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El apocalipsis de Juan: un testimonio de perseverancia y esperanza

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P. Aníbal Lorca, SJ.

A modo de introducción

El texto que el lector tiene en sus manos, no pretende ser un estudio profundo del Apocalipsis de Juan. Nuestro deseo, reconociendo que es un material divulgativo, es presentar algunas ideas que puedan suscitar reflexiones personales sobre la realidad. Es un material que busca generar esperanza cristiana en nuestros lectores. Considerando este objetivo hemos decidido estructurar el material en tres partes: 1) “El apocalipsis”, este apartado presenta en líneas generales qué es un género apocalíptico y lo específico del Apocalipsis de Juan; 2) “Un libro de resistencia y esperanza”, aquí se presenta el contexto en el que suele surgir este tipo de literatura y su pretensión de animar e incentivar a sus lectores para no desfallecer en las situaciones adversas; 3) “El símbolo en el apocalipsis”, este último apartado nos presenta la vigencia, lo catártico y lo terapéutico que es el Apocalipsis de Juan, gracias a su lenguaje simbólico. Finalmente, ofrecemos un apartado con algunas ideas a modo de conclusión. Si el presente texto suscita en el lector el deseo de seguir profundizando en esta literatura y su la realidad, con anhelos de producir cambios, daríamos por alcanzado y superado el objetivo de este escrito.

El apocalipsis

El género apocalipsis

Es un género literario cuya etimología procede de apocalipsis (ἀποκάλυψις) que significa “desvelar” o “quitar el velo”. De ahí que el último libro de la Biblia se le suele llamar revelación. Ahora bien, esto es propiamente lo que pretende esta literatura, busca desvelar la realidad más profunda en determinados contextos. No es casualidad que este género literario nace en contextos de poca claridad para tomar decisiones sociales, es decir, en un contexto de dificultades, persecuciones y, sobre todo, en contextos de impotencia política.

Por ello, este género cargado de imágenes y símbolos floreció entre el s. II a. C y el s. II d. C[1]. tiempo en el cual surgió la persecución de Antíoco IV Epífanes, la guerra de los Macabeos, las intrigas por el poder sobre el territorio palestino de aquel momento, la invasión romana con sus respectivas resistencias, etc.

Como género, sus contenidos, sus formas literarias (visiones, oráculos, revelaciones…), se centran en el desarrollo de la historia contemplada como ocurriendo en el futuro, aunque en realidad el autor ya la había vivido en parte. Y en la cual es de suma importancia el anuncio del triunfo de Dios sobre las fuerzas opuestas a la dinámica de su Reino[2].

Entre la amplia producción de obras de este género durante estos siglos, tenemos el libro de Juan, solo que esta obra posee algunos matices que le distinguen de los otros libros, por ejemplo, en ésta se contempla el futuro con la esperanza de la llegada del mesías y con una perspectiva profética (Ap 1,3) que conecta al autor y al lector con la realidad que tanto uno como el otro viven[3].

Su relación con el género profético

En el fondo la apocalíptica expresa la experiencia de un pueblo que interpreta su realidad con sabiduría y la describe con gran dramatismo, con potentes imágenes y símbolos que ayudan a entender el mundo y a cambiarlo[4]. Estos autores se preocupan por las realidades más profundas de la historia. “Por un lado, supone que todo termina (se acaba el orden actual de la historia); pero al mismo tiempo, como videntes sabios, ellos son capaces de penetrar en el orden superior de la realidad…”[5]. Sin embargo, existe un peligro con un cierto futurismo que algunas personas ven en este género. Este tiende a alejarse de la realidad creyendo que cualquier solución a los conflictos de la realidad se conseguirá en el futuro.

