Mujer venezolana, madre de familia y católica comprometida, Albe es gerente cultural y asesora en proyectos culturales y sociales de reconocida trayectoria. En una entrevista para la Revista SIC nos comparte su experiencia como Coordinadora General de la Comisión Nacional para la Beatificación de JGH y los detalles de la ceremonia celebrada el pasado 30 de abril
Por Daniela Paola Aguilar*
–“Hoy repican las campanas del corazón, antes que las de los templos y capillas, porque la fe se lleva primero en el alma”, así recordamos la apertura de aquella ceremonia memorable que, el pasado 30 de abril, parecía reencontrar a los venezolanos dentro y fuera de sus fronteras: la elevación a los altares del “médico de los pobres”, del ciudadano ejemplar e ilustre intelectual de raíces andinas que hizo de la santidad su fe de vida… ¿Qué ha significado para ti asumir la responsabilidad de articular los esfuerzos necesarios para llevar adelante –en plena pandemia– un hecho trascendental para la Iglesia católica y su feligresía? ¿Cómo llegaste a estar tan involucrada con la Beatificación de nuestro JGH?
–En mayo de 2020, aún nos hacíamos a la idea de una realidad inédita para el mundo, ya sabíamos que no duraría poco tiempo la pandemia, pero al menos aquí en Venezuela, no teníamos tan claro cuál sería el impacto, la extensión, en fin, lo que tendríamos por delante. En ese momento, recibí la llamada del Cardenal Baltazar Porras –a quien no conocía en persona– para invitarme a ser parte del equipo que coordinaría la Beatificación de José Gregorio Hernández.
Es uno de los tantos momentos que jamás olvidaré: su tono de voz tan grato y el “dime cómo llegar a tu casa y en una hora estaré allá para contarte los detalles de todo esto”. Y como en nuestras casas, para entonces –y generalmente–, siempre hay un pendiente, algo por recoger, algo por hacer, ¡manos a la obra! Y en el menor tiempo posible nos dispusimos para recibir la visita del Cardenal para hablar en detalle sobre la Beatificación de José Gregorio Hernández.
A partir de allí, hemos recorrido un buen trecho juntos, el cual me ha permitido reconocer que todo lo que he hecho en mi vida, tanto a nivel personal como profesional y lo vivido en general, ha sido para poder llevar adelante este proceso al cual fui gratamente convocada. No en balde Eclesiastés nos recuerda que «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo».
JGH siempre ha estado presente en mi familia, como en la inmensa mayoría de los venezolanos y tantos otros que hicieron tienda entre nosotros. Debo ser honesta al decir que para mí estaba claro que era un hombre ejemplar, un santo –incluso en vida–, una referencia de bondad y fe; y, sin embargo, fue a partir de aquella invitación del Cardenal Porras que me he dedicado con profundidad a estudiar e investigar sobre la vida del médico trujillano, laico, ciudadano de su tiempo. Y confieso que no dejo de sorprenderme y admirar la inagotable capacidad de reunir en una persona lo mejor de nuestro gentilicio, pero más todavía el coraje, al desafiar una época complicada y llena de adversidades; la inteligencia de plantear soluciones inéditas y en muchos casos impensables; y, por supuesto, la sensibilidad para reconocer en la amistad, la música, la filosofía, la creatividad, la belleza y la cultura, parte integral de su cotidianidad.
El hallazgo que ha resultado para mi familia, afectos y para mí misma, todos los aspectos de la vida de JGH, ha servido de inventario de testimonios de personas cercanas quienes, al descubrirlo también, se han acercado más a la Iglesia católica, y en algunos casos, incluso han cerrado la brecha que los distanciaba. Ese es el poder de nuestro nuevo Beato: una figura capaz de unificar a un país, más allá de las fronteras, de ideologías, de creencias, mucho más allá de la edad, raza o condición social. Un país que, uniendo esfuerzos por una causa sostenida, logró llevar a los altares mayores a un venezolano ejemplar que decidió vivir haciendo el bien a todos por igual.
