Por Hugo Prieto | Prodavinci.
A un paso del abismo, Alfredo Infante s.j., director de la revista SIC y párroco de la parroquia “San Alberto Hurtado” del barrio La Vega, en Caracas, propone un acuerdo social humanitario, cuyo único propósito sea preservar la vida de los venezolanos. Hay una razón obvia. El compromiso de la Iglesia es precisamente con la vida, no con la muerte.
La palabra diálogo, acuerdo, política, es un terreno minado en Venezuela. Nadie quiere tomar la iniciativa de adentrarse en la línea del frente. Quizás porque lo más probable es que muera simbólicamente en el intento, lo que no es poca cosa en un país hundido en una crisis política, en un conflicto, que no ha dejado piedra sobre piedra. Y en donde todos estamos dispuestos a ser jueces a imponer severas condenas cuando somos parte, por acción u omisión, en esta guerra sin cuartel. Alfredo Infante ha tenido la valentía de hacerlo, escuchémosle entonces.
¿Cuál es su impresión sobre la crisis que estamos viviendo?
Ha habido como dos actitudes iniciales. La primera es lo más parecido a una negación de la realidad, que inicialmente ha llevado a muchos a una suerte de banalización del tema del virus. Gente que no termina de hacerse a la idea de que el asunto es realmente grave. Y, por el otro lado, hay quienes tienen un miedo muy profundo, un miedo paralizante. De lo que se trata —en el acompañamiento que uno va haciendo— es de ubicar a la gente en lo que sería un punto medio. Es decir, que tomen conciencia de que la cosa es seria y que por tanto se necesita mucha sensatez para cuidarse a sí mismo y cuidar a los demás. Al mismo tiempo, hay que exorcizar el miedo paralizante. Claro que hay que tener miedo, pero el miedo básico que nos lleva al sentido común, a la prudencia, que ha hecho posible la sobrevivencia de los seres humanos.
¿Cuál es la realidad que se está viviendo en el barrio?
Hay gente que se toma muy en serio el asunto, que atiende las recomendaciones y sigue las medidas preventivas. Sin embargo, la situación es muy difícil, porque gran parte de la gente de nuestros barrios vive de la informalidad económica, por tanto tiene que salir a la calle a vender algo para poder comer. Además, se ha sumado una circunstancia muy adversa. Acá el suministro de agua es muy irregular y hay zonas que llevan hasta un mes sin recibir una sola gota de agua potable. Entonces, la gente tiene que salir a buscar agua, tiene que salir a rebuscarse, y si eres cabeza de familia, aunque quieras resguardarte, difícilmente te puedes quedar en tu casa.
¿Cómo se le pide a la gente que se resguarde en sus casas, que se mantenga en cuarentena, y a la vez no se le garantiza el suministro de cosas tan básicas para la vida?
Las medidas de cuarentena son necesarias para que no haya propagación del virus, para que no colapse el sistema de salud, pero ¿Qué estamos viendo en los barrios? y lo digo desde la parte alta de La Vega. Que al tener una economía de subsistencia, que vive del día a día, y al no haber en los barrios las garantías de los servicios públicos, se genera una tensión y entonces se está yendo hacía la vía represiva y eso es lo grave. El martes pasado (24 de marzo) en la zona de Las casitas, funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana arremetieron contra vendedores del comercio informal. Uno puede decir, desde el punto de vista sanitario, que es importante que no haya comercio informal, pero desde el punto de vista de la gente, sin ese ingreso, no puede subsistir.
Realmente estamos ante un dilema existencial y no parece que haya alternativas o posibles soluciones.
En el caso venezolano estamos ante una situación límite, ¿Cómo impedir la propagación del virus, que la gente se quede en sus casas, pero al mismo tiempo, cómo te quedas en casa si no tienes agua, si estás incomunicado —las líneas de Cantv (y por tanto Internet) no funcionan— y no tienes cómo alimentarte?
¿Cuál es la emoción que prevalece en el barrio?
Es difícil saberlo porque hay una pluralidad de experiencias, pero yo creo que el habitante del barrio siempre tiene un sentido del humor que le hace vivible la vida, en medio de tanta adversidad. Aunque hay miedo, pues también hay esa dimensión propia de la convivencia del barrio: El humor, la conexión con los vecinos, la solidaridad. Sin embargo, al prohibirse la racionalidad básica por el tema de la pandemia, a la gente le cuesta mucho cortar los vínculos con los vecinos. El distanciamiento social es fundamental, pero al mismo tiempo corta un vínculo muy importante. Entonces, hay gente que cae en la depresión. Yo diría que hay esa atmósfera de humor, de echadera de broma, pero al mismo tiempo hay un dejo de depresión. Yo creo que esto va a llevar, posiblemente, a una negación de esa realidad que es la gravedad del virus.