El apocalipsis de Juan, gracias a su carácter profético, se distancia de cualquier postura futurista o de fuga mundi. Ciertamente Juan no esperaba la conversión del imperio romano, pero sí esperaba la metanoia de los cristianos para que rechazaran la estructura social y económico en el cual vivían[6]. Por ello, el apocalipsis nace en un contexto de insatisfacción con la cultura dominante, en un contexto de crisis general de valores[7].  En este contexto, y cuidando al cristiano del peligro de alienación, el vidente presenta su obra como profecía (Ap 1,3). Y en verdad este apocalipsis es profético. El profetismo no se queda de brazos cruzados, “sino que pide una reforma del sistema; no lo rechaza en bloque, sino que reclama su adecuación[8]. No solo eso, sino que el apocalipsis va más allá, éste bien entendido pide además una revolución total. De modo que, mientras que el lenguaje profético podría quedarse en lo reformista, el lenguaje apocalíptico llega a ser revolucionario[9]. Sin embargo, esto no es suficiente para el cristiano.

En este sentido afirma Girbés: “De cuanto hemos dicho hasta ahora podemos deducir que la cultura apocalíptica tiene históricamente dos salidas posibles: una revolucionaria-cuando los apocalípticos deciden intervenir en primera persona para acelerar el final del orden viejo-y otra mística– cuando se aplica una resistencia pasiva-activa, dejando a Dios la función de gobernar la historia hacia su final inevitable-. No hay duda de que la única forma que puede asumir legítimamente un apocalipsis cristiano es la mística”[10]. Es decir, es una postura activa en cuanto que el cristiano asume su responsabilidad en la historia; pero, es pasiva porque se reconoce que la palabra final la tiene Dios.

La palabra “mística” no está usada aquí en sentido vago, tergiversado. Aquí el místico es el hombre de ojos abiertos hacia a Dios. Es un hombre que contempla el mundo al mismo tiempo desde la perspectiva del ser humano, como desde la perspectiva de Dios, señalando elementos de su contexto que escapan a la gran mayoría de las personas. La etimología de esta palabra viene del griego μυστήριον (mysterion) que a su vez procede de μύστης (mýstes) que significa “iniciado” y que se deriva del verbo μύω (mýo) “cerrar los ojos”, aunque más propiamente “cerrar los labios”[11]. En todo caso aquí lo entendemos como un iniciado, alguien que sabe penetrar los “misterios” revelados y sabe captar la realidad más profunda, sin quedarse en las apariencias. “El místico se esfuerza por cambiarse a sí mismo en favor del cambio del mundo. El revolucionario, en cambio, lucha por cambiar el mundo ilusionándose con que también algún día cambiará el mismo”[12]. En este sentido el místico no es una pietista, sino un sujeto responsable con su compromiso histórico que reconoce en Dios al único Señor de la Historia. Además, reconoce que todo cambio verdadero de la realidad parte de su propia transformación.

Un libro de resistencia y de esperanza

Contexto en el que surgen los apocalipsis

Esta literatura no nace como resultado de la curiosidad por saber, sino para ayudar a los destinatarios en las pruebas. Es una literatura de los perseguidos o insatisfechos frente a un sistema opresor, es una literatura que permite al hombre afrontar la realidad en medio de un sistema adverso al plan de Dios (a la dignidad humana). Por ello, en esta literatura como en el apocalipsis de Juan, se conjugan violencia y esperanza[13].

Partiendo de lo dicho arriba, podemos entender cómo Juan rechaza las pretensiones del imperio romano en Asia, donde se pretende imponer un modelo económico y social que conduce a los fieles al abandono de su fidelidad cristiana. El imperio jugaba a una cierta tolerancia permitiendo a los individuos y grupos practicar sus creencia religiosas y sociales en el ámbito de lo privado. Ahora bien, esta estrategia pretendía alcanzar una cierta “nivelación estatal” por medio de una comida con carne sacrificada a los ídolos del imperio y una “vinculación social” que se impone a todos por igual. De este modo, lo que unos llaman fidelidad normal al imperio benefactor es para Juan y los cristianos un sometimiento político[14].