En muchas conversas con gente cercana ha surgido la pregunta del porqué tardó tanto el proceso, de porqué ahora, porqué llevar adelante la Beatificación en plena pandemia, como bien lo planteas. Honestamente, son preguntas que yo misma me planteé, sin embargo, se fue aclarando el panorama, hasta lograr entender que la Beatificación de JGH nos llega en el momento preciso. Justo cuando el mundo en general, y Venezuela en particular, atraviesa la mayor consternación vivida desde hace mucho tiempo, en tiempos en los que nos reconocemos vulnerables, en tiempos en los que –como nunca– necesitamos de un motivo de unión, de reconciliación, de reencuentro y de reconocimiento, y probablemente nadie mejor que la figura de JGH que, además, vale decir, no solo convoca a quienes profesamos la religión católica, sino a personas que con otras creencias reconocen su devoción. Así pues, lejos de quedar en la duda de por qué ahora y no antes, prefiero permanecer en la certeza de que es este el momento indicado para que nos detengamos y nos acerquemos a contemplar su legado.
Recuerdo el comienzo del mensaje que el papa Francisco nos envió el día antes de la ceremonia de Beatificación. Con uno de sus gestos muy particulares, nos comentó que no recordaba un solo caso de los venezolanos que había conocido, que no cerrasen la conversación con el “¿y cuándo beatificarán a José Gregorio?”. Muestra clara de la espera y de la fe profesada por un país completo, sin distingos.
Y claro, ha sido un gran reto. No solo por la complejidad de conceptualizar y producir un encuentro de esta trascendencia en pandemia, sino también como mujer, laica, madre de familia y gerente cultural. Estar al frente de la Comisión Nacional para la Beatificación de JGH, me ha permitido conocer con mayor profundidad las dinámicas cotidianas de una institución tan sólida como la Iglesia católica. Tener de interlocutores a tantos hombres que han ofrecido su vida a los venezolanos y que, desde mayores o menores rangos, atienden todos los días a tantas personas que buscan fortalecer su fe en Dios; conocer en detalle el trabajo de las Hermanas que con tanta tenacidad y cariño dedican sus días a aquellos urgidos de atención; conversar con los distintos grupos de laicos que apoyan a la Iglesia católica e impulsan tantos programas sociales y educativos que pasan a veces desapercibidos entre las tantas carencias que agobian a nuestra gente… Hoy día me siento muy agradecida con la Iglesia y el rol que asume ante la crisis que vivimos, me siento más comprometida y al mismo tiempo satisfecha al decir: yo soy católica, vivo en Venezuela y aquí me quedo, apoyando a quiénes puedo como mejor consigo maneras de hacerlo. Conmigo cuentan siempre.
–Mateo 22, nos recuerda que “muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Y es que la función de los creyentes no depende de su número sino de su misión; la misma que solo nos pide revestir el corazón y disponerlo a seguir la voluntad de Dios. JGH, con su ejemplo y sencillez, nos lo demuestra… ¿Quiénes fueron los “escogidos” para participar de los preparativos de la ceremonia? ¿Qué elementos definen la consolidación del equipo de trabajo que asumió junto a ti la misión de agrupar –en 120 minutos– tantos sentires, historias, rostros y caminos?
–Más adelante en ese pasaje, Mateo cita la respuesta de “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es Dios”. En el caso de la Coordinación de la Beatificación de JGH, todo ha sido providencial, pero además hemos contado con la más hermosa suma de voluntades de la que yo he sido testigo. Realmente el trayecto ha sido largo, recordemos que esta es una causa que ha sido impulsada por más de setenta años. Han sido muchos sacerdotes, Obispos, religiosas, laicos y, en honor a la verdad, todo un país en casi tres generaciones que han sostenido, difundido y ampliado la devoción por nuestro Beato.
Mucho más cerca, el Cardenal Porras asumió el liderazgo de la causa, junto a Monseñor Tulio Ramírez, actual Obispo de Guarenas y la Licenciada Silvia Correale, como Vicepostulador y Postuladora de la causa, respectivamente. El pasado mes de junio de 2020, desde El Vaticano nos llegó la noticia de la continuación del proceso de Beatificación y ya entonces el trabajo de la Comisión Nacional para la Beatificación de JGH, se activó de manera constante hasta el día de hoy.
