Por : Esteban Krotz*
“Confiemos en la vida, porque no tenemos que vivirla solos: Dios está con nosotros”. Quien escribe esto en la Navidad de 1944, está encarcelado por su participación en la resistencia contra el régimen nacionalsocialista y enfrenta acusaciones severas castigadas posiblemente con la pena de muerte: el padre jesuita alemán Alfred Delp. Sus notas redactadas clandestinamente y con las manos esposadas siguen inspirando a muchos cristianos quienes lo consideran un “santo no oficial” del siglo XX, tanto por su trayectoria política, como por sus escritos espirituales.
Sobre la vida de Alfred Delp
Nacido el 15 de septiembre de 1907 en Mannheim, creció como el mayor de seis hermana/os en una familia de condiciones modestas en el Sur de Alemania, de cuyas fronteras se alejó durante su vida solo poco y durante poco tiempo. Sus padres formaron un matrimonio “mixto”, como se decía entonces, pues la madre era católica y el padre protestante. Alfred Delp fue educado primero en el cristianismo luterano, pero como escolar se convirtió al catolicismo. En 1926, después de su bachillerato ingresó a la Compañía de Jesús y siguió el curso usual de los estudios de filosofía y teología, interrumpido por unos años de tutor en un colegio jesuita. En 1937 fue ordenado sacerdote en Múnich, terminando el año siguiente su formación. De altas capacidades intelectuales se había vuelto pronto lector asiduo de obras de diferentes campos. En 1939 quiso inscribirse en un programa doctoral de ciencias sociales en la Universidad de Múnich, lo que le fue denegado por su pertenencia a la orden. El mismo año ingresó a la dirección editorial de la revista Stimmen der Zeit, publicación mensual fundada en 1871 y editada desde entonces hasta la actualidad por los jesuitas alemanes y dedicada a la reflexión sobre cultura, sociedad, filosofía y espiritualidad. Pero en 1941 el régimen nazi suprimió la revista y expropió su domicilio. Delp fue ubicado en una iglesia rectoral de Múnich, donde combinó el trabajo pastoral con el apoyo a víctimas de los derrumbes causados por los bombardeos aliados y ayudó a escapar a judíos amenazados por el régimen. Además, siguió escribiendo sobre temas religiosos y socioculturales e impartiendo conferencias y predicando en varios lugares.
Se le ha descrito como de carácter algo difícil, ante todo por su nivel y creatividad intelectuales, que lo hacían gustar del análisis crítico y del debate. Para la comprensión de sus ideas y escritos[1] hay que tomar en cuenta el ambiente cultural familiar y regional conservador de los años veinte y treinta del siglo pasado en Europa Central, impactado por la Primera Guerra Mundial y la desaparición de las monarquías, por los efectos del Tratado de Versalles, de las crisis económicas subsiguientes, por la preocupación por la amenaza del comunismo soviético y por los conflictos generados por la construcción de instituciones republicanas en Alemania que solo medio siglo antes había adquirido su unidad nacional, pero bajo la forma política de un imperio. Al igual que grandes sectores de las iglesias cristianas en Alemania y Austria, Delp había creído durante bastante tiempo en muchas de las promesas del partido hitleriano, el cual, al medio año de instalado en el poder, había firmado un concordato con el Vaticano. Para su cambio de visión resultaron importantes dos encíclicas: Cuadragesimo anno, de 1931, que seguía desarrollando la enseñanza social de la iglesia iniciada apenas cuatro décadas antes, y Con ardiente preocupación, de 1937. En ésta última, el papa Pio XI no solo censuró el tratamiento dado a la iglesia y sus instituciones por el régimen nazi, sino que también rechazó tajantemente las bases ideológicas del mismo. Con el tiempo, Alfred Delp profundizó en el antagonismo entre el nacionalsocialismo y los principios del mensaje cristiano y terminó siendo un decidido opositor del régimen.