Así, el libro se debe comprender en el drama de las siete iglesias de Asia (Ap 2,1-3,22), las cuales enfrentan persecuciones, tensiones internas y externas por su estilo de vida a finales del s. I d.C. En este contexto Juan se dirige a estos cristianos para animarlos a perseverar, mantenerse fieles y no identificarse con el imponente mundo pagano[15].

Mientras la iglesia de Palestina vivía con unos ciertos conflictos con el imperio romano por su estrategia de gobierno en este territorio, la iglesia de Asia corría el riesgo de asimilarse al imperio por los “beneficios” que este le proporcionaba. En este sentido, el contexto socio político de estas iglesias es diferente al contexto de los creyentes en Palestina. Los fieles en estas iglesias tenían ciudadanía romana, en ese contexto la cultura romana era hegemónica y compartida a nivel social.  Su estructura era aceptada como una realidad de hecho[16]. De este modo el contexto fue idóneo para que se impusiera el imperio más por la persuasión que por las armas. “El poder del imperio se ejercía, sobre todo, en las conciencias, y por eso el control de la educación era considerado central”[17]. Además de un excelente sistema de propaganda para incidir en las conciencias de las personas. Podemos decir que los romanos fueron los primeros en usar la propaganda a gran escala como instrumento político[18].

En este contexto, el culto al emperador Domiciano era muy importante, ya que él se había atribuido los títulos de “señor y dios” y el culto se fue haciendo algo vinculante. De modo que, en este contexto el peligro para los cristianos no era tanto el de las persecuciones como el compromiso moral [19]. En medio de esta realidad muchos cristianos corrían el peligro de querer conciliar sus ideales con la cultura del imperio[20]. Por consiguiente: “¿cómo resistir a la presión cultural del imperio?, ¿cómo escapar del encanto de la vida romana? He ahí el porqué fue escrito el libro del apocalipsis. No para resistir a una persecución física – que todavía no se había iniciado-, sino para reaccionar ante el debilitamiento de la fe que Juan descubre en las 7 Iglesias, que estaban perdiendo su pureza original dejándose arrastrar hacia el laicismo”[21].

Conociendo los datos descritos no es difícil establecer una relación entre el contexto de Juan y el nuestro. Quizás es tiempo de realizarnos algunas preguntas que nos permitan ver qué de apocalíptico hay en nuestra realidad y cuál debería ser nuestra respuesta como cristianos.

La resistencia y la esperanza 

El apocalipsis de Juan, el cual combina apocalíptica y profecía, es un libro que invita a la resistencia con esperanza. La resistencia enmarcada en la perspectiva de un proyecto coherente con la propuesta de Jesús y con la certeza de que esto no es una utopía, sino un proyecto.  Por ello:

“El Apocalipsis no puede encerrarse en un plano espiritual, pues sus problemas son también culturales y económicos. Todo es religioso en el Apocalipsis (símbolos de Dios, visión del Cordero degollado, nueva Jerusalén), siendo social: los cristianos de Asia deben vincularse como iglesia, rompiendo el círculo de opresión que traza Roma (cfr. 18,4), sin convertirse en puro grupo de identidad espiritualista. Las visiones del Apocalipsis sirven para alimentar la resistencia de los cristianos, ayudándoles a mantener su fidelidad mesiánica en las nuevas circunstancias socioculturales”[22].

En este sentido el cristianismo no es solo ortodoxia, sino ortopraxis, busca respuestas creativas y coherentes con la propuesta de Jesús. Así, el libro de Juan está destinado a volverse una guía cristiana para nuestra ortopraxis, evitando el peligro del pragmatismo[23], “… se me ha puesto de manifiesto que si, por una parte, el libro nos va descubriendo la fuerza del “Imperio” y su naturaleza perversa y malvada, y en definitiva antidivina, por otra, y al mismo tiempo, nos ofrece estrategias para resistir a su influencia, nos libera de la sugestión de su propaganda ofreciéndonos las armas de una resistencia interior que nos abre paso a la verdadera esperanza”[24].

