Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Antipolítica vs. conciencia democrática

Crédito: REUTERS

La incesante lucha por la libertad y la democracia han sido elementos fundamentales en la formación de la identidad política de los venezolanos. Tras dos siglos de historia republicana, vuelve a enfrentarse cara a cara con una nueva corriente de antipolítica que pone en peligro la resistencia de su conciencia democrática

Por Luis Salamanca

La democracia puede considerarse como el segundo logro político de envergadura de los venezolanos en nuestra historia, después de la independencia. El siglo XIX fue el siglo de nuestra libertad como nación, pero no como sociedad, pues la mayoría de la población permaneció excluida de la vida política y social; una población que, vale decir, no significaba nada, salvo huestes para los caudillos.

Más de un siglo después, la sociedad del siglo XX comenzó una búsqueda sistemática de la democracia que aún nos tomaría unas cuantas décadas más. La democratización entre nosotros no fue impulsada por el Estado (con algunas tibias excepciones) entre 1928 y 1958. Al contrario, contó con su férrea oposición, justificada en una reaccionaria ideología fatalista, según la cual los venezolanos no estaban preparados para escoger a sus gobernantes de manera universal y libre.

Las iniciativas democráticas procedieron de la sociedad desde diferentes trincheras. Estudiantes, intelectuales, gremios, sindicatos y partidos, movilizaron política y cognitivamente a la población que, a pesar de no saber leer y escribir, leía perfectamente el abecedario democrático. La idea democrática corría por las calles del país, era una palabra mágica. Penetró en los rincones de una nación analfabeta. Al final, terminó haciéndose eco de este clamor un sector insospechado: los militares, parteros de la democracia con la ayuda de los civiles.

La democracia completó la libertad política iniciada en 1810, pero también nos dio la libertad social, la que nos liberó de las ataduras de la pobreza, del hambre, de la ignorancia, de las enfermedades crónicas. Todo ello amplió nuestras expectativas de vida de cuarenta años a más de setenta. Llegó un momento en el que el venezolano podía decidir su vida y había un entorno socioeconómico adecuado para desarrollarla.

La democracia nos otorgó un lugar en el mundo y, con ella, atravesamos la mejor etapa de la historia venezolana: sin guerras, con ascenso social y con derechos. El carácter respondón, protestón y peleón del venezolano se recondujo institucional, pacífica y democráticamente. La lucha violenta por el poder devino en lucha reglada, juegos y debates políticos. Aceptamos la presencia legal de todas las doctrinas, incluso la de aquellas que se proponían sustituir a la democracia, vale decir, sustituir al hombre común quien escogía con su voto, competitivamente, quién debía gobernarlo y por cuánto tiempo.

Todo esto fue un proceso de aprendizaje de la democracia a la manera venezolana. Al principio la idea no estaba muy clara, pero se fue aprendiendo en la confrontación por lograrla. Fechas como 1928, 1936, 1946, 1947 y 1958 son hitos fundamentales en el proceso que podemos llamar de “alfabetización democrática”. Esos años fueron de aprendizaje de las primeras letras del gobierno popular. Ello nos legó una identidad política cuyo eje era la libertad de pensar y expresar nuestro pensamiento, verbal, partidaria y electoralmente; sin miedo a ser vigilados.

Sin embargo, luego vino el periodo de ejercicio democrático rutinario, con el cual se esperaba lograr una mayor calidad democrática, pero en el que entramos en un analfabetismo funcional democrático. La democracia se aprende todos los días, y allí colisionamos contra el conservadurismo de los dirigentes democráticos que no querían darle más poder a la gente común. Lo logramos tardíamente, introduciendo la descentralización política, que acercó más el gobierno al ciudadano en su lugar de residencia.

Pero los resultados materiales que alimentaban la libertad social dejaban mucho que desear, y una nueva ola de pobreza azotó a la sociedad. Era el momento de ir hacia una democracia más avanzada, hacia un nuevo esquema distributivo. Debíamos dar el paso de la ciudadanía política a la ciudadanía social, pero para eso se necesitaban nuevos liderazgos políticos y una renegociación social de la democracia. Los años 90 fueron la década de los nuevos líderes y la crisis de los viejos. Los ciudadanos estaban molestos y revueltos y, entre ellos, ganó el que ofrecía borrón y cuenta nueva.

Crédito: EFE
Crédito: EFE

La llegada de Hugo Chávez al gobierno constituyó un choque cultural de profundas y amplias repercusiones sobre el capítulo venezolano de la civilización occidental. La democracia fue objeto de los más fuertes ataques y desprecios por parte de quienes han gobernado en nuestro siglo XXI y, paradójicamente, su demolición se hizo en nombre de la democracia participativa.

Tras su primer triunfo democrático, Chávez ganaba elecciones semidemocráticas y luego imponía una agenda autoritaria. La democracia despotizada se perdía al paso de los sexenios y de sus reelecciones. Cierre masivo de medios de comunicación, ventajismo electoral, conversión de la Fuerza Armada Nacional en una suerte de guardia pretoriana de la revolución y toma de las instituciones del Estado, especialmente, del Poder Judicial, que ha permitido el desconocimiento de los derechos fundamentales de los venezolanos.

