Alfredo Infante
Este lunes 23 de enero se estaba disputando el tercer partido de la final entre Zulia y Lara, un juego apasionante, digno de una final del béisbol profesional. A las 12 de la noche y en el décimo inning el juego estaba empatado, las Águilas amenazan con dejar en el terreno a los Cardenales, pero la fanaticada con pasión desordenada agredió al equipo visitante y a todos los que seguíamos desde distintos lugares del país el partido.
En otros tiempos los árbitros hubieran confiscado el juego. Esa noche, sin embargo, los árbitros prefirieron no tomar esa decisión que por ley correspondía, la razón: miedo a la fanaticada. ¿Qué hay detrás de este hecho? Esta es una clara señal de la descomposición del tejido social y el irrespeto por el otro y por los espacios públicos.
El estadio de béisbol, un espacio familiar para el encuentro y disfrute en nuestro país, se convirtió en un escenario de violencia. Este hecho nos debe llamar la atención como sociedad y recapacitar sobre cómo aprender a convivir con los otros y cómo respetar al adversario. El béisbol es parte de nuestro lenguaje e identidad, no hagamos de él un escenario para la violencia y el odio.