Así se hace posible el deseo de hacer realidad nuestra esperanza, puesto que el apocalipsis nos permite comprender que, a pesar de la aparente fuerza del imperio romano, este tiene sus días contados[25].  En el apocalipsis se puede ver lo que se está viviendo ya, pero aún no plenamente. Por eso, el autor del libro termina demandando la venida del Señor: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20). Esta súplica resuena en 1Cor 16,22 cuando Pablo escribe “Marana tha”. Esta expresión, según el énfasis, puede afirmar la llegada del Señor, “El Señor ha venido” o puede hacer referencia a una invocación “¡ven Señor!”. El apocalipsis nos recuerda que el Señor ya ha llegado, aunque su llegada no se ha realizado de modo definitivo[26].

En este sentido, el Papa Benedicto XVI en su catequesis afirmaba que el libro del apocalipsis nos ofrece un “manual de gozo” porque nos presenta o indica el camino a través del cual el cristiano puede alcanzar el sentido último de su vida y su vocación humana[27].

El apocalipsis como libro simbólico

No es un secreto que entrar en el libro del apocalipsis consiste en adentrarse en un mundo marcado por el símbolo, el cual por su naturaleza tiene la capacidad de expresar o comunicar más que las palabras. Esta capacidad se debe al carácter siempre abierto del símbolo. Por ello, el apocalipsis de Juan es un libro siempre vigente donde quiera que haya personas en situaciones contrarias al proyecto de Dios. En otras palabras, es un libro con un mensaje actual para nuestra sociedad y, en especial, para los cristianos de hoy.

Ahora bien, no se trata de entrar en este libro para decodificar un código, sino para entrar en su lenguaje y acoplarse de tal modo que podamos estar como en casa, es aprender a sentir y leer la realidad desde este lenguaje capaz de indagar más allá de las apariencias[28]. Estamos ante un lenguaje capaz de expandir su campo semántico para dar cuenta de una difícil y esperanzadora realidad.

Es un libro repleto de símbolos, y por ello, un drama tanto literario como religioso, que se puede entender comprendiendo sus símbolos. Sin embargo, no debe ser interpretado solo en el plano histórico o literario, lo cual podría confundir su sentido[29]. Es necesario reconocer que fue escrito en una comunidad de fe para una comunidad de fe. Por lo tanto, se debería interpretar en esta tradición. Pero, además, debe tenerse en cuenta el carácter creador de la imaginación, es decir, un cierto carácter performativo del símbolo que puede crear realidades al interior del ser humano, las cuales pueden transformar la realidad exterior.

Por ejemplo, como nos recuerda Girbés: “La constatación de la primera y fundamental visión de Juan nos invita a hacer estas reflexiones que atañe a la figura del Cordero, quien, a pesar de llegar a estar degollado, permanece en pie (cf. Ap 5,6) en el mismo trono en el que se establece Dios”[30].  El Papa Benedicto XVI a propósito del texto nos dice en su catequesis citada arriba que este fragmento nos entrega dos mensajes:

  1. Jesús, aunque muere en un acto de violencia, en lugar de quedar desplomado en el suelo, se mantiene paradójicamente firme de pie.
  2. Jesús porque murió y resucitó comparte plenamente el poder real y salvífico de su Padre. Jesús siendo Hijo se encuentra en la Tierra como “un cordero indefenso, herido, muerto, y, sin embargo, permanece en pie, firme, ante el trono del Dios y participa del mismo poder divino. Tiene en sus manos la Historia del mundo”[31].