Tras la muerte de Chávez, sobrevino una pérdida del vigor electoral del chavismo. El resultado de 2015 mostró el abandono popular a la revolución. Tras ello, sucedió la arremetida de una ofensiva autoritaria de mayor calado con el fin de retener el poder, pues ya no había siquiera elecciones semidemocráticas o semicompetitivas: simplemente no había competencia electoral, salvo cuando no estaba en juego el poder nacional, como ocurrió el 21 de noviembre de 2021. Todo esto ha llevado al país a una situación posdemocrática. El siglo XXI, preñado de promesas de avance en todos los terrenos, ha sido para los venezolanos, entre otras, el de la pérdida de la democracia.

La pregunta obvia que surge a continuación es: ¿qué suerte ha corrido la democracia como cultura política, como hecho social? Es bastante evidente que el país está dominado por unas rutinas autoritarias, no democráticas, pero como se trata de un autoritarismo que fue liquidando los espacios democráticos de manera evolutiva, paulatina, entonces es obvio que no se parece a las dictaduras clásicas, que llegaban de la noche a la mañana mediante algún tipo de golpe de Estado y hacían desaparecer a la democracia en poco tiempo. Aún quedan en pie algunos restos de instituciones democráticas como la Constitución, fragmentos de partidos o alguno que otro medio de comunicación que, con graves limitaciones, pueden aún transmitir las voces democráticas.

Sobre estas ruinas de la democracia bregamos hoy en día. Queda, además, su recuerdo. Los muchos años que la practicamos con entusiasmo o desde una postura crítica. Esa democracia crítica fue lo que permitió a Chávez ganar las elecciones de 1998, a pesar de haber atentado contra ella en 1992. Sin embargo, su preferencia valorativa no era la democracia. Quería un gobierno autoritario electivo con electores controlados socialmente. La democracia era una “tiranía”, como lo dijo Chávez en El libro azul. Ni Chávez ni Maduro creían en la democracia representativa. Las pruebas son muchas y evidentes, baste recordar que ambos demolieron el Parlamento, uno con el cierre y el otro con su desconocimiento como poder del Estado.

¿Cómo vivió el venezolano este ataque a la democracia? Una mayoría con entusiasmo, pero creyendo que aquello era un ejercicio democrático. La otra parte viendo cómo se llevaban la democracia por delante. Al final, ambos grupos de venezolanos se juntaron. Los reunió la pérdida de la libertad política y social.  Los juntó la debacle del modo de vida legado por el siglo XX y pidieron la vuelta a la democracia para recuperar su libertad y las formas de igualdad social obtenidas.

Créditp: Picture alliance. B.Vergara
Créditp: Picture alliance. B.Vergara

Un día de 2014, comenzó la gran depresión de siete años, causante de una pérdida del 80 % de la economía, que era, en 1998, la cuarta de Latinoamérica y en 2021 estaba entre las últimas. También perdimos la libertad económica, que hoy Maduro trata precariamente de recuperar para reactivar la economía.

El impacto sobre la identidad nacional fue demoledor. Nuestras creencias democráticas fueron desafiadas. Los venezolanos se encontraron a sí mismos en un cuadro de decepción por la estafa emocional y moral de la revolución. Aquel no era el país ofrecido por Chávez. La sociedad que se levantaba ante sus ojos atónitos era una sociedad para gente pudiente y rica, no para pobres. De pronto apareció un país de exquisiteces y extravagancias, que no era ni el país clase media destruido por la revolución, ni el país ofrecido para los pobres por Chávez. Una sociedad darwiniana es la que se levanta y nos amenaza con sus múltiples rostros: bodegones, hipermercados, restaurantes aéreos, estadios de béisbol de grandes ligas, megatiendas de marca, una venta exclusiva de ferraris y, por demás, todo dolarizado. La revolución popular dio lugar a un modo de vida dolarizado, apto para pocos.

En medio de todo este derrumbe, hubo un intento opositor por volver a la democracia. Su fracaso, al no medir bien la fuerza que tenía, ha agregado más decepción a la ciudadanía y hasta una nueva corriente de antipolítica ha surgido. La desesperación social ha hecho pensar a muchos que no hay salida. Huir de la realidad parece ser la respuesta, pero nadie escapa de la política, sobre todo de la autoritaria. Así como en los años 90 surgió la antipolítica que llevó a Chávez al gobierno, así resurge en estos tiempos, pero con la diferencia de que el régimen actual no deja expresarse a la gente como lo hizo la democracia en 1998.

Pese a estos ataques, el venezolano mantiene la identidad política democrática adquirida antes de 1998 y reafirmada en su lucha contra el autoritarismo. Resiste desde esa conciencia. Esta será la base de la búsqueda de la democracia perdida. El año 2024 será una oportunidad política a ser aprovechada a este respecto, conscientes de que el régimen tratará de impedirlo.

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos