Noel Álvarez*
“Al fin le llegó la hora al dictador. Cayó por la fuerza de una oposición unida y se fugó del país forrado de plata a refugiarse en el extranjero”. Esto pensaba el pueblo ecuatoriano al quitarse de encima al sanguinario dictador Ignacio de Veintemilla, quien ordenó emplazar un cañón frente a la sede del Banco de Ecuador y le ordenó al gerente que le entregara 200 mil pesos. Ante la coacción, su solicitud fue acatada. Hoy en día los autócratas aseguran su dorado exilio sacando el oro de las bóvedas de los bancos centrales.
Al poco tiempo de Veintemilla asumir el poder, se había iniciado en el Ecuador un período de persecuciones y crímenes en contra de todos los principios de justicia y libertad. El palo y el látigo fueron los métodos generalizados en los cuarteles, ya fuera contra civiles llamados insumisos, como contra inofensivos sospechosos, o contra cualquier funcionario público tildado de desafecto a la revolución. En nuestro país estas figuras serían el patriota cooperante y los colectivos armados que a punta de fusil asaltan y destruyen residencias por el simple hecho de no estar de acuerdo con la tiranía actual.
Veintemilla se mantuvo 2 años gobernando al Ecuador en calidad de Jefe Supremo, hasta que en 1878, considerando que el país ya estaba pacificado a punta de armas de chispa, convocó a una Asamblea Constituyente en la que ofrecía pacificar al pueblo ecuatoriano, pero asesinando a los opositores, cerrando y confiscando medios de comunicación. Esta asamblea lo nombró Presidente de la República, invistiéndolo de facultades extraordinarias pero la procesión de los militares en contra de ese proceso iba por dentro. El dictador tenía el control del organismo electoral pero el rechazo de la inmensa mayoría ecuatoriana.
A principios de 1882, los militares afectos al régimen recorrían los pueblos, reprimiendo con brutales palizas a todo opositor sospechoso. El gobierno constitucional de Veintemilla llegaba a su fin y la Carta Fundamental prohibía la reelección pero Veintemilla, encariñado con el mando y apoyado por el ejército, se hizo proclamar Jefe Supremo de la Nación por el Concejo de Quito; pese a la oposición del general Cornelio E. Vernaza, Comandante en Jefe del Ejército, quien, en los momentos del golpe de estado, lideró la oposición en los cuarteles.
Inmediatamente se desató una serie de reacciones y pronunciamientos de oficiales, con las criadillas bien puestas, en contra del autócrata y los generales Sarasti, Landázuri, Guerrero, Salazar, Lizarzaburu y Alfaro. Conservadores y liberales, se unieron a la población que sufría las miserias del tirano para luchar en contra de la dictadura y mandaron a Veintemilla al exilio. Por cierto, en aquellos tiempos se acostumbraba torturar a las personas arrastrándolas amarradas en la cola de un caballo, hoy se usan potentes motos y tanquetas para arrastrar a manifestantes y los guardias pretorianos son premiados por la muerte de un opositor.
*Coordinador Nacional de IPP-Gente