solo buscando el cómo hacer algo, sino el qué ha de hacerse.
El verdadero líder siempre actuará bien, haciéndose y comprometiéndose con la verdad, buscando lo que es recto y orientando su conducta sistemáticamente hacia la excelencia. El líder empresarial siempre verá a la empresa como una autentica comunidad de personas y no solo como un instrumento para generar beneficios.
El verdadero líder llegará a ser sabio a medida que alcance la disposición habitual o virtud que facilita el encuentro con la verdad y con el bien en cada situación particular. En otras palabras, el líder será sabio en la medida que aprenda a ser prudente, lo que en sentido aristotélico quiere decir, en la medida en que se habitué a discernir y a distinguir lo que es bueno de lo que es malo, cuando aprenda a razonar y actuar sistemáticamente con sensatez y buen juicio.
Los liderazgos empresariales[10] están llamados a participar en el mundo económico y financiero contemporáneo, a la luz de los principios de la dignidad humana y del bien común. De acuerdo con algunos principios prácticos: (entre ellos) el principio de satisfacer las necesidades del mundo con bienes que sean realmente buenos y que realmente sirvan, sin olvidar, con espíritu de solidaridad, las necesidades de los pobres y vulnerables; el principio de organización del trabajo dentro de la empresa de un modo respetuoso con la dignidad humana; el principio de subsidiariedad, que fomenta el espíritu de iniciativa y aumenta la competencia de los empleados, considerados co-emprendedores; y, finalmente, el principio de creación sostenible de riqueza y su distribución justa entre los diversos grupos implicados en la empresa.
Los verdaderos líderes son todos aquellos que trabajan día a día para que la labor de su empresa sea: “Tocando vidas, mejorando la Vida”. No un simple slogan sino una manera de actuar con sus empleados y consumidores, así como con las comunidades que interactúan y el medio ambiente. “Tocando vidas, mejorando la Vida” enmarcado en la máxima ignaciana: “En todo amar y servir”.
*Hugo Bravo Jerónimo
Empresario y director de empresas. Fundador de Criterĭum, firma de Consultoría en Alineación Estratégica.
Profesor de estrategia, liderazgo y ética empresarial de la Universidad Monteávila.
*Los subrayados son del autor de este artículo.
1 Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 1
2 Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 2
3 Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 8
4 Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 18
5 Ser animado racional, varón o mujer.
6 CALDERA, R.T. (2021): Nostalgia y trascendencia. En busca de Aquel que Es. Caracas: Luis Felipe Capriles Editor. 1era. edición. Pág. 7.
7 SHEED, F.J. Teología y sensatez. Editorial Herder. Pág 333.
8 CALDERA, R.T. (2021): Nostalgia y trascendencia. En busca de Aquel que Es. Ob. cit. Pág. 8.
9 Ibidem.
10 Pontificio Consejo Justicia y Paz. (2014): La vocación del líder empresarial. Versión en español. Pág. 1.