¿Los consejos comunales, las comunas, digamos, las organizaciones que ha creado el chavismo, han jugado un papel en esta situación?
Desde el barrio tengo que decir que el CLAP, gracias a Dios, ha funcionado. Eso es positivo. No es que resuelvan el asunto, pero por lo menos ha ayudado a que la gente haga cierta provisión. Luego hay un elemento que a mí sí me preocupa: Se han visto activistas del gobierno, en acciones de calle, supuestamente preventivas por el coronavirus, pero uno ve que ellos no tienen los protocolos higiénicos que se necesitan. Ellos mismos pudieran resultar infectados y ser focos de propagación. Eso es lo preocupante. Y, por otro lado, creo que se está haciendo, en este momento de cuarentena, un paréntesis para ganar espacios políticos, cosa absolutamente lamentable.
¿Qué papel están jugando las organizaciones de la sociedad civil, las redes vinculadas a los sectores populares en temas como la alimentación, por ejemplo?
Nosotros tenemos varias alianzas. Una, que ha incidido en varios temas, es con el Dividendo Voluntario de la Comunidad (de carácter empresarial). Con ellos, hemos acordado un cese momentáneo del programa que atiende los comedores escolares, para darle cabida a dos propósitos. El primero, hay que hacer un paréntesis para repensar y activar nuevos protocolos; y el segundo, tenemos que enviarle a la gente una señal muy clara: Estamos viviendo una situación muy grave. ¿Por qué? Porque no estamos ante un escenario de normalidad. Con Alimenta la Solidaridad (otra de las organizaciones vinculadas) traté de persuadirlos para que suspendieran, al menos por una semana, la actividad de los comedores solidarios, y enviar así la misma señal. Estamos viviendo una situación muy grave, pero ellos decidieron seguir adelante, eso sí, apegados a los protocolos sanitarios, pero con un gran riesgo, porque en la zona no tenemos agua. De lo que se trata es de mantener la solidaridad, pero de una forma segura.
¿Qué puede decir de las instituciones del Estado? ¿Han hecho contacto con ustedes?
No, las instituciones gubernamentales están actuando por su cuenta. Creo que en estos momentos el gobierno está restringiendo mucho todo lo que son los trabajos humanitarios. Eso es lo doloroso, lamentablemente. Lo que hay que hacer es un llamado para que se llegue a un acuerdo social humanitario ante la emergencia del coronavirus, porque el gobierno está empeñado en que él solo puede y eso lo que va a generar es mayor control y represión; por esa vía no se va a solucionar nada. Pero si se hace un acuerdo social humanitario, que integre a todas las agencias de Naciones Unidas, más allá de que estén trabajando o no con el gobierno, a todas las organizaciones humanitarias y a todas las organizaciones de Derechos Humanos, para establecer un plan, una estrategia, por municipio, por zonas, en función tanto de la sensibilización de la población así como de respuestas concretas ante la falta de servicios públicos, ante la falta de alimentos y medicinas, podremos dar una respuesta.
¿Realmente el gobierno está restringiendo el trabajo humanitario?
A la Iglesia no, pero otras organizaciones que no son de Naciones Unidas, pero cuya misión son los Derechos Humanos y el trabajo humanitario, sí se han visto restringidas en su acción, por el tema de los salvoconductos, por ejemplo. Al ir militarizando las respuestas, estas organizaciones quedan bastante limitadas.
¿Desde el punto de vista espiritual, de lo que significa procesar el miedo, por ejemplo, cuál ha sido el papel de Alfredo Infante como sacerdote?
Yo me he tomado en serio este asunto del distanciamiento social, por lo que he estado enviando mensajes, a través de las líneas telefónicas, para hacer el acompañamiento. Lamentablemente, CANTV no está funcionando en la parte alta de La Vega. No tenemos líneas telefónicas, estamos aislados y eso es un problema muy serio. ¿En qué he hecho insistencia? Primero en que la vida es un don de Dios y nuestra responsabilidad es cuidarla y defenderla. Que en este momento el virus es algo muy serio, muy grave, y que el resguardo implica cuidarse a uno mismo y cuidar a los demás. Que ante la urgencia que tiene la familia de salir a buscar el pan para la casa, salgan pero cumpliendo todas las medidas necesarias. Lo segundo se refiere a lo que estamos haciendo para procesar el miedo. Y aquí hay tres cuestiones básicas. Una, la ausencia del miedo, que es algo muy peligroso, porque nos lleva a no tener límites y a ser irresponsables con la vida de uno y con la vida de los demás. Dos. Que hay un miedo básico que tenemos que cultivar, porque nos lleva al sentido común y a ser más prudentes. Tres. El miedo exagerado que nos paraliza y del cual tenemos que librarnos.
