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Ante la actual situación venezolana

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Foto: Archivo Web – Guzmán Carriquiry Lecour

Por Guzmán Carriquiry Lecour

“¡Qué lamentable que la consigna y la utopía de un ‘socialismo del siglo XXI’ queden degeneradas por el régimen autocrático y cada vez más liberticida del presidente Maduro, en total fracaso económico y miseria social!”

Así yo lo señalaba a comienzos de este año, en un texto (bajo el título de “Post data”) publicado en la página oficial de la Comisión Pontificia para América Latina, en el que examinaba la actual coyuntura política en América Latina, auspicando “un gran proyecto alternativo de reconstrucción nacional y movilización popular” para Venezuela.

Pues bien, pocos días después, el creciente descontento incubado en un cuerpo social cada vez más sufrido estalló en grandes manifestaciones populares. Fue, sobre todo, la escasez de alimentos y medicinas lo que provocó ese estallido. Se coaguló además en torno al liderazgo de Guaidó, presidente de la Asamblea Legislativa, proclamado por ésta, el 23 de enero pasado, Presidente de Venezuela, apelándose a textos constitucionales. El reconocimiento de Guaidó como Presidente legítimo del país por parte del Presidente Trump, seguido inmediatamente por la mayoría de los gobiernos de países latinoamericanos y europeos, así como por el Parlamento de la Unión Europea, por una parte, y por otra parte, la solidaridad con el régimen de Maduro de Rusia, China, Turquía e Irán, han puesto esta dramática situación venezolana en el centro de la atención mundial.

Cuando comenzó a acelerarse la crisis venezolana, el papa Francisco no quedó por cierto en silencio. Al contrario, tres veces sucesivas intervino sobre esta difícil y tensa situación, asumiéndose el riesgo de ser “mal interpretado”. Desde Panamá, durante la Jornada Mundial de la Juventud, el papa Francisco abogó por “una solución justa y pacífica para superar la crisis, en el respeto de los derechos humanos y buscando exclusivamente el bien de todos los habitantes del país”. Pocas horas después, conversando con los periodistas en el vuelo que lo llevaba de vuelta a Roma, afirmó: “La sangre no es una solución (…). Tengo que ser Pastor, de todos. Y si hay necesidad de ayuda, que la pidan de común acuerdo.

Éste es el camino”. Y también el 5 de febrero, volviendo del extraordinario viaje apostólico en los Emiratos, el Papa recordó que la Santa Sede sigue con mucha preocupación la situación venezolana desde hace años y que intervino desde el año 2016 para facilitar el diálogo.El resultado de aquella intervención desgraciadamente fue “nulo, humo”. El Papa Bergoglio dijo que tenía que tenía que entrar en conocimiento de la carta que le había enviado Maduro solicitándole una mediación, pero que la primera condición era que ambas partes la pidieran, agregando que “nosotros estamos siempre dispuestos”.

Es obvio, exigido por su propia misión, que la Iglesia esté dispuesta a facilitar todo diálogo o negociación, incluso una mediación, si las condiciones la hacen razonable, realista y con posibilidades de resultados benéficos. Y más todavía ante una situación de extrema polarización, con riesgo inminente de estallar en violencias y represiones descontroladas y las terribles consecuencias de baños de sangre. Esa disponibilidad tiene que estar siempre abierta incluso cuando los precedentes planteen muy serias dudas acerca de la credibilidad de la solicitud llegada por carta al Santo Padre.

La Santa Sede tiene memoria larga y recuerda perfectamente bien – como lo hacía el Santo Padre en el vuelo de regreso de Panamá – que su intervención en el año 2016 para facilitar el diálogo en Venezuela se encontró con la resistencia del régimen de Maduro y con la realidad de una oposición dividida y confusa. ¡Cómo no recordar incluso los insultos pronunciados por voceros del régimen de Maduro en respuesta a la carta en la que el Cardenal Pietro Parolin, ¡Secretario de Estado, planteaba algunas condiciones necesarias para aquel diálogo! Que la solicitud de una mediación sea el manotón de ahogado de un régimen que se siente acorralado, aislado interior y exteriormente, con el propósito de ganar tiempo y respiro, pero que no esté realmente movida por un sincero propósito de ayudar a sacar el país del pantano en el que ha sido sumido, es una hipótesis que no puede no tenerse muy presente.

