Por Alfredo Infante sj
En el libro del Deuteronomio (26, 16-19) se nos invita a cumplir y practicar los mandamientos con todo el corazón y con toda nuestra alma. No basta con el cumplimiento de la ley externa (heteronomia) es necesaria la autonomía, practicar la voluntad del Señor de corazón.
Nuestro maestro, San Ignacio, decía: «vivir desde la ley interna de la caridad». Ahora bien, si somos cristianos y creemos que Cristo no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud resumiéndola en el amor, hoy, nos dice: «Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tus enemigos. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos del Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos»
¿Qué significa este amar a los enemigos? ¿Es acaso sumisión, resignación, complicidad pasiva? De ninguna manera. En Jesús priva, en primer lugar, su relación de hijo y hermano universal; en segundo lugar, el hecho de que todos, independientemente de nuestra condición moral somos iguales en dignidad; y también, el convencimiento amoroso de condenar el pecado y salvar al pecador.
Jesús no es un come flor. Con sentido de realidad habla de «enemigos»; él los tenía; lo crucificaron, y en la cruz les ofreció el perdón. Se trata pues de reconocer que el enemigo es nuestro «hermano enemigo»; que siendo nuestro enemigo es tan digno como nosotros; pero de ninguna manera avalamos sus acciones injustas, porque condenamos el pecado y salvamos al pecador.
Hoy, en nuestro país, ante tanto deterioro, muerte y destrucción no es fácil hablar a las víctimas del amor a los enemigos. Cómo decirle ama a tu enemigo a una madre que ve morir a su niño por falta de medicamento; a un enfermo crónico que marcha con la consigna «no queremos morir»; a un preso político torturado y encarcelado injustamente; a toda una ciudad que se queda sin luz y sin agua a causa de la negligencia y corrupción de unos pocos. Y así, podemos hacer una lista interminable. Pero Amar a los enemigos no es desmovilizarse en la lucha por la justicia, ni claudicar a nuestros principios, ni resignarse ante la muerte y el mal. ¡No! Amar a los enemigos es transformar esta situación de corrupción y muerte, sin sacar a los culpables de nuestro corazón, porque son nuestros «hermanos enemigos». Lo sustantivo es que somos hermanos; lo adjetivo es que somos enemigos.
Oremos: Señor Jesús, danos sabiduría para entender el misterio de tu amor y corazón, para que en medio de nuestras rabias, odios e impotencias, podamos con todo el alma orar por nuestros enemigos, y así, vencer el mal a fuerza de bien.
Sagrado corazón de Jesús, en vos confío
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega. Caracas-Venezuela.