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Agua en el desierto

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Por Luis Ovando Hernández, SJ

Llegado septiembre nos encomendamos a Dios y nos preparamos para la conclusión de este último trimestre, igualmente signado –como los nueve meses que dejamos atrás– por la incertidumbre en los diferentes ámbitos donde hacemos vida.

La Biblia posee un mensaje constante, que nos transmite valiéndose de un sinfín de recursos literarios. Esto es: Dios ama la vida del hombre, y no su muerte; Dios encara al mal, imponiendo su bondad.

Esta buena noticia abarca las historias individuales, pasa por los pueblos y desagua en la creación misma. Es la buena noticia de que toda carencia y mal ceden ante las misericordiosas manos divinas.

Agua en el desierto

Es probable que la inmediatez de la realidad haya hecho mella en nuestro interior, opacando nuestro ánimo de tal modo que esta oscuridad venga a sumarse a la merma de nuestras fuerzas físicas, a la pérdida de peso y la enfermedad, por citar un solo ejemplo.

Es probable que la fe haya igualmente disminuido, y que la esperanza sea su compañera en este pedregoso camino que ahora transitamos.

Nuestros enclenques y famélicos brazos están caídos, nuestra mirada perdida en un horizonte que no otea, nuestro corazón ensombrecido, donde ahora anida el desánimo. En este estado de cosas donde nos vemos inmersos, llega a nuestros oídos la palabra de Dios.

Seamos fuertes, no tengamos miedo; llega nuestro Dios. Con el a nuestro lado, el cambio de toda situación calamitosa está más cerca. Es en la fuerza que nos lanza a superar el mal y la carencia, hasta que seamos testigos de que el agua brota en el desierto. La vida se impone a la aridez.

Ábrete

Jesús recorre pueblos y ciudades haciendo el bien. Su sola presencia es ya un beneficio, pues logra reavivar el ánimo necesario para continuar. Pero también opera la misericordia de Dios, nuestro Padre.

En su peregrinación por Palestina, Jesús se encuentra con un hombre necesitado. Este hombre está impedido de oír, y prácticamente no habla. Podría afirmar que no es un hombre en plenitud. Mediante la curación del sordomudo, Jesús muestra una vez más que Dios supera la carencia y vence al mal a punta de bien.

Son llamativos los datos de que este hombre es llevado a Jesús por sus paisanos. Es decir, hay gente que intercede en beneficio suyo; después, está el hecho de que Jesús toque a este hombre. De aquí se desprenden tres elementos necesarios para nosotros, los venezolanos.

El primer elemento es la solidaridad de los paisanos del tartamudo, que lo colocan ante el Señor para que opere el milagro.

El segundo elemento es la proximidad de Jesús, la cercanía incluso física con el necesitado. El tercer elemento tiene que ver con el milagro: este hombre podrá oír… la palabra de Dios, la Buena Noticia, y podrá hablar… de ella.

El sordomudo se convertirá en portavoz de la palabra de Dios, que ahora sí puede escuchar y proclamar. Es decir, tendrá voz, podrá pronunciarse.

Fe y favoritismo

Todo lo dicho hasta ahora es un hermoso discurso si no somos capaces de aterrizarlo. Santiago Apóstol viene en nuestra ayuda, para evitar que divaguemos, denunciando un evento palpable del que seguramente fue testigo presencial: los favoritismos en medio de la asamblea cristiana, por el simple hecho de que unos poseen más bienes materiales que otros, los pobres a quienes tanto amó y asistió Jesús.

La fe tiene la propiedad de cambiar nuestro modo de cambiar las cosas y situaciones, de manera que cuando miramos a los pobres, estamos en presencia del tesoro de la Iglesia. Los pobres de todos los tiempos y lugares atesoran la fe que nos consolida. De ello tenemos harta experiencia: casas donde todo falta, menos la fe.

Oír, hablar y ver. Tres sentidos que favorecen la solidaridad, la proximidad y la eficacia para que haya “agua en el desierto”.


*Rector del Colegio Loyola – Puerto Ordaz

Fuente:

Primicia: primicia.com.ve

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