En el camino han sucedido muchas acciones. La Comisión Pastoral desarrolló el contenido de la Jornada Nacional de Encuentros “Venezuela camina con JGH”, un material que no tiene desperdicio y que, en mi humilde opinión, debe revisarse de manera recurrente, pues se adapta cada vez más a la realidad que vive nuestro país. Son doce encuentros, muy bien pensados y adaptados en versiones para niños y para jóvenes, de modo que generen la empatía necesaria para que todos podamos tener acceso al legado de JGH.
Y, por supuesto, una de las más importantes acciones llevadas adelante tiene que ver con la labor del grupo de médicos venezolanos que se encargaron del estudio de los restos del Beato. Una gestión admirable, impecable. El Cardenal Porras cuenta de la sorpresa en Roma frente al detalle y minuciosidad del informe final. Todos quedaron perplejos ante la calidad humana y la sensibilidad del equipo de especialistas que asumieron esa tarea y, sobre todo, lo especializado y preciso de cada uno de los hallazgos.
Detrás de esa hermosa y emotiva transmisión que disfrutamos, está el esfuerzo, la constancia y el compromiso de muchos profesionales que, sin dudar y aún en momentos adversos, dedicaron muchas horas de trabajo, y debo decirlo, muchos cambios de seña, para lograrlo.
Allí pudimos ver, por ejemplo, las reliquias tratadas con el esmero propio de las Hermanas de las Siervas de Jesús, contenidas en los relicarios que se entregaron a cada una de las diócesis del país. En este caso, un relicario muy nuestro, criollo, original, que recrea tres de los aspectos de la vida del beato, un microscopio, su característico sombrero negro y las cuentas del rosario que solía rezar cada día; diseñado por dos artistas venezolanas, María Teresa Aristeguieta y Matilde Sánchez.
El guión litúrgico fue trabajado en largas jornadas hasta dar con las lecturas más oportunas y todas las plegarias que mejor se adaptaran al momento que nos reunió. La conceptualización gráfica lograda por ABV Taller de Diseño, y el artista larense Luis Enrique Mogollón, quien amablemente cedió la reproducción del mosaico que fue develado en el emotivo momento en el que el Nuncio Apostólico Aldo Giordano, pronunció las letras apostólicas que hacían oficial la subida del Beato a los altares mayores.
El repertorio musical, seleccionado magistralmente por las maestras María Guinand y Elisa Vegas junto a un equipo de virtuosos músicos venezolanos que conformaron la orquesta, el coro y el grupo de invitados especiales para interpretar el repertorio. Compositores venezolanos, todos los ritmos representando a nuestra geografía. Tanto que, si la memoria no me falla, el criterio inicial fue así:
Aunque, ciertamente, tengamos que disminuir la presencia de feligreses en la ceremonia debido a la pandemia, logremos entonces que cada quien, en su casa, o donde sea que esté, en Venezuela o en otras fronteras, disfrute de la mejor transmisión posible y sienta que es parte de esta celebración; porque somos un país musical, con un repertorio prolijo y rico, hagamos entonces que brille la música, que nos refugiemos en los acordes y desde allí, unidos, ser oración inspirada en el país posible…
Yo, mirando en retrospectiva, creo que lo logramos. Claro, hoy lo digo con soltura, pero es inevitable recordar la cantidad de movimientos y cambios que tuvimos que enfrentar junto al equipo de Evenpro, quienes nos acompañaron en toda la producción. Comenzamos, hace muchos meses atrás, pensando en el Aeropuerto de La Carlota como sede natural para la ceremonia, pero arrecia la pandemia del COVID-19 en el mundo y optamos por pensar en el Estadio Universitario. De inmediato, se complicó la pandemia en Venezuela y luego de una nueva consulta dimos definitivamente con el que sería el mejor sitio para celebrar la Beatificación de JGH: el Colegio La Salle – La Colina. Y mira que yo, siendo ignaciana, debo reconocer que sí señor, era el lugar ideal, pues, José Gregorio Hernández llevó adelante su ministerio de atención médica en esa zona de la parte norte de Caracas, pero más allá de eso, en esta ocasión era imprescindible velar por la salud tanto de los pocos asistentes como de las personas en las zonas aledañas. Para ello, los Hermanos de la Salle, fueron nuestros grandes aliados, y con paciencia infinita acompañaron cada ajuste que fuimos haciendo hasta llegar a la versión definitiva del acto.
