Por Diana Vegas
Armando siempre prefirió la acción que la disertación, lo colectivo que lo individual, prefirió la libertad que la dominación, la modernidad que la tradición, la autonomía que la sujeción, prefirió la participación que la inercia, el emprendimiento que el populismo, lo civil que lo militar y definitivamente prefirió siempre la cooperación que la rivalidad.
Armando se conectaba más con la celebración que con la solemnidad, con el reconocer que con el criticar, prefirió confiar que sospechar, atreverse que titubear, practicaba más la generosidad que la mezquindad, prefirió la ingenuidad que el cinismo, el acompañamiento que la ayuda, pensar en grande que en pequeño, crecer que achicarse, abrir que cerrar y definitivamente siempre prefirió la esperanza que el desaliento y no porque no hubiera suficientes razones para la pena y el lamento.
Le importaba la estética, porque nos mostró una y otra vez que no está reñida con la austeridad, “las instalaciones que construiremos para servir a los sectores populares deben ser hermosas”, y esto que parecería una trivialidad ha resultado ser muy sustantivo, porque como nos enseñaron Mario y Ana Kaplún hace varias lunas, el fondo y la forma son igualmente relevantes; la belleza importa para servir mejor, para mostrar respeto y reconocimiento a quienes servimos, eso es impronta de Armando y hoy día sello de CESAP.
Un hombre muy humano, aterrizado, realista y a la vez soñador, valiente, que no es lo mismo que envalentonado, lograba despejar los nubarrones propios de las incertidumbres con un tenue soplido, sin aspavientos, tal como los indígenas waraos espantan las nubes de lluvia. Es de las mejores enseñanzas, decidir de forma inequívoca surfear las adversidades sin drama, sin miedo, porque debemos confiar que siempre saldremos adelante, por más complicado que parezca, seguro que podremos resolverlo.
Con esa misma valentía enfrentó su propia muerte: “He sido un hombre feliz, he hecho un buen trabajo, lo que hemos creado funciona, ya es suficiente, estoy cansado, quiero morir y tengo derecho a morir”. Sus doctores se preocupaban porque no lo habían visto entregado de esa forma, y sugerían traer a algún psiquiatra, pero aquella sentencia era un clamor irrefutable que no estaba sujeto a reinterpretaciones o malabares de labias sanadoras.
Pues se fue y ya Armando por fin es libre,… eso de cambiar el gusto que le producía apretar el acelerador por la Cota Mil, por avanzar frágil en una silla de ruedas, por más ergonómica y supersónica que la consiguiéramos, no era lo suyo; comer todos los días pollo desmechado desabrido, acompañado de alguna sustancia hecha puré, respirar con extrema dificultad, tenerse que parar de la silla con la ayuda de un tercero indeseable, no oír lo que hablan a su alrededor que parece tan interesante y divertido, usar un bastón, no poder ir a diario a su oficina, visitar regularmente médicos, hospitales y farmacias, en fin, decidió que así no.
No hay duda que subió derechito al cielo, seguramente sin pasar por ninguna alcabala, es evidente que, visto lo visto, vino a este mundo y a este país, a hacer el bien; pero por si hubiere algún tropiezo en esa ascensión celestial, toda su gente de CESAP, del 23 de Enero, de tantas organizaciones y movimientos, de partidos políticos, periodistas, académicos, junto a la Iglesia Católica le regalamos una hermosa ceremonia de despedida, presidida por el Cardenal Urosa, cuatro Monseñores y una docena de sacerdotes que concelebraron la misa; se juntaron tantos afectos en verdadera comunión para agradecer la vida, la inspiración y la sabiduría que Armando nos ofrendó siempre generoso.
Armando, descansa en paz, no nos pierdas de vista, sigue iluminando el camino para todos.