Por Ramón Guillermo Aveledo
“Dos cosas imposibles existen, perderse con la Constitución y salvarse sin la Constitución”, dijo Fermín Toro y lo citó, en su segundo manifiesto, la Junta Patriótica que, desde junio de 1957, fue la instancia plural unitaria en la lucha clandestina por la democracia. Hay sabiduría por partida doble en esas palabras. Sabiduría del estadista juicioso y apasionado que en el violento siglo XIX sabe ver en la constitucionalidad el marco para que la diversidad nacional conviva en paz y también de la Junta Patriótica, cuyo reto político era enfrentar una dictadura con una constitución cuyo origen era ilegítimo. Para los cuatro partidos en ella reunidos era hija del fraude.
Poner al régimen frente a su propia constitución era una oportunidad política evidente. Desde el exilio apuestan por la vía electoral el depuesto presidente Gallegos, Betancourt y Villalba, víctima directa del fraude. Desde Múnich, también lo hace el joven Herrera Campíns, desterrado desde 1952 por su participación en la huelga universitaria. La ocurrencia sobrevenida del plebiscito de diciembre de 1957 para eludir el mandato constitucional terminó en brindis, pero sería la tumba de la dictadura casi en seguida.
Que Venezuela haya tenido veintiséis constituciones es leído por muchos como signo de inestabilidad, lo cual no es sorprendente, pero también puede apreciarse en ese dato nuestra renuencia al mero hecho y nuestra necesidad de una formalidad. Escovar Salom ha escrito “No ha regulado nuestra conducta el texto de la constitución. Pero tampoco aún en los momentos de mayor debilidad del orden jurídico, dejaron de influir las normas constitucionales escritas”. Es nuestra historia política y mal harían en ignorarla los políticos, con o sin poder y los ciudadanos de cualquier opinión.
No hay constitución perfecta. Como obra humana es por definición perfectible. Su vocación estabilizadora no niega la posibilidad de reforma por medio previsto en sus disposiciones. Su virtud ordenadora aconseja atenerse a ella. Es mucho mayor el riesgo de ponerse a inventar por fuera, tanto para quienes gobiernan que han jurado cumplirla y hacerla cumplir, como para los que aspiran gobernar.
El ciudadano que esto escribe votó “NO” en el referendo de 1999, por razones políticas y constitucionales de fondo, y en 2007 lo hizo para que no se la deformara. A esta altura repite con Don Fermín: La Constitución es la brújula para el camino más seguro. Pero eso sí, hay que cumplirla.
Fuente:
Este artículo ha sido publicado originalmente en El Periodiquito. Disponible en: https://elperiodiquito.com/mas/opinion/93063/brujula-constitucional/