Estos dos mensajes nos sugieren que los hijos de Dios, en medio de las grandes calamidades pueden permanecer resistiendo las adversidades, siendo conscientes de las posibilidades que se encuentran escondidas en las profundidades de la realidad. La Historia de la humanidad nos permite constatar que el ser humano estando aparentemente indefenso ante situaciones de violencia, incluso algunos dando sus vidas (mártires), ha sabido resistir y rescribir la Historia. Con sus vidas han escritos nuevos capítulos de la Historia. Justamente es la vocación del cristiano que el apocalipsis viene a recuperar. Que los cristianos se crecen en los momentos difíciles (esperanza no ingenua, si no que nace de la fe y de una lectura profunda de la realidad) y son capaces de donar sus vidas por el proyecto de Dios porque son conscientes de que el grano de trigo muriendo da frutos (Jn 12,24).

El carácter terapéutico del símbolo

Un elemento importante de esta literatura y, sobre todo, del libro del Apocalipsis de Juan, es su carácter terapéutico. El símbolo en cuanto catártico es sanador, así, el apocalipsis como libro simbólico es catártico y en consecuencia sanador. Como lo recuerda Pikaza:

Juan ha escrito un psicodrama de la historia en clave cristiana, ofreciendo símbolos que nos capacitan para entender la realidad y, sobre todo, para organizar nuestra vida interna. Podemos verlo como manual de sanación mental en clave de imaginación, tanto en plano negativo (proyectar miedos y males, expulsándolo fuera de nosotros), como positivo (nos ayuda a descubrir nuestra bondad interna, nos hace reconciliarnos con nosotros mismos). Esta lectura es necesaria, siempre que no sea una evasión existencial[32].

Ahora bien, ¿en qué sentido lo catártico es terapéutico? Ya desde Aristóteles en la tragedia este tema ha estado presente. En la tragedia se suscitaban dos pasiones, el temor (espanto, estremecimiento) y la compasión (aflicción, conmoción afectiva), estas emociones psicosomáticas básicas sufrían en el espectador una modificación mediante la catarsis. Una “purga (kátharsis) que procuraba alivio, placer o serenidad. Esta purgación no se agota en su acción momentánea, sino su misión consiste en ordenar la vida psíquica, de modo que impulsos y apetitos irracionales quedasen subordinados a lo que es superior en el alma, la inteligencia (nous)[33]. El apocalipsis puede generar esta descarga que permite afrontar las vicisitudes de la vida a través de los símbolos. Por ello, el libro presenta la historia de un pueblo que está simultáneamente afrontando las contrariedades de la vida, sanado su interioridad y sentando las bases de una realidad diferente. Y todo esto desde la perspectiva cristiana, teniendo frente a sí la imagen de aquel Cordero degollado y, aún así, de pie. En el apocalipsis el momento catártico sana y permite al cristiano seguir en marcha por esta historia.

Lo simbólico saca lo más humano del humano

Un buen ejemplo del texto de Ap 6,5 y del carácter terapéutico del Apocalipsis, salvando algunas distancias, lo podemos encontrar en Olivier Messiaen (nacido el 10/12/1908). En el contexto de la prisión, después de la batalla de Francia, el 15 de febrero de 1941, frente a unas treinta mil persona, presentó su “cuarteto para el fin de los tiempos” para los cuatros instrumentos con los cuales contaba: piano, violín, violonchelo y clarinete. En esta obra el autor tocó un tema medular en el Apocalipsis, el “tiempo”. En aquellas condiciones deplorables y aparentemente abatido (pero de pie), Messiaen se refugia en esta literatura terapéutica/catártica y ve posibilidades en una realidad más profunda que otros no veían, traduce estas en un lenguaje musical (simbólico) y transforma su realidad. Se abre a la esperanza de un cambio, cuyo primer paso es resistir. La obra de este autor es una verdadera catarsis terapéutica. Messiaen a través de un tema apocalíptico (el tiempo) acogió la fuerza de lo simbólico y recreo su vida, así desde la prisión inició una vida que ya se daba, pero no de forma plena. Olivier Messiaen murió el 27 de abril de 1992 a la edad de 83 años.

