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Afganistán: entre contradicciones y cambios

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Por Félix Arellano*

El retiro definitivo de las tropas de los Estados Unidos de Afganistán, a pesar de haber sido negociado y firmado en un acuerdo, y el adelanto de los plazos decidido por el presidente Joe Biden, han acelerado la ocupación del país por parte del Talibán; lo que está generando una profunda crítica sobre las contradicciones en los veinte años de ocupación, y acelerando cambios poco esperanzadores en múltiples niveles.

La salida ha debido ser relativamente organizada si tenemos en cuenta que el proceso de negociaciones entre el gobierno del presidente Donald Trump y el Talibán, que incluía como elemento fundamental el retiro de las tropas norteamericanas del territorio afgano, inició en el año 2018, y culminó con la firma del acuerdo definido irónicamente como: “traer paz a Afganistán”, en la ciudad de Doha, Qatar, en febrero de 2020. Los hechos han demostrado todo lo contrario, lo que está generando un creciente malestar.

La intervención militar bajo el liderazgo de los Estados Unidos, que contó con el activo respaldo de los países miembros de la OTAN y la aquiescencia de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se inició en noviembre del 2001, como reacción a los ataques terroristas perpetrados por Al Qaeda, contra las torres del World Trade Center en la ciudad de Nueva York, e instalaciones del pentágono en la capital del país a corta distancia de la Casa Blanca y del Congreso, en el mes de septiembre de 2001.

Sobre las contradicciones

En la lucha contra el terrorismo, Afganistán representaba una seria amenaza, toda vez que el Talibán en el poder brindaba protección a movimientos terroristas, en particular a Osama bin Laden, el máximo líder de Al Qaeda. En estos términos se puede apreciar que el objetivo inicial de la intervención militar era el enfrentamiento a la amenaza terrorista, un enemigo complejo y novedoso, que va alcanzando un creciente protagonismo a escala global, afectando directamente a las sociedades occidentales.

Pero, durante los veinte años de intervención, los objetivos se fueron reformulando, situación que en estos momentos genera dudas y constituye uno de los elementos del cuestionamiento sobre los resultados del proceso. En el 2001, como se ha señalado, el objetivo era la guerra contra el terrorismo y, en particular, contra el grupo Al Qaeda. Lo relevante, en términos estratégicos, es que tal objetivo se logró: la cúpula de Al Qaeda fue progresivamente desarticulada y su máximo líder eliminado.

Adicionalmente, el Talibán, como cómplice y promotor del terrorismo, también fue expulsado del poder. A partir de ese momento van acentuándose las contradicciones, pues la intervención se mantiene, pero con nuevos objetivos, ahora se trata de la construcción de gobernabilidad en la compleja sociedad afgana.

Cabe destacar que en Afganistán nos encontramos con una sociedad históricamente heterogénea y compleja; multiétnica y multilinguistica, organizada bajo el sistema tribal y con valores y prácticas religiosas ancestrales profundamente arraigadas. En tales condiciones resulta imposible decretar la democracia y conformar sus instituciones liberales.

Conviene recordar que en Occidente se logró superar, hace algunos siglos y luego de mucha sangre, la hegemonía del poder religioso; es decir, lograr la separación entre el Estado y la Iglesia, que actualmente se presenta como obvia y fundamental para el funcionamiento institucional de la política; empero, para muchas sociedades resulta incomprensible e inaceptable.

Al transcurrir el tiempo, y ante la dificultad de modernizar u occidentalizar la sociedad afgana, la intervención obstinadamente se mantiene, pero de nuevo se reformulan los objetivos; ahora se trata de la organización de un ejército entrenado, armado y cohesionado. Este nuevo objetivo genera otras complicaciones y reproduce viejas contradicciones. Entrenar y equipar el nuevo ejército trae a la escena la figura de los contratistas y millonarios negocios.

Al respecto, circula información de más de 400 contratistas y un flujo multimillonario de recursos, en un contexto de poca transparencia. Algunos resaltan la profunda corrupción que ha caracterizado el proceso, destacando, entre otros, la existencia de nóminas militares fantasmas y crecientes deserciones; lo que limita definir con certeza el tamaño y capacidad del nuevo ejército afgano.

