Simón García.
Aunque pareciera que los acuerdos están vinculados a esfuerzos racionales, esa palabra refiere a una acción que moviliza y armoniza afectos. El radical “cord” evoca el corazón, así como cordial supone ser afectuoso. Acordar es estar conformes de todo corazón, tanto como des‐acordar implica no solo lo contrario, sino hacerlo despectivamente.
Las posiciones extremistas, sea en la oposición como en el gobierno, se construyen a partir del desacuerdo. Rechazan con furia galáctica todo acuerdo. Cada uno esgrime que no puede haberlo con delincuentes o con terroristas, según el lado desde el que surjan los disparos para bloquear un logro que exigió miles de años para aceptar que las pugnas humanas se podían resolver de común acuerdo y sin apelar a la fuerza de los mazazos.
La iniciativa Noruega, destinada a mediar entre las partes venezolanas enfrentadas en un conflicto de poder, es en la situación actual, una esperanza de resolución que debe ser apoyada porque es la mejor opción disponible para salir de la crisis, pacífica y electoralmente. Toca protegerla porque tiene muchos enemigos y pocos defensores.
Barbados es la posibilidad de resolver los conflictos entre venezolanos, recuperando una capacidad de soberanía que todos debemos preservar con celo democrático. Barbados es la diferencia deseable entre solidaridad e injerencia, una vez que el conflicto interno venezolano se elevó a problema de geopolítica mundial, con participación de potencias y países que superponen sus propias lógicas y reflejan sus propios intereses. En tal circunstancia, al recibir la necesaria y vital solidaridad de la comunidad internacional, hay que agradecerla sin olvidar la regla del ministro británico de Relaciones Exteriores entre 1830 y 1841, Henry John Temple: lo único perpetuo en la acción de los países no es la amistad sino los intereses.
El propio Maduro se encargó de repartir cartas a Cuba, Rusia, China, Irán para extender la mesa al plano internacional, lo que generó una negociación múltiple y con jugadores por fuera de Barbados. La parte negativa la recuerda el dicho, caldo morao, presas en reparto. La positiva es que fuera de la mesa se pueden recomponer las opciones y hay mayor flexibilidad.
El problema principal es que Maduro, empeñado en mantenerse en el poder por cualquier medio, monta una obstrucción catastrófica, distinta a la usada noción de empate, que interfiere la más pequeña luz de acuerdo entre la mayoría abrumadora de la sociedad y una cada vez más reducida élite aferrada a obstaculizar el ingreso de la ayuda humanitaria o la convocatoria de elecciones libres y justas para que el pueblo dilucide, con su voto, el rumbo que quiere y la persona que debe emprenderlo.
Barbados tiene dos límites. Uno, que la destrucción de país que sigue en marcha termine por convertirnos en un despojo de nación que a nadie interesa de verdad. El otro, que la relativa paz que disfrutamos la convirtamos en un enfrentamiento bélico entre todos. El arsenal de agresividad emocional que tenemos acumulado da para sostener una guerra que algún día terminará en una tregua para contar las víctimas. No sería la primera vez que partes de una misma población resulten tan estúpidas que decidan matarse.
No se sabe si el oficialismo lo ha comprendido ni se está leyendo bien que para no implosionar, no le es suficiente el apoyo militar, porque su base social se le está desmoronando y está perdiendo hasta capacidades mínimas de gestión como asegurar agua, luz y gas a cada hogar. Si las conversaciones de altos oficialistas con EEUU son ciertas, es porque la negociación comienza a ser considerada en el régimen como una posibilidad. No son ya preparativos de saltos individuales detalanquera.
Pero no hay que soplar sobre expectativas debilitantes. Las amenazas creíbles, que provienen de la comunidad internacional democrática, deben ser acompañadas nacionalmente por presiones bien pensadas, movilizaciones con un sentido adicional a mostrar fuerza en un lugar, acciones de organización y apoyo a las luchas sociales, estímulo a acuerdos parciales que resuelvan problemas que afecten a la gente y un diálogo persistente con los seguidores del oficialismo que padecen los mismos problemas de quienes luchan por el cambio.
El discurso hacia la otra acera debe ser persistente, comprensivo y eficaz. Un discurso para resaltar las coincidencias y para compartir una búsqueda de verdad en relación a por qué y cómo detener el rumbo destructivo que se está comiendo al país. Las bases populares del chavismo son una reserva que tienen mucho que aportar en la reconstrucción de mejores condiciones de vida.
El liderazgo de Guaidó es el mejor posicionado socialmente, el que cuenta con un inequívoco respaldo internacional y el que encarna la voluntad de un poder público legítimo como lo es la Asamblea Nacional. Es un dato de la realidad que no sólo hay que constatar, sino apoyar. Pero no se pueden exigir respaldos acrítico o que siempre tengan que inhibir las diferencias por conveniencias tácticas. Tampoco pedir que quienes mantengan diferencias, renuncien a organizarlas en un proyecto político que sea solidario con el Presidente Guaidó, aunque luche por ganar opinión para objetivos parciales diferentes. La unidad, se ha repetido tanto la frase que se olvida su sentido, no es uniformidad ni subordinación, sino autonomía y diversidad dentro de unos fines comunes.
Cada quien tiene derecho a tratar al líder de su época como quiera e incluso endiosarlo y reclamar que sea único e irrebatible. Pero defender el liderazgo de Guaidó también consiste en luchar para que supere sus lealtades parciales y pase de dirigente de la oposición a líder de una causa nacional. Un desafío, que lo obliga a enfrentar al régimen no sólo desde la Asamblea Nacional sino como animador de una gran coalición nacional de fuerzas para reconquistar la democracia. El frente amplio resultó estrecho para tratar de expresar una pluralidad social y política que va más allá de organizaciones importantes y que siguen en pié de lucha como AD, PJ, VP y UNT. ¿No deben decirse y someterse a debate este tipo de apreciaciones?
Para potenciar el liderazgo de Guaidó es importante que no se quede enganchado en actitudes que puedan ser interpretadas como sectarias y opaquen su sentido de país y la naturaleza alternativa e inclusiva de su proyecto de futuro. En especial, desde mi pequeña observación desde las gradas, debe nutrirse más de la mayoría social que exige posiciones intermedias, que de retóricas extremistas; darle prioridad a paliar la situación de la gente y de los sectores vulnerables golpeados por la crisis; hablar como procurador de la unificación de los venezolanos y como portador de una oferta de paz, justicia, democracia y bienestar.
Para recorrer un kilómetro hay que andar cien metros. Es importante crear ya un mecanismo permanente de información, consulta y participación en las decisiones de aquellos partidos que, aún no estando en la Asamblea Nacional, expresan a una franja de la sociedad con distintas visiones sobre los modos y las rutas para salir de la crisis y de la obstrucción catastrófica con la que el régimen bloquea los caminos a la libertad.
Hay que volver a Barbados con corazón para sacar un acuerdo que no puede tener un solo ganador ni seguir la instrucción bárbara del coronel que pedía “me lo fusilan y lleguen a un acuerdo con él”. La representación de Guaidó, porque es la del país que está por venir, debe levantar una opción atractiva que produzca apoyo en el mundo de la coalición dominante y en la institución armada. Se están creando condiciones para convertir a la negociación en la mejor opción para todos los venezolanos y todas las partes.
Hay que volver a Guaidó para revisar y mejorar su desempeño. Es un activo de las fuerzas de cambio y urge poner mucho cerebro entre todos, sin exclusiones, para reformular una estrategia que abra la transición hacia la democracia y la reconstrucción de Venezuela. 20 años son suficientes para querer y lograr otro país.