Podemos decir que no cabe duda de que el ser humano es capaz de acciones sublimes, en medio de las peores situaciones, Tolentino nos presenta otro caso en su obra “La mística del instante”:

“Recuerdo ese documento humano irrenunciable que es el diario espiritual que Etty Hillesum escribió en el campo de concentración. En las horas más oscuras de la historia contemporánea, y sin expectativas de ser escuchada, confesó: «Qué extraño es esto. Hay guerra. Hay campos de concentración. Las pequeñas crueldades se amontonan cada vez más […] conozco la gran cantidad de sufrimiento humano, que va en aumento. Conozco la persecución y la opresión […] Lo sé todo y voy acumulando cada trocito de realidad que me llega. Y, aun así, en un momento de descuido y de abandono, me encuentro de repente en el pecho desnudo de la vida. Sus brazos me rodean muy suavemente, me protegen y soy totalmente incapaz de describir sus latidos del corazón: son tan lentos y regulares y suaves, casi apagados, pero constantes, como si no quisieran parar jamás”[34].

A modo de conclusión. Nuestra situación

Del modo como se ha presentado la literatura apocalíptica y el libro de Juan, podemos afirmar que en cada momento de la Historia en alguna parte del mundo la situación es propicia para que la apocalíptica se presente como un género de resistencia y esperanza. Corresponde a cada cristiano verificar si se encuentra en tales situaciones, es decir, un contexto de sufrimiento económico, fuertes dificultades sociales e impotencia política.

A esto se suma las crisis de ideología y de religión que representan verdaderos caldos de cultivo para la apocalíptica, pero, no cualquier apocalíptica que puede alienar al ser humano, sino la apocalíptica de Juan que es al mismo tiempo profética (con asidero en la realidad), terapéutica-catártica, esperanzadora y mística porque es a su vez lectura de la realidad más profunda y puesta en marcha para darle una respuesta desde una perspectiva teologal.

Aún en la actualidad existe realidades sutiles, equivalentes a las que percibió el vidente Juan, que nos hablan de un contexto apocalíptico. En este caso no se trata de “una entelequia política, sino una concepción de la vida, un imperio cultural, un poder persuasivo que es, en parte, una ideología de mercado sin regla, donde el hombre desaparece entre los engranajes de la economía[35], y, en parte, llega a ser una ideología relativista muy útil en este imperio del mercado”[36]. Frente a esta situación podría decir que nuestro mundo es apocalíptico.

No en el sentido de que el fin del mundo esté más próximo ahora que el tiempo del emperador Domiciano, sino en el de que-como ocurría en la sociedad romana-los puntos de tensión hoy existentes están tan corrompidos que la situación parece que va a estallar de un momento a otro. Igual que en el Imperio romano, se advierte también (…) un molesto sentido de declive y de decadencia. Se aprecia la presión de ellos “bárbaros” como si estuvieran en la misma puerta; se empieza a comprender que el mundo está entrando ya en el ocaso y se advierte la angustia de que con ello llega también el declive de nuestra cultura. Al igual que la sociedad romana, nuestra sociedad parece estar a la espera de un paradigma que vuelva a redefinir las condiciones y el estilo del coexistir social[37].

Quisiéramos terminar con dos figuras alentadoras para un cristiano, sobre todo, en nuestro mundo. Reconocer que el mal es como un uróboro que se devora así mismo. Mientras que el bien puede llegar a ser como la figura del pelícano en el cristianismo antiguo. Según la tradición esta ave es capaz de herirse para alimentar a sus crías con su propia sangre. Por este motivo se relacionaba a Jesucristo con esta ave. El cristiano en medio de las vicisitudes está llamado a la donación y acción esperanzada, con la conciencia de que el mal no es radical y que en definitiva se autodestruye, lo radical es la caridad que transforma.