Resistencia, prisión y muerte
Por invitación de su superior provincial, Alfred Delp colaboró a partir de 1942 con el llamado “Círculo de Kreisau”, una pequeña red de personas de orígenes sociales y orientaciones políticas y religiosas diversas, pero unidas en el intento –clandestino y peligroso– de construir un modelo para una Alemania post-guerra y post-fascista, por cierto, en un marco decididamente europeo. Delp, aparte de quien había dos jesuitas más participando en el Círculo, se volvió uno de sus líderes intelectuales. Si bien se han perdido muchos documentos elaborados para y discutidos en las reuniones del Círculo, se puede identificar todavía algunas de sus propuestas basadas en la importancia de la fe cristiana, del aseguramiento de mínimos de bienestar y del respeto a los derechos humanos fundamentales (entonces aún no declarados universalmente) para un orden social aceptable y viable, así como su advertencia sobre los peligros de la riqueza y la necesidad de fortalecer la idea del bien común. Llaman la atención aquí también las huellas de un trabajo, al parecer imposible de reconstruir, que tituló “La Tercera Idea”; se trató de un intento de ubicar el modelo alternativo en proceso de elaboración colectiva de modo equidistante entre el autoritarismo fascista hitleriano y el autoritarismo comunista estalinista.
El Círculo se deshizo a principios de 1944 a causa del encarcelamiento de su iniciador quien había usado información secreta para advertir a un conocido de su detención inminente. Varia/os de sus integrantes se unieron a la preparación de un atentado contra Hitler. El fracaso del mismo, el 20 de julio de 1944, tuvo como consecuencia una terrible reacción policíaca en todo el país contra numerosas personas y grupos sospechosos de oponerse al régimen. También fue arrestado Alfred Delp, a pesar de que no tuvo conocimiento de los planes del atentado ni estuvo involucrado en su realización. Fue llevado a Berlín, donde fue mantenido aislado y torturado durante varias semanas para obtener informaciones que no compartió. En septiembre fue recluido con otros integrantes de diversos grupos de la resistencia en una cárcel berlinesa, donde pasó el resto de su vida solitariamente en una celda minúscula y bajo vigilancia permanente. La colaboración arriesgada de varias personas, entre ellas dos colaboradoras y un pastor, hizo posibles sus escritos y salvó muchos de ellos.
Muy importante para su estado anímico fue que en varias ocasiones pudo celebrar secretamente la eucaristía y, ante todo, su integración definitiva a la Compañía de Jesús mediante la profesión de los últimos votos, que recibió el 8 de diciembre de 1944 un padre jesuita durante una excepcional y arriesgada visita en la cárcel.
Del 9 al 11 de enero de 1945 se realizó la farsa del juicio suyo y de varios miembros más del Círculo. No se le pudo comprobar ningún crimen, sino solamente poner en evidencia que se había atrevido a imaginar una Alemania futura diferente, basada en lo que el llamaba “humanismo creyente”. Aún así, Delp fue condenado a la pena capital por alta traición e intento de desestabilización del régimen, al igual que varios integrantes más del Círculo. En su caso quedó manifiesto como motivo central para la sentencia el odio del régimen nazi y, particularmente, del juez contra la iglesia católica y contra la orden jesuita; de hecho, se le hizo saber que la pena podría ser conmutada si dejaba la orden. Después de varias semanas de espera, en otra fiesta mariana, el 2 de febrero de 1945, festividad de gran significado para los jesuitas, murió ahorcado, a los 37 años de edad, tres meses antes del final de la guerra y del régimen. Sus cenizas fueron dispersadas en un campo agrícola y se le prohibió a su familia publicar la información correspondiente.[2]
¿Para qué recordar a Alfred Delp?
