Por Carlos Guillermo Cárdenas D.
Cuando aún el cuerpo debió conservar el calor vital que lo acompañó en el pasaje terrenal, recibí la triste noticia del fallecimiento de Asdrúbal Baptista Troconis. El exvicerrector administrativo de la ULA, Julio Flores Menesini, nos permitió conocer de primera mano la cirugía cardíaca a la que fue sometido unos días antes en la ciudad de Barranquilla, Colombia. La noticia nos produjo el dolor profundo que, como flecha, clava el pecho sin clemencia. Mientras escribo estas letras, la mente revolotea en los años de nuestra juventud.
Apenas hace dos días me escribió: “Gracias mi adorado amigo, creo que vamos saliendo. Pero es todo un cambio en los primeros días. Por lo menos el empeño no dejaré de ponerlo en reemparejar la vida”. El optimismo no lo abandonó a pesar de la enfermedad que minaba su corazón. El testimonio de sobreponerse a la adversidad se patentizó unas semanas previas, cuando escribió lacónicamente, el deseo de hacer los reajustes en los medicamentos y en la comida para lograr el equilibrio orgánico necesario para la salud.
Su vida transcurrió entre los libros, la universidad, la cátedra y su afanoso deseo de dejar en blanco y negro las preocupaciones que pululaban en su inquieto y talentoso cerebro. En la adolescencia y la juventud universitaria, transitó franciscanamente desde la calle 19 hasta la Catedral de Mérida para asistir a la Eucaristía vespertina. Militó con los movimientos de inspiración católica y devoró las encíclicas papales. Se ufanaba de las lecturas de los filósofos cristianos del siglo XX. Teilhard de Chardin lo digirió cuando aún seguía los estudios de Ciencias Económicas, que combinaba con los de Ciencias Jurídicas. En alguna oportunidad me comentó que la lectura del filósofo francés le había llevado tardes y noches de insomnio, pero que al final, había entendido la profundidad del pensamiento del gran filósofo del siglo XX.
Asdrúbal, después de ejercer la docencia universitaria ulandina en la Facultad de Ciencias Económicas por tres lustros, fue invitado por el Instituto de Estudios Superiores en Administración (IESA) para regentar la cátedra de Economía Política. Allí dejo la huella perenne del maestro que con sapiencia enseñó a generaciones de profesionales de la economía.
Ejerció la jefatura de la cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge, Inglaterra (2002-2004) con brillo y magnanimidad, como lo expresó el doctor Miguel Ángel Burelli Rivas.
En los últimos años, luego de ejercer la presidencia de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y Sociales, su tiempo lo dedicó a escribir sobre el destino a traspiés de la economía venezolana en los últimos lustros.
En lo personal, con Pita la amistad se remonta desde la niñez, cuando su padre Don Asdrúbal Baptista compartió charlas dominicales con mi abuelo materno Carlos Dávila Briceño en la avenida 3 Independencia, cuadra abajo del rectorado de la ULA. Su hermana Marina (+) compartió con mis hermanas mayores. María Eugenia, la hermana menor, lo hizo con las menores de mis hermanas. Con Mario, los recuerdos siempre presentes, se trasmontan a los 70s. Y con Trino, el médico psiquiatra menor de los Baptista Troconis, el vínculo también tiene ribetes de abolengo.
Para su esposa Cecilia Hortensia y su hijo Juan Cristóbal, el abrazo eterno de condolencia y solidaridad.
Con el dolor inmenso que encoje nuestro cuerpo, clamo al amigo: Adiós, no es más que un hasta luego, no es más que un simple adiós. ¡Pita, siempre Pita!