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Aprendamos de los niños

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Vivimos tiempos duros, llenos de dificultades para vivir como seres humanos. No vamos a repetir los desastres que causan los malos gobiernos, que son de todos conocidos y padecidos. Vamos más bien a fijarnos en los niños, que viven confiados en los adultos de su familia y de su escuela, que abren admirados los ojos del entendimiento al aprender tantas cosas bonitas cuando estudian.

Antiguamente los niños eran totalmente ignorados por los adultos. Los ponían a trabajar temprano en los campos y cuidando rebaños de ovejas. Algunos más hábiles aprendían carpintería y construcción. Solo importaba lo que eran capaces de producir. Jesucristo se rebela contra este concepto que los minusvalora tanto: nos cuenta Marcos (Mc 10, 13-16) que los discípulos les reprendían por querer tocar a Jesús. Pero Jesús se enoja con ellos y les replica: “Dejen que los niños se acerquen a mí; no se lo impidan, porque el reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro, el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y les acariciaba y les bendecía. Jesús muestra un cariño por los pequeños totalmente novedoso en un hombre adulto de su tiempo.

La cultura actual no se diferencia mucho de la antigua, empezando por permitir matar al niño en el vientre materno en algunos países. Cuando va creciendo, supone un estorbo para matrimonios mal avenidos. Gracias a Dios quedan todavía muchas familias en las que los niños son muy queridos. Pero los adultos no hemos aprendido de ellos actitudes básicas frente a la vida, en las relaciones con los demás, en la admiración por la naturaleza, en el cuidado de la Casa Común. Frente a la vida ellos tienen una actitud básica de asombro y agradecimiento. Frente a los parientes cercanos, de cercanía y cariño. Frente a la naturaleza, que es nuestra Casa Común, de curiosidad y aprendizaje. Ellos son receptivos al máximo y tienen un sexto sentido para saber quiénes los quieren, y a ellos les devuelven un afecto confiado y desprendido. 

Alguno podría objetar que este cuadro que yo presento es demasiado idealista, que los niños también son caprichosos, envidiosos, peleones. Es verdad hasta cierto punto y eso ocurre cuando viven en una familia peleona y desunida. Pero Jesús dijo esa frase tremenda de que los que no son como ellos no sabrán formar parte del reino de Dios. ¿A qué reino se refería? A una sociedad en la que reina el amor y la paz, como la que queremos actualmente para Venezuela. Y esa sociedad se construye cuando se dialoga con sinceridad, se perdona, se ayuda, se comparte, se reprende cuando hace falta, se cambia el corazón. Los niños lo tienen limpio: no roban de los bienes públicos, no fingen ni engañan, no disimulan, no causan violencia. De ellos tenemos que aprender para los tiempos tras el 28 de julio.

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