Toda esta gran suma de voluntades reúne también a la empresa privada, a líderes políticos y sociales del país, y a los entes públicos que prestaron todo el apoyo necesario para poder ofrecer a todos los venezolanos este kairós, este momento de unión en una misma fe que refleja la devoción de todo un país frente a un hombre de bien.
En lo personal, y mientras te cuento esto, me conmuevo nuevamente; pues, con esta experiencia, he sido testigo de que sí es posible entendernos. Son muchas las diferencias que nos separan en un país polarizado, claro que sí, pero hoy tenemos un motivo para encontrarnos en torno a aquellas ideas comunes que nos reúnen como venezolanos. Hoy puedo asegurar que es posible construir desde la solidez de la fe, con la convicción de alcanzar el bien común. Es una asignatura pendiente a la que debemos prestar atención todos los días y, por cierto, José Gregorio es claro ejemplo en este asunto.
–JGH nos ha hecho caer en la cuenta que la bondad, el amor y el servicio no tienen fronteras y su beatificación se presenta hoy como elemento unificador de un pueblo fiel a Dios, que sufre, que ama y espera… ¿Podrías compartirnos cómo ha sido la experiencia de llevar las reliquias del Beato a todos los rincones del país y más allá de nuestras fronteras? ¿Cómo ha recibido el venezolano esta buena nueva en medio de una pandemia cargada de distancias, carestías y emergencias?
–Esta fue otra de las grandes experiencias que desde lo personal he tenido la fortuna de vivir. Los obispos del país en comunión, se trasladaron a Caracas, sorteando todas las dificultades propias del momento que vivimos, sorteando la falta de combustible, la inseguridad, las limitaciones, todos en sintonía con la necesidad de fortalecer esa red que contendría a todo un país en un momento tan esperado.
Otra de las premisas de todo este proceso, así como lo fue el repertorio musical que representara a todo el país, ha sido el diálogo constante con todas las Comisiones diocesanas conformadas en cada región, por religiosos y laicos, para ser parte del equipo de la Beatificación. Con profunda admiración debo reconocer el trabajo de todas las Diócesis del país, desde los lugares más recónditos hasta las principales ciudades, a medida que fuimos transitando la ruta de cambios y ajustes que hemos mencionado antes.
Lo esperado era recibir a muchos feligreses en un acto multitudinario. Sin embargo, luego de entender la situación inédita a nivel sanitario a la que nos enfrentamos, pero aun queriendo conservar la participación activa de todas las comunidades, así como las expectativas albergadas durante tanto tiempo, fue posible tejer entre todos esta suerte de recorrido nacional, que casi podría comparar con un río. Un río cuyo cauce nació el viernes 30 de abril, en el momento en el que el Cardenal Porras hizo entrega a cada Obispo del relicario que contiene los restos de JGH, y que a partir de entonces no ha hecho sino crecer.
Lo que fue concebido como un simple gesto de hermandad para todo el país, ha tomado una fuerza arrasadora comparable solo con la corriente de un río, que a medida que avanza va transformando su entorno. Y así hemos visto imágenes realmente conmovedoras de Cuyagua, de Cumaná, de Punto Fijo, del Sur del Lago, de Mérida, de Maturín, de El Tigre, de Delta Amacuro… Hospitales, calles, plazas, carros convertidos en carrozas. Enfermeras, médicos, maestros, madres con niños enfermos en brazos, carricitos vestidos con su traje típico, jóvenes… En fin, todo un país que, aún en pandemia y cumpliendo con los protocolos de bioseguridad sugeridos, ha salido a la calle a recibir con júbilo y alegría la llegada del Beato. Y es que, recordemos, se trata de una nación en la que la imagen del médico con su bata o la del traje negro y sombrero, reposa en cada rincón; en cada camioneta por puesto, bodega, barbería, floristería; en cada billetera; en cada casa… No podíamos esperar menos que esto y, aun así, encontrarnos gratamente conmovidos. Porque esto de “salir a la calle” no solo ha sido para recibir la noticia entre lágrimas y aplausos, sino para ser parte de una historia que se escribe a diario, con el compromiso de acercarnos cada vez más al ejemplo que nos ofrece el legado de José Gregorio Hernández.