Por otra parte, conformar el nuevo ejército también se enfrenta con la compleja realidad estructural de la sociedad afgana; es decir, su carácter multiétnico, multilinguistico y su organización tribal; factores que desafían la conformación de un ejército unificado, coherente y eficiente.

No existía claridad sobre la dimensión y capacidad efectiva del ejército afgano; empero, progresivamente se hace evidente el fortalecimiento del Talibán que, desde la salida del poder (2001), mantienen sus valores radicales y el objetivo de reconformar el régimen teocrático y el emirato islámico; para tales fines cuentan con varios elementos favorables. Como expresión ultra conservadora del sunismo, no les resulta difícil lograr apoyo, particularmente financiero, toda vez que los sunitas constituyen la mayoría del movimiento islámico, y las poderosas monarquías árabes son sunitas.

Adicionalmente, conviene destacar que los valores radicales del Talibán, su rígida interpretación de la Ley Islámica (sharía), cuenta con el respaldo de grupos tribales, en particular de sus jefes, pues les garantiza el control social y su poder. También cuenta con un importante apoyo en diversos movimientos islámicos en el mundo.

En corto tiempo, el Talibán retomó lo que mejor conoce, la acción guerrillera, recordemos que surge como un movimiento que, mediante la guerra de guerrilla, enfrentó a la poderosa fuerza militar soviética en los finales de la guerra fría, con el apoyo de monarquías sunitas y del propio Estados Unidos. Importante destacar que para el 2009, se forma un “gobierno Talibán de sombra” y, desde el 2013, cuenta con una oficina de representación en Qatar.

Para el 2015 se agudizan los ataques del Talibán contra el ejército afgano y la coalición internacional. Luego, la firma del acuerdo en Doha representó un punto de inflexión para su empoderamiento, propiciando el progresivo apoyo de las bases tribales del país, lo que facilitó la ocupación del territorio, proceso que se acelera con el adelanto de los plazos para el retiro definitivo de las tropas que anunció el presidente Biden.

Fuente: Evan Vucci / AP

Sobre los cambios

Resulta prematuro poder desarrollar el alcance y profundidad de los cambios que se plantean, producto de la crisis en Afganistán que se encuentra en pleno desarrollo. Ahora bien, en una primera lectura se puede apreciar, entre otros, el deterioro de la popularidad del presidente Joe Biden y las consecuencias que puede generar en las próximas elecciones legislativa de medio término; la perdida de liderazgo de la potencia americana y las inexorables repercusiones en el orden liberal internacional profundamente amenazado; y los beneficios que puede lograr la geopolítica del autoritarismo, en particular el ascenso hegemónico de China con este nuevo capítulo.

El cambio más dramático que se presenta con la toma del poder por el Talibán, tiene que ver con la posibilidad de que asuman de nuevo el sistema de terror, con la rígida interpretación de la Ley Islámica, que conllevó una profunda violación de los derechos humanos, particularmente contra las mujeres y los jóvenes, que aplicaron durante los años 1996-2001 cuando controlaron el poder.

Recientemente algunos de sus voceros han enviado mensajes de tolerancia, que pudieran significar cambios en sus rígidas interpretaciones, pero no son confiables, forman parte de los juegos tácticos para facilitar el control del país. No podemos olvidar que sus textos y doctrinas fundacionales son ortodoxos y la actitud agresiva que están asumiendo en estos primeros días, presagian tiempos muy difíciles para el pueblo afgano.

La actual situación en Afganistán también conlleva repercusiones importantes en los Estados Unidos. Al respecto, ya se aprecia como el partido republicano, debilitado con la derrota electoral y el bochornoso ataque al Congreso, está encontrando en el caos de la salida de las tropas, un importante recurso para su campaña electoral, incluso el expresidente Trump ha encendido los motores electorales, desconociendo que el retiro de las tropas fue negociado y firmado durante su gobierno.

En el cuestionamiento interno del presidente Biden, algunos consideran que “Afganistán representa el Vietnam de Biden”, y adicionalmente debemos sumar la desconfianza que se incrementa en la comunidad internacional, con relación al liderazgo y capacidad de acción de la potencia americana.

