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“Amar a los enemigos”. VII domingo del tiempo ordinario. Ciclo C. 

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Por Alfredo Infante, s.j.

Quisiera partir de un hecho de vida ocurrido en esta Venezuela herida, que nos puede servir de clave para adentrarnos en la Palabra de Dios. Verán:

A una madre le mataron a su hijo de 18 años. El joven estaba lleno de sueños y era muy querido en la comunidad donde vivía. Cuando se supo quién fue el autor de tan vil suceso, la comunidad indignada quería linchar al asesino, pero gracias a Dios antes fueron a consultar a la madre del joven.

–”Ya sabemos quién fue y vamos a hacer justicia con nuestras propias manos. Ese malandro tiene que pagar”.

La madre le respondió:

–“Gracias por querer tanto a mi hijo, pero no quiero que sobre la muerte de mi hijo se tiñan más desgracias. No nos volvamos criminales también nosotros”.

Así, con el corazón herido de muerte, aquella madre detuvo un ciclo de venganza. A los días, llegaron los panas del joven asesinado, quienes en una reunión, recordando la vida de su querido amigo, habían decidido actuar, no quedarse de brazos cruzados y vengar la muerte del amigo.

Le dijeron a la madre:

–”Hay personas a quien se les paga para matar, se llaman sicarios, nosotros queremos vengar la muerte de tu hijo, nuestro amigo. Hemos reunido un dinero para hacerlo”.

La madre los miró con cariño y les dijo:

–“Muchachos, no. No quiero que sobre la sangre de mi hijo se tiñan más desgracias. Ustedes no son criminales”.

Nuevamente, aquella madre desactivaba un ciclo de violencia y la memoria de su hijo quedaba limpia de venganza.

Otro hecho de vida que sirve de clave para aproximarnos a la Palabra de hoy es el testimonio de Nelson Mandela, expresidente de Sudáfrica. Este hombre fue preso político durante gran parte de su vida. En la cárcel fue torturado, recluido en una celda muy pequeña en condiciones infrahumanas y sometido a trabajo forzado. Cuando fue liberado, se lanzó de candidato a Presidente y ganó las elecciones. Muchos de sus hermanos negros, resentidos por tanto sufrimiento y discriminación, se alegraron mucho porque pensaban que con el triunfo de Mandela llegaba la hora de la venganza, del desquite contra la élite blanca. No fue así. Contra todo pronóstico, el Sr. Nelson Mandela se dedicó a reconciliar el país, y los sudafricanos se reencontraron.

Hoy la palabra nos invita a amar a los enemigos, y para iniciarnos en este difícil camino, el primer paso es “no vengarse”, reconocer que aquella persona que nos ha hecho daño es nuestro “hermano enemigo” que, a pesar del daño que me ha hecho, es hijo de Dios como yo, es mi hermano y merece una oportunidad. También, nos muestra que cuando buscamos hacer justicia con nuestras propias manos, terminamos pareciéndonos al enemigo, es decir, si me dejo llevar por el impulso del resentimiento y la venganza, me convierto también en criminal, y se inicia un ciclo de violencia que incrementa el daño. Por eso, Jesús nos pide poner la otra mejilla, lo cual significa “vencer el mal a fuerza de bien”. Esto es, si te hacen daño, responde con el bien, no alimentes el mal, no profundices los círculos de violencia, sé persona de luz.

Por eso, la primera lectura tomada del libro de Samuel (26,2 ss) nos presenta a Saúl y su ejército persiguiendo a David, y nos muestra cómo David perdona la vida de su perseguidor, cómo en la noche, cuando Saúl y su ejército cansado dormían, David y Abisay llegaron al lugar y este último le sugirió a David asesinar a Saúl, pero David le replicó por respeto a Dios: “No lo mates”. Entonces, cogió David “la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y se marchó con Abisay”, como muestra de que habían estado en el lugar con la oportunidad de vengarse y no lo hicieron, respetaron la vida del enemigo.

Cruzó el valle y desde lo alto gritó:

–”Rey Saúl, aquí está tú lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y lealtad, pues Él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”.

David, en un gesto de grandeza humana y de fe en Dios, perdona la vida de su enemigo y muestra, de este modo, que, por encima de los resentimientos, las diferencias y la sed de venganza, está el respeto a la dignidad del otro, el respeto a Dios; por tanto, la grandeza no está en triunfar por encima del otro, en vencerlo y aniquilarlo, ni quitar del camino a los enemigos, sino en reconocerlos como “hermanos enemigos”, respetar sus vidas y aprender a coexistir con ellos.

En el Evangelio, Jesús va mucho más allá, habla del “amor a los enemigos”. Jesús no está diciendo que tienes que hacer un gran esfuerzo para que te caigan bien, que te hagas íntimo amigo de aquellos que te hacen o han hecho daño o que te hagas incondicional y avales su modo de proceder. No, nada de eso. Para Jesús, el amor no es un sentimiento, es una decisión que implica que el otro, más allá de las diferencias, las heridas y los resentimientos, es una persona que merece respeto y reconocimiento, que es mi hermano-hermana, en este caso “hermano enemigo”.

El amor no excluye, es inclusivo, actúa a favor de los demás, eso incluye a mis enemigos. Inclusivo no significa que te caigan bien, lo inclusivo pasa por el respeto a su persona, a reconocer que tiene, como tú, derecho a la vida. Reconocer y respetar a nuestros enemigos, pasa por ir más allá de nuestras filias y fobias, es construir relaciones de respeto.

La gran tentación de nosotros los humanos es instalarnos en nuestras zonas de confort, a no ir más allá de los que piensan como yo, de los que me aprecian, de los que me hacen bien, y Jesús nos dice: “si aman solo a los que les aman ¿qué hacen de extraordinario?”. Si hacen el bien solo a aquellos que pueden recompensarles ¿qué hacen de extraordinario? Y por eso, Jesús cita una serie de máximas sapienciales: “traten a los demás como quieren que los traten a ustedes”, “no juzguen y no serán juzgados”, “perdonen y serán perdonados”, “den y se les dará”, “con la misma vara que midan, serán medidos”.

En el fondo, “el amor a los enemigos” es un indicador de que queremos ser configurados por el amor de Dios que es misericordioso: “sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”. En nuestro país, durante muchos años, se ha inyectado el odio y la venganza como modo de relación con los que piensan diferente. Es hora de volver a Dios, de coexistir democráticamente, de detener nuestra propia destrucción. Recordar con el salmista que “el Señor es compasivo y misericordioso”.

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