El contexto mundial actual es evidentemente muy distinto del de hace ochenta años, pero semejante por su elevado grado de violencia interpersonal y estructural al interior de nuestros países y entre ellos y por los grandes sectores sociales en todo el mundo que carecen de lo básico. Puede ser sugerente revisar, por ejemplo, desde la perspectiva de la teología de la liberación latinoamericana, el diagnóstico hecho por Delp de la “incapacidad” del ser humano moderno de conocer y acercarse a Dios. La causa principal de ella radica en la ausencia de condiciones de vida digna para tantos, pues “mientras que el hombre tenga que vivir en condiciones indignas e inhumanas, la mayor parte sucumbirá ante esta situación sin tener nada que les ayude a pensar o rezar. Se necesita con urgencia un cambio radical en las condiciones de vida”. Tanto en el diagnóstico como en la propuesta, para las que hace falta un “auténtico conocimiento objetivo del mundo”, confluye la crítica del régimen sociopolítico vigente con la crítica a las iglesias, que Delp ve como atrapadas en formalismos y tradicionalismos, más preocupadas por aspectos institucionales que por la diakonía que las debería distinguir: “Nadie dará crédito a nuestro mensaje de salvación y del Salvador mientras no nos hayamos desangrado en servicio al hombre aquejado de cualquier tipo de enfermedad física, psíquica, social, económica, moral…”. Esto, sin embargo, exigiría la práctica del diálogo por parte de los cristianos convencidos de su misión, que Delp describe con palabras que evocan a expresiones del papa Francisco: “’Id al mundo entero’, dijo el Maestro. No dijo: ‘Esperad sentados a ver si viene alguien’.” Este mismo diálogo puede convertirse en acompañamiento espiritual real, que hace crecer seres humanos “con madurez humana, y no caricaturas angustiadas por el problema de su salvación o atemorizados oyentes de los clérigos”.
La otra dimensión de su pensamiento, que puede servir para iluminar nuestra situación, se refiere a sus batallas interiores para lograr entender el sentido de su situación personal. Resulta conmovedor ver como el joven jesuita con la vida truncada oscila durante los meses de encarcelamiento entre esperanza y desesperación. Finalmente logra aceptar su cercana muerte violenta no como asesinato injusto, sino como sacrificio: “Otros podrán vivir alguna vez mejor y más felices porque nosotros hemos muerto”.
¿Será posible también a la/os cristiana/os de hoy entender que estamos en tiempos de siembra, no en tiempos de cosecha, la cual llegará a su hora?
¿Será posible reconocer en las sombras y las confusiones del presente las huellas de la realidad más profunda que el encarcelado Alfred Delp supo ver en la Fiesta de la Encarnación?: “El mundo es más que su carga, y la vida es más que la suma de sus días grises. Los hilos dorados de la auténtica realidad ya se dejan ver por todas partes. Seamos conscientes de ello y hagámonos nosotros mismos mensajeros del consuelo.”
* Esteban Krotz .Antropólogo. Profesor-Investigador en la Universidad Autónoma de Yucatán (Mérida, México).
[1] Está disponible en lengua castellana el volumen antológico, del cual provienen las citas textuales del presente ensayo: Alfred Delp SJ, Escritos desde la prisión (Editorial Sal Terrae, Santander, 2012, 223 pp.). El libro inicia con un “Prólogo biográfico” de A. C. Mitchell y una “Introducción” (redactada ya en 1962) por el autor espiritual trapense Thomas Merton, y agrupa escritos agrupados de la siguiente manera: “Fragmentos del diario”, “Meditaciones (de Adviento, Navidad y Epifanía), “Tareas del presente” (sobre el humanismo creyente y el destino de las iglesias), “Preparación del corazón” (sobre el Padrenuestro y un himno de Pentecostés) y “Rendición de cuentas y despedida”. El jesuita Heribert Graab ha reunido en castellano información biográfica y fragmentos de textos de Delp: <https://www.vacarparacon-siderar.es/Alfred-delp-sj.php#>. Más datos biográficos y contextuales se hallan en el artículo del jesuita español Manuel Alcalá, “Alfred Delp (1907-1945): jesuita, pronazi, conjurado, mártir” (en: Estudios Eclesiásticos, vol. 66, 1991, n. 258, pp. 327-326).
[2] Mientras tanto, los otros dos jesuitas miembros del Círculo habían pasado a la clandestinidad. El provincial Augustin Rösch fue apresado en enero de 1945, pero logró escapar durante la toma de Berlín por las fuerzas aliadas; el padre Lothar König murió poco después del final de la guerra por las consecuencias de la falta de atención médica sufrida en su escondite.