La política del “americana first”, que promovió en su gobierno el presidente Trump, caracterizada por un progresivo aislamiento de los socios tradicionales y de los temas sensibles de la agenda internacional, ha dejado una profunda huella de desconfianza, que se fortalece con los recientes acontecimientos en Afganistán.

Estamos conscientes que el presidente Biden desde que asumió el poder está tratando de superar el aislacionismo; empero, la caótica evacuación de Kabul trasmite una imagen de debilidad y desorganización en política exterior, en un momento delicado para su liderazgo internacional, en particular, en el esfuerzo de renovar la vigencia y efectividad de un orden internacional liberal fundamentado en principios, que privilegia las libertades, la democracia y los derechos humanos.

En ese contexto, todo indica que la geopolítica del autoritarismo y, en particular, sus actores fundamentales China y Rusia podrían resultar como los principales beneficiarios de esta crisis, lo que debe alertar a la comunidad internacional por las negativas repercusiones que puede generar para el débil y amenazado orden liberal internacional.

La Rusia de Putin encuentra condiciones políticas favorables con el Talibán en el poder, no representa al viejo comunismo de la URSS, que derrotó el Talibán en Afganistán, y comparte con ellos la narrativa antisistema, particularmente contra los Estados Unidos. En tal sentido, ya habían iniciado conversaciones sobre la potencial participación rusa en los proyectos del nuevo gobierno en Afganistán.

China, que no logró en el pasado una buena relación con el Talibán en el poder, de hecho, no lo reconoció como gobierno; ahora, en su enfrentamiento con los Estados Unidos, lo considera un potencial aliado. También le resulta favorable la posición disruptiva que representa el Talibán, frente al orden liberal que ha promovido los Estados Unidos; ahora bien, su interés fundamental es económico.

Para China, el territorio afgano representa un objetivo estratégico muy preciado, particularmente por sus cuantiosas reservas de cobre, hierro, oro, plata, zinc; pero fundamentalmente de litio y de las llamadas tierras raras (lantano, cerio, neodimio), recursos fundamentales para el funcionamiento las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial, que China está tratando de dominar.

En tal sentido, el gobierno chino mantiene su embajada en Kabul, y si bien aún no ha reconocido un nuevo gobierno, ha iniciado negociaciones informales para garantizar la seguridad de su personal y de sus nacionales en el territorio afgano.

Ahora bien, el Talibán en Afganistán también representa una potencial amenaza para la gran mayoría de Estados. Existe una generalizada preocupación que el Talibán reconvierta Afganistán en un santuario del terrorismo internacional, lo que puede afectar directamente a sus vecinos, en particular a China que está enfrentando movimientos islámicos al interior de su territorio; pero, también la paz y la seguridad a escala global.

Para Rusia, que el Talibán apoye de nuevo el terrorismo internacional, puede representar un peligro en la creciente inestabilidad interna que enfrenta Putin. Por otra parte, para Irán, que el Talibán podría constituir un aliado en el enfrentamiento con los Estados Unidos, también existen importantes divergencias religiosas. Recordemos que el Talibán representa al sunismo en su visión más radical e Irán, por el contrario, sostiene la interpretación más rígida de los chiitas; las dos visiones islámicas que tradicionalmente se han enfrentado.

El terrorismo islámico constituye una amenaza para Occidente, pero también para China y Rusia. En este contexto, con una dosis de pragmatismo, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad podrían iniciar conversaciones sobre la necesidad de establecer límites y controles al nuevo gobierno Talibán. Al respecto, podría resultar una interesante oportunidad, la reciente convocatoria de una reunión de emergencia del Grupo de los 7, para abordar de forma creativa los riesgos que conlleva la nueva situación de Afganistán.

Para nosotros en Venezuela, además del doloroso impacto que representa encontrar de nuevo al Talibán en el poder y sus nefastas violaciones de los derechos humanos, particularmente para las mujeres y los jóvenes; también conlleva lecciones importantes sobre el papel de los actores internacionales en la solución de los conflictos, en particular, sobre las falsas expectativas que puede generar el uso de la fuerza militar.


*Internacionalista. Doctor en Ciencias Políticas. Miembro del Consejo Editorial de la revista SIC.

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