Además, como dijo el Papa, se requiere el consenso de ambas partes. Y la otra parte ya no es una oposición dividida, sino que habla con una sola voz a través del liderazgo de Guaidó. Y Guaidó ha pedido ayuda al Santo Padre, en la reciente entrevista televisiva concedida en Italia, para “ir hacia un proceso de transición ordenada que estabilice el país”, a través de libres elecciones y el fin de la “usurpación del poder”. Esto no significa ni puede ser aceptado como un consenso de la otra parte para la mediación solicitada. Así lo confirmó el comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede, subrayando que “el Santo Padre siempre se ha reservado y, por tanto, se reserva la posibilidad de verificar la voluntad de ambas partes, examinando si existen las condiciones para recorrer este camino (de diálogo)”.

Las condiciones a las que se refiere la Santa Sede no se limitan al consenso de las partes, sino que razonablemente evocan aquellas ya planteadas por la carta del Secretario de Estado: la apertura de canales humanitarios para salir al encuentro de las necesidades de la población y aliviar sus sufrimientos, la convocatoria dentro de plazos próximos y realistas de elecciones libres y transparentes, el reconocimiento de la Asamblea nacional (controlada por la oposición), la liberación de presos políticos y el fin de violencias y represiones.

Similares condiciones por su parte han sido puestas por el “grupo internacional de contacto” reunido en Montevideo, con la participación de gobiernos de Uruguay, México, Costa Rica y Bolivia, junto con cancillerías de numerosos países europeos convocados por la Unión Europea.

La fluidez de la situación venezolana puede desencadenarse de un día para otro, por diversos e incluso opuestos caminos. La cuestión fundamental es la de evitar un baño de sangre. Cualquier represión violenta de manifestaciones populares – como, gracias a Dios, no se ha dado en la última realizada – o de intentonas de intervención militar extranjeras serían las peores de las pretendidas “soluciones” posibles.

El pueblo venezolano merece toda la solidaridad posible de los pueblos hermanos de América Latina. No estaría mal que el “grupo de Lima” (de los países latinoamericanos que han reconocido a Guaidó como Presidente de Venezuela) y el “grupo internacional de contacto” mantuvieran entre ellos un mayor diálogo, porque siempre toda división entre latinoamericanos ante situaciones tan dramáticas no es por cierto un bien y debilita la credibilidad y protagonismo de la región en una situación que les concierne a todos en primera línea. Mejor no olvidarse de lo que ya aconsejaba el gaucho Martín Fierro en sus versos:

    “Los hermanos sean unidos/Porque esa es la ley primera

    Tengan unión verdadera/En cualquier tiempo que sea

    Porque si entre ellos pelean/Los devoran los de afuera”

Que pueda realizarse una “mediación” es considerada cosa “irrealizable” “inviable” por el Cardenal Baltazar Porras, arzobispo venezolano de Mérida y administrador apostólico de Caracas, quien señaló que Maduro, cada vez que “se ve con el agua al cuello” apela a este tipo de recurso. A su vez, destacó la existencia de “una unidad de criterio de actuación plena y total y un relacionamiento permanente” del Episcopado del país con el Vaticano. Tras señalar que el actual pontífice “siente como el Episcopado y lo respalda”, precisó que “cada uno tiene que cumplir su rol y tenemos nosotros (Obispos y clero venezolanos), en primer lugar, la obligación de dar la cara” y estar muy cercanos a los sufrimientos y esperanzas del propio pueblo.

No queda más que auspiciar y rezar que la actual situación dé lugar efectivamente a un proceso de transición, si fuera posible por un gobierno de unidad nacional que contara con la credibilidad y el consenso popular para abrir caminos de esperanza, pacificación y reconstrucción en ese país “bolivariano”, atendiendo ante todo las penurias padecidas desde hace muchas décadas por vastos sectores del pueblo venezolano que siguen sufriendo la exclusión y condiciones indignas de vida.

11 de febrero de 2019

Dr. Guzmán M. Carriquiry Lecour

Secretario-VicePresidente

Comisión Pontificia para América Latina

Fuente: Pontificia Comisión para América Latina 

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