–Creer que “José Gregorio es nuestro”, implica necesariamente hacernos de su legado, reconocerlo como un hombre de su tiempo y seguir su ejemplo. Son muy diversas las iniciativas que, desde la fe católica, nos invitan a aproximarnos a la vida del Beato, a sus hallazgos, su vocación de servicio, su opción por los más necesitados y, sobre todo, su aporte a la construcción del país posible que procuró hasta el final de sus días: ¿A dónde vamos? ¿Cuál es la ruta para seguir encaminados a hacer el bien junto a nuestro Beato?
–Me permito insistir en el concepto del kairós, en ese momento oportuno, preciso para, como sociedad, reconocer el tiempo que nos corresponde enfrentar. Hoy nos sabemos vulnerables. Los estragos causados por la pandemia del COVID-19 nos han afectado a todos. En mayor o menor medida sentimos miedo, vivimos en la incertidumbre y, particularmente los venezolanos, enfrentamos una de las peores crisis sociales, políticas y económicas de nuestra historia. Crisis que afecta no solo a quienes vivimos aquí, sino también –y en muchos casos– a aquellos que se han visto en la necesidad de migrar a otras tierras. Y, aun así, ahí está el kairós, que se nos presenta como la posibilidad de reconocer, esta vez en la figura de José Gregorio, el motivo necesario para unir voluntades, para trabajar en la reconciliación y el perdón, para construir desde el diálogo y la solidaridad… Y, sobre todo, para proponer rutas hacia un país posible. Tal como lo haría a comienzos del siglo XX, nuestro médico trujillano, quien tuvo el coraje de plantear, tomándose el tiempo necesario para formarse y regresar con determinación de innovar, transformar y, sobre todo, cumplir con el compromiso que había asumido desde muy joven con su gente, recordemos en un país tomado por la dictadura, sumido en la pobreza y la carestía.
La ruta que debemos transitar juntos hoy, bien podría ser una similar a la que plantea la biografía de José Gregorio, un hombre que decidió vivir cada día haciendo el bien, aferrado a sus profundas convicciones católicas, entregado a la oración y al servicio público. Y no por eso, dejó de frecuentar a sus amigos, ni dejó de vestirse bien; no por ser un “hombre bueno” dejó de plantarse frente al pensamiento filosófico disímil de su colega Luis Razetti y un grupo de médicos más, y aún así lograr el entendimiento y proponer soluciones, sobre todo en un momento tan crítico para Venezuela, durante la llamada Gripe Española, entre 1918 y 1919.
Por eso, tomémonos hoy el tiempo para regalarnos el placer de acercarnos a la vida ejemplar de un venezolano que desde Isnotú llegó a Caracas, estudió Medicina, viajó a París para traer nuevas ideas, dedicó su vida a la oración y el servicio a los necesitados, paseó por La Pastora, disfrutó del clima caraqueño, escribió sobre arte, filosofía, fe y ciencia, frecuentó lugares que aún se mantienen en la ciudad y dejó su estampa plasmada en lo más profundo del imaginario colectivo de un país a través del tiempo.
Es mucho lo que podemos adoptar en nuestra cotidianidad de la vida de José Gregorio Hernández, porque nos resulta cercano. También son muchos a quienes hoy debemos agradecer por los textos, biografías, investigaciones sobre su vida, su legado, su mensaje. JGH es un testimonio de vida y un ejemplo que tenemos a mano para inspirarnos cada día a hacer el bien. Algo tan sencillo, tan complejo y tan profundamente humano.
Aquí mi compromiso y mi invitación:
#HazElBien.
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*Internacionalista (UCV). Jefa de redacción de la Revista SIC.