Por Alfredo Infante SJ
El actual escenario de guerra con Colombia es una excusa del régimen para postergar la solución política interna y aumentar la represión contra las fuerzas opositoras y la sociedad civil, descontentas ante la tragedia humanitaria que vivimos. Es una receta clásica de las dictaduras: distraer y reprimir con la excusa de la guerra ante un enemigo externo.
Durante el mes de agosto, y lo que va de septiembre, ha crecido la incertidumbre en torno al proceso de negociación que se venía desarrollando en Oslo y Barbados por iniciativa del Estado noruego.
La profundización de las sanciones por parte del gobierno de Donald Trump hacia el régimen de Nicolás Maduro sirvió de excusa para que su equipo negociador -conformado por Héctor Rodríguez, Jorge Rodríguez y Jorge Arreaza- informara, el pasado 7 de agosto, que se levantaba de la mesa . Desde entonces, no se ha reiniciado el proceso.
Con el reciente anuncio de retomar las armas que -en voz de los comandantes Iván Márquez y Jesús Santrich- hizo un sector significativo de los desmovilizados del grupo guerrillero Farc, ha crecido la incertidumbre y hemos pasado a un clima de potencial guerra binacional. Al parecer, y según versiones oficiales del gobierno colombiano, las declaraciones de Márquez y Santrich habrían sido hechas desde territorio venezolano, donde estarían operando.
Después de la declaración de los jefes de las Farc y los señalamientos del gobierno colombiano, el presidente interino Juan Guaidó hizo algunas afirmaciones, nada felices, desde la Asamblea Nacional, respaldando la versión del gobierno colombiano. Las mismas sirvieron al régimen de Nicolás Maduro para agudizar la crisis binacional y anunciar movilización de tropas e instalar misiles.
¿Qué tropas se movilizarán? ¿Habrá condiciones para semejante locura? Por vía del monitoreo que la periodista Sebastiana Barráez viene haciendo del tema militar, queda claro que la Fuerza Armada no es un ente monolítico al servicio del régimen y que, por el contrario, hay muchas heridas internas por el deterioro de la calidad de vida, la desigualdad económica interna, las detenciones arbitrarias, desapariciones, torturas de oficiales y, también, por el control nada soberano por parte de la inteligencia cubana.
En este sentido, la atmósfera de guerra que se ha creado tiene como objetivo distraer la atención ante los problemas reales del país, buscar un enemigo externo para echarle las culpas de nuestras desgracias y, sobre todo, poner a la comunidad internacional a gravitar en torno a las tensiones colombo-venezolanas y postergar el proceso de negociación que se lleva adelante en Barbados, en pro de una solución política a nuestra tragedia.
Ante esta coyuntura, afirmamos que como Iglesia nos oponemos a la guerra y muerte entre dos pueblos hermanos. Venezuela está urgida de una salida democrática que sólo el régimen de Miraflores niega. Nuestro problema es la crisis sistemática e integral de Derechos Humanos, expresada rigurosamente en el informe Bachelet.
La guerra no es con Colombia, la guerra debe ser contra el hambre, la desnutrición, la hiperinflación, el colapso de la salud, de la educación, la electricidad, el agua potable y de los servicios públicos en general, situación que ha expulsado en los últimos cuatro años a más de 4 millones de hermanos y sigue dejando en duelo a nuestras familias.
El problema es Maduro y su régimen, no Colombia. Las negociaciones promovidas por el gobierno noruego deben continuar.