Jesús María Aguirre
“Según José Manuel Vidal, el escritor Andrea Riccardi bien pudiera ser el primer cardenal laico”. Si Francisco está pensando en renovar el colegio cardenalicio (que podría hacerlo), el historiador italiano y ex ministro de cooperación internacional, Andrea Riccardi, tiene un birrete asegurado. Hoy es, sin duda, el laico más prestigioso de la Iglesia católica, amén de fundador de la Comunidad de San Egidio, uno de los movimientos eclesiales más ‘franciscanos’. Porque nació en las periferias y sigue apostando por ellas”. Recientemente ha presentado el libro “Periferias” sobre la crisis y novedades de la Iglesia (ver reseña en la sección de LIBROS).
Quién es Andrea Riccardi
Actualmente es Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma III. Experto en temas de la Iglesia Católica. También es autor de varios libros sobre la problemática de la Iglesia en el siglo XX, sobre todo en los países mediterráneos.
Fundó la Comunidad de Sant’Egidio en 1968, una asociación de laicos católicos con centro en el barrio del Trastevere, Roma, dedicada a promover el diálogo y el ecumenismo en todo el mundo y que cuenta con más de 50 000 miembros en al menos 70 países.1
El 16 de noviembre de 2011 fue nombrado ministro sin cartera para la cooperación internacional y la integración en Italia.
Pero su faceta más importante es la que tiene que con los procesos de mediación internacional, impulsados por esa Comunidad laical, cuyas lecciones están parcialmente recogidas en el texto La paz preventiva del año 2005, y entre las que destacan los acuerdos del fin de la guerra entre el gobierno y la guerrilla en Mozanbique (1992).
Saludo de Andrea Riccardi en ocasión de la oración con el Papa Francisco
en recuerdo de los Nuevos Mártires
Basílica de San Bartolomé de la Isla, 22 de abril de 2017
Padre Santo
gracias por venir como peregrino al santuario de los nuevos mártires. Encontrarnos con usted nos remite siempre al Evangelio y a los pobres. Recuerdo que, en Santa María de Trastévere, habló de tres “P”: oración, pobres y paz. Pero hoy, es un día distinto, intenso: por una significativa coincidencia hoy es el aniversario del secuestro de los obispos de Alepo Boulos Yazigi y Gregorios Ibrahim, que oró en esta iglesia. Seguimos pidiendo su liberación, junto a la de Paolo Dall’Oglio.
Hoy usted nos ayuda a sintonizar con el mensaje de este lugar. Es un lugar santo porque custodia el recuerdo de mártires, católicos, ortodoxos, anglicanos y evangélicos, que ya están unidos en la sangre derramada por Jesús. San Juan Pablo II, en 2000 instituyó este santuario para no olvidar. Y se ha convertido en un lugar de recuerdo y de peregrinación para fieles de varias Iglesias.
Debo decirle con franqueza que, frente a los nuevos mártires sentimos una cierta vergüenza: son contemporáneos nuestros, y en algunos casos, incluso amigos y comensales. Como Christian de Chergé, asesinado en 1996 cuando –con sus hermanos– decidió quedarse a vivir en Argelia con los musulmanes. Como Shahbaz Bhatti… Hemos sido sus amigos, pero no nos hemos librado de la voluntad tenaz de salvarnos a nosotros mismos. No podemos continuar estando centrados en el amor de nuestra vida, en un mundo en el que la guerra es madre de dolores y de pobreza, en el que los cristianos son asesinados. Hay que aprender su lengua, ellos que no se salvaron a sí mismos. Decía un escritor judío: “quien habla la lengua de los mártires levanta un muro contra la maldad”.
Los mártires nos recuerdan que como cristianos no vencemos por el poder, las armas, el dinero o el consenso. No son héroes, sino gente impregnada de una sola fuerza: la fuerza humilde de la fe y del amor. No roban la vida, sino que la dan, como Jesús, que no se salvó a sí mismo, no huyó de Jerusalén. Por eso los mártires remiten a una Iglesia pobre, humilde y humana. Escribía Juan Cristóstomo: “Los cristianos llegan a la victoria aceptando ser asesinados”.
En nuestro tiempo hace falta una victoria, pero no de una u otra parte sino de la paz y de la humanidad. Demasiada gente quita la vida con terrorismo, explotación y abandono. Hay demasiados éxodos del dolor, como el de los refugiados y los emigrantes. Pero no estamos condenados a ser espectadores asustados. Los pobres y los mártires nos ayudan a tener esperanza. Nos enseñan que, con la fe, la ayuda de Dios, la palabra, el amor y el encuentro se puede cambiar el mundo.
Gracias, padre Santo, por estar aquí con nosotros en un día lleno de significado y cargado de dolor. Gracias por estar frente a este gran cuadro de las bienaventuranzas que son los mártires. A ellos, les pedimos que intercedan por usted. De algún modo, sentimos que nuestra oración de esta tarde acompaña y prepara su próximo viaje a Egipto, tierra de mártires y del diálogo.