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¿Brasil retoma el liderazgo?

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Por Félix Arellano

Que Ignacio Lula da Silva haya asumido por tercera vez la presidencia de Brasil está estimulando un debate sobre su potencial liderazgo en la región y un mayor activismo internacional, en oposición a la pasada administración de Jair Bolsonaro, quien desarrolló una política de aislamiento. Pero el tema es objeto de discusión, toda vez que plantea reflexiones contradictorias, tanto sobre las posibilidades de un liderazgo efectivo y eficiente en la situación de fragmentación que vive la región como sobre el papel de Brasil en los últimos años y el complejo expediente del presidente Lula.

En la década de los sesenta cuando se negociaba la zona de libre comercio de la región, en el marco de la vieja Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc, 1960), se asumía que las mayores economías de la región ejercían el liderazgo, entre otros, por el tamaño de sus mercados, la capacidad de compra y el desarrollo industrial. En el plano político, dado el predominio de los gobiernos militares, las relaciones resultaban muy limitadas y concentradas en el marco de la bilateralidad.

Ahora bien, en la propia Alalc, el liderazgo de las economías grandes se fue desvaneciendo, pues los objetivos de la conformación de un mercado ampliado regional no prosperaron. Fue necesario retroceder al esquema de la negociación de preferencias limitadas en acuerdos bilaterales, que fueron definidos como de alcance parcial dentro de una nueva organización que sustituyó a la vieja Alalc –la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi, 1980)– y se estima que fueron precisamente las economías grandes las que limitaron los avances en la negociación.

En la medida que fue avanzando la ola democrática en la región, las vinculaciones políticas se fueron ampliando, los países andinos conformaron un esquema subregional: el Pacto Andino, que a finales de la década de los ochenta logró avanzar en la conformación de la zona de libre comercio. También se conformó el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), mediante la suscripción del Tratado de Panamá (1975), para la coordinación de posiciones regionales. Los países del sur, por su lado, bajo el liderazgo de Argentina y Brasil, y con la excepción de Chile, conformaron el Mercado Común del Sur (Mercosur), mediante la suscripción del Tratado de Asunción en 1991.

México, uno de los países grandes de la región, por muchos años desarrolló un discurso latinoamericanista sin mayores resultados prácticos; empero, progresivamente fue concentrando su atención en el enorme vecino del norte. En consecuencia, el discurso fue bajando de intensidad, al punto de promover reformas en la normativa de la Aladi, para facilitar las negociaciones de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Ya el discurso se presentaba vacío y lejano, en consecuencia, su papel en la región se fue debilitando.

Recientemente, el presidente Andrés López Obrador, tratando de fortalecer sus relaciones con la región, ha asumido una dura posición en defensa del expresidente Pedro Castillo en Perú, pero manteniendo un silencio cómplice frente a la brutal represión de los derechos humanos en otros países de la región, lo que deteriora sensiblemente la posición de México en nuestro hemisferio.

En Argentina, otra de las económicas grandes de la región, el peronismo se encerró en sí mismo, asignando muy poca relevancia a la región, y la sociedad por orígenes e idiosincrasia se proyectaba al viejo continente. La transición a la democracia en la mayoría de los países de la región fue incrementando las vinculaciones en el vecindario, caso ilustrativo fueron los acuerdos de cooperación entre Argentina y Brasil, que abrieron el camino para el Mercosur.

En ese contexto, la mesa estaba servida para el protagonismo brasileño en la región; al respecto, cabe destacar que Henry Kissinger, importante estratega de la política exterior de los Estados Unidos, consideraba que el coloso brasileño en gran medida definía el futuro de la región, lo que ha resultado evidente en el sur de nuestro continente, y el Mercosur constituye clara evidencia de ese liderazgo.

Por varios años la política exterior brasileña asignó especial atención a la relación con los países de la región, una posición activa y coherente, con mesura y gran habilidad, que inició su declive con el primer gobierno de Lula Da Silva, pues la ceguera ideológica empezó a desorientar la política y debilitar el liderazgo. La imprudencia, la diplomacia de micrófono, el radicalismo e incluso el intervencionismo en los asuntos internos fue sustituyendo la política coherente de muchos años.

El presidente Lula aprovechó en sus primeros gobiernos la ola posliberal e iliberal que desarrollaron grupos radicales y populistas en la región –en particular el Foro de São Paulo– satanizando irresponsablemente las instituciones liberales y el libre comercio. Un discurso que estimula las hormonas y apasiona a radicales e ingenuos, pero que en la práctica ha dejado como resultado, entre otros, polarización, autoritarismo, militarismo, pobreza, exclusión y desintegración.

La ideología se fue posicionando en el ámbito regional, entre otros, con la conformación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac); además, fue paralizando al Mercosur, que se presentaba como un club de amigos ideológicos que olvidaron los objetivos originales y las tareas pendientes, lo que estancó el libre comercio y la unión aduanera.

Con el gobierno de Jair Bolsonaro las contradicciones se exacerbaron, ahora los enfrentamientos se tornaron además de ideológicos en personales y el proyecto de Mercosur perdió relevancia. Los países miembros quedaron impactados al observar que el poderoso ministro de economía Paulo Guedes menospreciaba al bloque, que constituía uno de los espacios más importantes para la economía y política brasileñas.

Brasil se fue aislando y perdiendo credibilidad en la región. Ahora, con el regreso del presidente Lula, resulta discutible generar mayores expectativas, pues el pasado de sus gobiernos no representa mayor garantía y su actual situación política es frágil, entre otros, por no controlar el poder legislativo que tiene experiencia de promover juicios políticos a sus presidentes (Collor de Mello 1992, Dilma Rouseff 2016). Adicionalmente, el presidente Lula cuenta con un vicepresidente crítico de la agenda radical y un país polarizado.

Los expedientes de corrupción vinculados con la poderosa empresa Odebrecht, que se presume vinculada con los gobiernos del presidente Lula, representan heridas abiertas, que han hecho mucho daño a las democracias latinoamericanas, pero también las investigaciones judiciales contra el presidente Lula en Brasil, en particular el caso Lava Jato, están debilitando el potencial liderazgo del presidente, quien está realizando un esfuerzo importante para mejorar su imagen con la reciente visita a los Estados Unidos, su entrevista con el presidente Biden y la iniciativa para promover la paz en Ucrania.

Las negativas experiencias vividas en la región deberían dejarnos como lección que no se requiere de liderazgos mesiánicos, fundamentados en narrativas historicistas y anacrónicas que cultivan polarización y enfrentamientos. Los proyectos ideológicos han colapsado, se requiere de gerencia creativa, integradora, con sensibilidad humana y ecológica.

Nota:

Este artículo fue originalmente publicado en TalCual Digital, el 28 de febrero de 2023. Disponible en: https://talcualdigital.com/brasil-retoma-el-liderazgo-por-felix-arellano/

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