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Barry Seal, el traficante

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Un simpático bribón

Ángel Antonio Pérez Gómez

Las llamadas «operaciones encubiertas» emprendidas por la CIA norteamericana, el FBI y hasta el ejército de EEUU florecieron en las presidencias de Reagan y los Bush, aunque no fueron privativas de estos presidentes republicanos. Se trataban de intervenciones en conflictos durante los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado y tenían por objeto neutralizar enemigos o apoyar con dinero, armas y formación militar a aquellos amigos que no se valían por sí mismos. Fueron ocultas porque eran ilegales, pues se empleaban fondos aprobados por las cámaras legislativas de Washington para fines distintos de los que luego se buscaba. Colombia, Nicaragua, El Salvador y Guatemala fueron algunos de los escenarios donde se desarrollaron. Más tarde, cuando el narcotráfico colombiano se aprovechó de estas ocultas maniobras yanquis, intervino también el avispado Noriega en Panamá y hasta un alto militar cubano

En este segundo tiempo, los traficantes de droga colombianos contrataron a los pilotos estadounidenses que trabajaban avituallando y pertrechando a los contrarrevolucionarios nicaragüenses para transportar en su regreso a los EEUU toneladas de droga que iban diseminando por los pantanos de Luisiana y otros lugares recónditos en los que sus distribuidores esperaban los envíos.

Barry Seal fue un personaje real, un piloto de la TWA que, a instancias de un cualificado agente de la CIA (un tal Monty Schafer, en el film) deja su empleo de piloto comercial para emprender esas operaciones encubiertas de las que hablaba más arriba, Primero, obtenía fotografías de interés militar y luego se metió de lleno en el negocio de la droga. De esta forma, el cínico Seal, al que sus contratantes adoraban porque nunca dejaba de decir sí a cada nueva trapisonda, se enriquece inmensamente en tan poco tiempo que no tiene dónde ingresar semejantes montañas de dólares sin levantar sospechas. La avaricia, que siempre rompe el saco, y su falta absoluta de principios (salvo el de enriquecerse a cualquier precio) acaban por enemistarle con los capos del narcotráfico y con sus mentores de la administración estadounidense, en especial con los agentes de la DEA.

El film de Doug Limen se desarrolla a un ritmo sostenido con numerosos cambios de estilo y de puntos de vista. Por una parte, aparece una especie de confesión de sus artimañas para burlar a unos y otros y salir incólume de tales lances. En segundo lugar, vemos fragmentos de noticiarios en que el matrimonio Reagan hace gala de un conservadurismo elemental y actúa como predicadores de moralidad. Entre tanto, la vida familiar de Barry discurre por cauces trillados, como la de cualquier matrimonio, salvo por las ausencias «laborales» del padre de familia. Asistimos a reuniones entre militares y funcionarios de la seguridad nacional que planean y deciden acciones ilegales sin escrúpulo alguno. Por último, con aire de comedia y diálogos hilarantes vemos al héroe Barry cumplir misiones contrarias tratando de contentar a sus contratantes, a su familia (incluyendo al imbécil de su cuñado), a los colegas que le secundan y a sus poderosos señores.

Al final, como sucedió en realidad, todos estaban interesados en acallar para siempre al agente Seal. Así que, casi un año después de abandonar sus fechorías, unos asesinos a sueldo (¿enviados por quiénes?) le dieron matarile. Este héroe americano (el título original es «Fabricado en América») hace gala de las peores mañas y de una total y absoluta falta de sentido ético. La suerte de pueblos enteros y colectividades numerosas estuvieron al albur de intereses espurios y de una intervención en asuntos internos contraria al derecho internacional.

Por otra parte, autoridades y altos responsables miraron para otro lado y prefirieron trampear ilegalmente con tal de salirse con la suya. Por desgracia o por ventura, vaya usted a saber, no lograron su propósito. Nicaragua es sandinista, el canal de Panamá pertenece a los panameños (al menos, nominalmente), El Salvador y Nicaragua viven una paz precaria, pero paz, no traída por los militares; y México se ha convertido en el trampolín de la droga en USA.

Hay que reconocer que Doug Liman maneja con habilidad y acierto ese múltiple punto de vista, desde la voz en off de Barry contándonos su vida, hasta las intervenciones de Reagan, el narco Ochoa o el «cara de piña» de Noriega. Todo ellos y muchos más personajes de la Historia contemporánea pasan por sus imágenes para rubricar el cinismo oficial y el… individual de Seal. Unas bromas que, a veces, para arrancar la carcajada, se pasan de la raya, porque al final lo que se pone en riesgo es la vida de seres humanos y el destino de naciones soberanas.

Uno se ríe del cinismo y el sarcasmo de situaciones y diálogos, pero con un puntito de mala conciencia por hacerlo. Y es que se jugó con cosas muy serias sin medir las consecuencias. En este sentido hay que reconocer que el espectador sale un poco intranquilo por haberse enterado y burlado de asuntos que derivaron en millones de drogadictos y fallecidos por la violencia desatada o como consecuencia de enfermedades contraídas de resultas de estos abusos (por ejemplo, el sida).

Tom Cruise vuelve por sus fueros y logra su mejor interpretación de estos últimos años, en los que su estrella había declinado por culpa de su participación en bodrios sin pies ni cabeza, encarnando a personajes sin matices en películas de tres al cuarto. Baste recordar la infame La momia de hace escasos meses. En suma, una tragicomedia más que interesante, entretenida y que, si lo piensas, te hace salir de la sala con mala conciencia.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2137-barry-seal-el-traficante

 

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