Camilo Gómez Forero
Miguel Galbám era uno de los médicos venezolanos más reconocidos por tratar niños con enfermedades huérfanas. Atravesó una frontera igual de endeble que los huesos que cura, para continuar con su profesión y seguir ayudando desde Colombia.
“¿Qué sentido tenía quedarme? –se pregunta Miguel Ángel Galbán mientras me contesta una llamada–. Habría tenido que cambiar de profesión, tendría que ser un médico general o dedicarme a alguna otra cosa, pero no a lo que yo había consagrado mi vida, a trabajar con niños”, se responde.
Miguel es uno de los cientos de miles de venezolanos que llegaron a Colombia en esta nueva ola migratoria. Es un médico ortopedista dedicado a la cirugía reconstructiva y, dentro de eso, al tratamiento de las enfermedades huérfanas o, como se les conoce popularmente, enfermedades raras. Desde hace algunos años, la situación de su país lo obligó a pensar en mudarse al extranjero. No solo lo perjudicaban la inseguridad y la escasez de elementos básicos, sino que ya no contaba con las herramientas necesarias para realizar su trabajo. “Al venirme también lo hicieron algunos pacientes para operarlos acá. Todos ellos entendían”, recuerda.
El doctor Galbán, particularmente, ha trabajado en tratamientos de osteogénesis imperfecta, más conocida como la enfermedad de los huesos de cristal. Él ha diseñado y desarrollado, junto con el doctor José Parra de Madrid, el clavo gap, un sistema de enclavado intramedular que permite fijar huesos frágiles de pacientes con osteogénesis. El instrumento ha sido reconocido a nivel mundial. Sin embargo, los encargados de distribuirlo en su país tuvieron que cerrar sus empresas.
La situación venezolana, reconoce, no es un asunto del actual gobierno de Nicolás Maduro, es algo que viene ocurriendo desde que Hugo Chávez llegó al poder a finales de la década de 1990. “Desde que Chávez salió de candidato en el año 1996, uno empezaba a ver la situación muy clara. No podíamos saber cómo iba a terminar, pero sabíamos que no era nada bueno”, recuerda. Según él, todo empezó a deteriorarse en 2013, cuando el gobierno destruyó la empresa y la propiedad privada y acabaron con todas las iniciativas que podía tener una persona para salir adelante, además de desaparecer los derechos humanos. La decisión de dejar su país no siempre estuvo en la cabeza del doctor Galbán, pero las condiciones de los últimos años aceleraron su salida. Su preocupación no solo era su profesión, también lo era su familia. “Cuando le roban las elecciones a Capriles fue cuando mi esposa me dijo ‘nos tenemos que ir’”. Miguel Galbán señala que la inseguridad en el país era impresionante. “Para salir de la casa teníamos que ver las cámaras que habíamos puesto alrededor junto con un alambrado y un cerco eléctrico y revisar que no viniera nadie. Nos sentíamos como en una prisión. Era una situación invivible”, afirma.
“Cuando decidí migrar, pensé en un país donde se necesitarán ortopedistas infantiles y estaba interesado en ir a Perú”, cuenta. Pero la influencia de algunos de sus amigos y colegas lo condujo a Medellín. “Fue la mejor acogida que tuve en toda Latinoamérica, porque aquí podemos trabajar juntos y a la ciudad le interesa mucho lo que hago”, apunta el médico.
Según los cálculos del doctor Galbán y sus colegas, en Colombia hay un buen número de pacientes con enfermedades huérfanas. Se estima que son por lo menos 5.000 casos, algunos aún sin confirmar. “Desde el punto de vista profesional, el país está muy bien en las ciudades principales, pero en las pequeñas e intermedias faltan especialistas en ortopedia infantil. Mi opinión personal es que en Colombia hacen falta muchos especialistas, y personas como yo podemos dar un aporte”.
Para Miguel Galbán, dejar su carrera fue difícil, pero según cuenta él mismo, Medellín lo ha hecho fácil. “No me canso de repetir lo agradable que ha sido la acogida, no he sentido ningún tipo de xenofobia. Tal vez he tenido suerte”, explica. Pese a que ha tenido una buena experiencia reconoce que amigos, familiares o conocidos han tenido que experimentar algún tipo de maltrato. “Cuando reconocen el acento, comienzan a insultar”, denuncia.
Miguel, quien tuvo que empezar desde cero por la situación adversa de su país, alquilando un apartamento y recibiendo muy pocos pacientes, reconoce que es difícil para Colombia la llegada de tantos venezolanos. Con él llegaron varios de sus familiares a Medellín. Su hija mayor, odontóloga, con su esposo que es ingeniero; su hijo chef con su esposa repostera, quienes ya tienen un restaurante de pasta cerca del hospital donde trabaja, entre otros.
Todos ellos pueden aportarle algo a este país. El doctor Galbán, quien dedicó su vida al tratamiento de niños con enfermedades raras, atravesó una frontera igual de endeble a los huesos que cura para continuar con su profesión y seguir ayudando. “Lo único que puedo es dar mi conocimiento a ese país que me adoptó”, puntualiza. Por ahora, no podrá regresar a su casa, no bajo las condiciones actuales y el panorama que se avecina: “Unas elecciones que no serán justas”.
Fuente: https://www.elespectador.com/atravesando-una-frontera-de-cristal-articulo-753103