Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, instituida por Pablo VI hace 42 años, es una invitación permanente a la reflexión y búsqueda de servicio de los medios. La globalización tiene su centro en la comunicación. No podemos vivir sin la dependencia mediática. Forma parte de las necesidades del hombre de hoy. Las opciones y decisiones que tomamos están influenciados por ellos. No hay grupo de poder, sobre todo político y económico, que no busque poseer, controlar o tenerlos a su favor, para imponer sus criterios y puntos de vista.
En Venezuela padecemos una invasión mediática del sector oficialista. El mayor propietario, directo e indirecto de medios, es el Estado. Y los que escapan a su control están sometidos a regulaciones: cadenas, publicidad gratuita y obligatoria, presiones de diversa índole. El riesgo de volverse autoreferentes, protagonistas y manipuladores de la gente es real.
Esta 42ª Jornada Mundial bajo el lema “los medios en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la verdad para compartirla”, llama la atención sobre las dimensiones sociales y espirituales del fenómeno, tocando a la conciencia de cada uno de nosotros. El producto mediático es el resultado final de muchos elementos. Su misma ambivalencia positiva y negativa no es un hecho automático o predeterminado, sino que resulta de la toma de decisiones de quienes los manejan. De allí la presión por una bidireccionalidad, un feed back, transparente y claro, para que se ejerza el derecho de opinar y disentir.
Relanzar la violencia o la vulgaridad, por ejemplo, porque existen en la sociedad, convierte a los productores y operadores en sus cómplices y aliados. Manejar la información de manera sesgada, parcial, de forma premeditada y constante es una complicidad que busca transformar la mente y conciencia de los ciudadanos. Convertir al Estado-gobierno en el único árbitro del pensamiento es un abuso y un cercenar la auténtica democracia.
Lo primero, es la obligación de formar la conciencia crítica, iluminarla, corregirla. Es necesario superar la pasividad de quien se coloca ante un producto mediático sin plantearse la búsqueda de la objetividad y la verdad. No se debe aceptar nada de manera acrítica y neutral. Es fundamental analizar los modelos y los valores que ofrece. Todo mensaje recibido recuerda la sed de verdad que está inscrita en el corazón de toda persona, y que es el elemento capaz de marcar la diferencia, manteniendo la conciencia crítica del usuario de los medios.