Ahora bien, como lo afirma Girbés;

Frente a esta exigencia, el libro del “Vidente de Patmos” ofrece respuestas muy actuales y recoge lo que de bueno hay en la mentalidad apocalíptica, purificándola de un exceso. En efecto, no todo apocalipsis puede denominarse cristiano (…), veremos cómo una equilibrada visión cristiana de la realidad no nos lleva a huir del mundo, lo que equivaldría a una vuelta al actual estado de cosas y reduciría la fe a un ámbito privado y subjetivo, quitándole toda incidencia social e incluso política. Desde sus comienzos, el cristianismo ha comprendido la exigencia de estar en el mundo, sin embargo, si queremos comprender las “visiones” de Juan, debemos sentir el anhelo de cambio que llevan consigo; deberemos desear la revuelta contra el sistema, que regula nuestras vidas; deberemos desear no solo una vida nueva, sino, sobre todo, vivirla en un mundo nuevo. No en vano, una de las frases cruciales de este libro es esa en la que Dios, llegando al final del drama, dice: “¡mira, hago nuevas todas las cosas!” Ap 21,5.

Notas

[1] En este periodo surgen varias obras, entre las más relevantes tenemos: El libro de Daniel, fragmentos del libro de Isaías, de Ezequiel, de Zacarías, el libro de los Jubileos, el libro de Henoc, el testamento de los doce patriarcas, entre otros.

[2] Domingo M., L. (2007). Apocalipsis. Desclée de Brouwer. (Comentario a la Nueva Biblia de Jerusalén). p. 12.

[3] Ibid.; p, 11-12.

[4] Pikaza, x. (2002). Apocalipsis: Guías de lecturas del Nuevo Testamento 17. Verbo Divino. p. 13.

[5] Idem.

[6] Ibid.; p, 21.

[7] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 22-23.

[8] Ibid.; p. 23.

[9] Revolucionario en el sentido que lo expone Thomas K. Como un cambio de paradigma. Cfr. Kuhn, T. (2004). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica. Argentina, 2004.

[10] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 25.

[11]Diccionario etimológico castellano en línea. (Consultada el 27/05/2024). https://etimologias.dechile.net/?misterio#:~:text=La%20palabra%20misterio%20viene%20del,desconocida%20que%20le%20damos%20hoy.

[12] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 25.

[13] Pikaza, X. (2002). Apocalipsis: Guías de lecturas del Nuevo Testamento 17. Verbo Divino. p. 14.

[14] Ibid.; p, 20.

[15] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 12.

[16] Ibid.; p. 19.

[17] Idem.

[18] Idem.

[19] Ibid.; p. 20.

[20] Idem.

[21] Idem.

[22] Pikaza, X. (2002). Apocalipsis: Guías de lecturas del Nuevo Testamento 17. Verbo Divino. p. 21.

[23]Ibid.; p. 25.

[24] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 14.

[25]  Ibid.; p. 15.

[26] Ibid.; p.  16.

[27] Benedicto XVI, Catequesis del 23 de agosto de 2006.

[28] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 22.

[29] Pikaza, X. (2002). Apocalipsis: Guías de lecturas del Nuevo Testamento 17. Verbo Divino. p. 26.

[30] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 15.

[31] Ibid.; p. 16.

[32] Pikaza, X. (2002). Apocalipsis: Guías de lecturas del Nuevo Testamento 17. Verbo Divino. p. 25.

[33] Figueroa C., G. (2014). Freud, Breuer y Aristóteles: catarsis y el descubrimiento del Edipo. Revista Chilena de Neuro-psiquiatría.  52 (4): p. 264-273.

[34] Tolentino M., J. (2020). La mística del instante: El tiempo y la promesa. Verbo Divino, Navarra. p. 25-26.

[35] Un ejemplo de esto es la realidad poco mencionada del Arco Minero del Orinoco (Este ejemplo no pertenece al texto citado).

[36] Aliaga G., E. (2013). El Apocalipsis de Juan: Lectura teológico-litúrgica. Verbo Divino. p. 14.

[37] Ibid.; p.   13.

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