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Adviento: Tiempo de esperanza

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Antonio Pérez Esclarín

Comenzó el Adviento, tiempo para prepararnos a la venida del Señor. Si Jesús es importante para nosotros, la Navidad es una fiesta importante. Si no, es mero cascarón hueco: adornos, compras, regalos, vaciedad. Celebramos que Dios está aquí, en mitad de nuestra aventura. Por ello, el adviento es tiempo de desempolvar y fortalecer  la esperanza que se apoya en la fe.

Es hora de pasar del desencanto al reencanto, del pesimismo al entusiasmo, del miedo al coraje. ¡Otra Venezuela es posible, que debemos labrar con sacrificio y con  trabajo! Anatole France decía que “Nunca se da tanto como cuando se da esperanza” y no hay peor ladrón que el que arrebata  la esperanza. Por eso, no permitamos que nos roben la esperanza.   La esperanza  impide la angustia y el desaliento, pone alas a la voluntad, se orienta hacia la luz  y hacia la vida. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir y de luchar. Pero hay que  anunciar y vivir una esperanza creíble. No se trata de esperar sentados. Esperamos caminando, trabajando, luchando. La esperanza nos ha sido dada para sembrarla donde ha desaparecido,  para calentar los corazones que han perdido el fuego y el valor.

Por ello,  sólo es digna de crédito la esperanza que se da, la esperanza que se arriesga, la que lucha contra toda injusticia, contra toda mentira, contra todo conformismo, contra toda claudicación.

Para cultivar la esperanza les regalo este cuento que, si no me equivoco, es de origen filipino:

“Una terrible sequía castigaba sin misericordia a los habitantes de aquel país lejano. Cada mañana el sol brotaba inexorable y recorría su camino de fuego matando ríos, secando campos, agotando las cosechas. Los pocos rebaños lloraban de sed alrededor de los pozos resecos. Si no llovía pronto, todos morirían.

Estuvieron de acuerdo en que la sequía era un castigo de los dioses. Había que organizar una acción de desagravio. Todos los hombres importantes fueron citados a la casa comunal. Llegaron los ricos con sus joyas, los sacerdotes con sus inciensos y oraciones, los guerreros con sus armas, los sabios con sus filosofías y sus libros. Pero los dioses seguían sordos ante sus sacrificios y sus súplicas.

Al tercer día, se acercó una niña con un paquete en sus brazos. Tocó la puerta y, cuando le abrieron, dijo que les traía lo que los dioses esperaban.

Algunos se molestaron mucho porque, además de hacerles perder el tiempo, les distrajo de sus oraciones y plegarias. ¡Qué iba a tener esa niña capaz de quebrar el fuerte enojo de los dioses! Pero algunos, por curiosidad, opinaron que debían abrir el paquete. Cuando lo hicieron, el cielo comenzó a nublarse. Para sorpresa de todos, el paquete contenía un paraguas. Ninguno de ellos había tenido la suficiente esperanza para llevarlo consigo por estar seguros de que iba a llover.

En la actualidad, en Venezuela estamos  sufriendo de una terrible sequía y la paz y la reconciliación parecen  languidecer bajo los rigores de  un largo verano. ¿Tendremos la esperanza suficiente  para sacar ya nuestros paraguas  y trabajar con entusiasmo para  enrumbar a Venezuela por los caminos del progreso, la productividad, el respeto, la justicia, la paz y  la reconciliación? Si lo hacemos, la Navidad no sólo brillará en las calles, sino en nuestros corazones.

[email protected] 

@pesclarin        

www.antonioperezesclarin.com

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