Resulta insólito que ante la crisis en la que estamos hundidos, el estamento político del país, y no me refiero únicamente al chavismo, no sea capaz de hacer un alto y buscar una respuesta, un punto de encuentro, para enfrentar la pandemia. Lo que hemos visto son pronunciamientos que no son, precisamente, coincidentes. Nuevamente es esa urgencia de marcar diferencias e imponer agendas propias, ¿Qué piensa usted?
No se trata de que los actores con mayor responsabilidad política en el país actúen por su lado, sino que se llegue a un acuerdo, a una estrategia común. Que cada quien salga de su trinchera político-ideológica y se logre, por el bien de la vida de los venezolanos, una respuesta conjunta. ¿Por qué lo digo? Porque todos sabemos que el sector opositor tiene incidencia a nivel internacional y el gobierno tiene el poder interno. Insisto, ese acuerdo sería estrictamente en materia social y humanitaria. Pero además, y esto va más allá de lo político, hay que tomar medidas internas para que las agencias internacionales y las organizaciones nacionales, de carácter humanitario, puedan tener los protocolos para que puedan actuar y responder a esta emergencia. Igualmente, que haya los salvoconductos para los defensores de los Derechos Humanos. Hasta ahora, lamentablemente, no ha sido así.
No hay una sola señal que nos permita pensar que un acuerdo de esa naturaleza pueda materializarse en Venezuela. Hay toda una serie de antecedentes que apuntan en la dirección opuesta.
Como lo dije anteriormente: No se trata de que la Asamblea Nacional y el gobierno interino de Juan Guaidó actúe por su lado y que el gobierno de Maduro haga lo propio, sino que haya un diálogo, una negociación entre ambas partes, para responder a un tema común que es la vida de los venezolanos. Y como parte de esa respuesta, y esto es crucial, que se cree un marco político y jurídico, en el que las organizaciones humanitarias, tanto nacionales como internacionales, así como las organizaciones de Derechos Humanos puedan actuar con legitimidad, siempre y cuando tengan y resguarden protocolos muy claros dentro del contexto de la pandemia.
Estados Unidos inició una persecución penal en contra del señor Maduro y varios funcionarios del gobierno chavista.
Sin duda es un pronunciamiento que tiene consecuencias políticas muy importantes. De hecho torpedea los intentos de Naciones Unidas y la Unión Europea que, recientemente, se plantearon flexibilizar las sanciones, así como también la iniciativa de quienes proponemos la necesidad de que se llegue a un acuerdo social y humanitario para enfrentar la amenaza del coronavirus. Nuevamente pierde la gente, las mayorías. Es preocupante, pero en eso hay que insistir. Es hora de que salgamos de las trincheras ideológicas, es hora de que nos quitemos las camisetas y las gorras y pensemos en Venezuela y, especialmente, en la vida de los venezolanos.
¿Cuál ha sido el impacto de esta cuarentena global en el barrio y cuál sería la perspectiva a nivel regional?
Entre mediados de 2019 y la cuarentena, los migrantes enviaban remesas a sus familiares que tenían un gran impacto estabilizador en la cotidianidad y en la vida de la gente que, como bien se sabe, no vive del salario y a veces ni siquiera del día a día. Eso en realidad tenía un doble filo, porque estaba generando desigualdad en el barrio, entre los que tenían acceso a las remesas y los que no. Pero al día de hoy, en la pandemia, las remesas no están llegando. La gente está viviendo del guardadito que tenía. Pero además la situación de los migrantes en muchos países va a incidir negativamente, porque muchos viven de la economía informal, lo que significa que están de baja en esta cuarentena. Muchos van a quedar en una gran inestabilidad y lo que ganen será para su propia subsistencia en el exterior. Eso significa que las remesas van a disminuir sustancialmente y eso va a afectar, a corto y mediano plazo, la vida de los venezolanos.
Ese es el aviso de que la pos cuarentena será igual o peor que la cuarentena.
Nos estamos preparando como Iglesia, porque la emergencia humanitaria compleja podría pasar a una catástrofe humanitaria, porque además la ayuda internacional se va a limitar en términos muy importantes, porque cada país tratará de atender sus propias dificultades, su propia emergencia humanitaria.