Joseba Lazcano
Los datos son impresionantes: Fe y Alegría (FyA) atiende a un millón 473 mil 074 participantes en mil 860 puntos geográficos distintos, en mil 240 planteles escolares y 2 mil 903 centros de educación no formal alternativa, educación radiofónica y de promoción social. Trabajan en el movimiento 43 mil 744 educadores. Está ya en veintidós países de tres continentes… ¡Y va creciendo!
Y estos datos son todavía más impresionantes cuando recordamos lo humilde y sencillo de sus comienzos. Más aún, los que hemos tenido el privilegio de conocer, más o menos de cerca, su evolución histórica y a sus principales actores reconocemos en su fundador algunas intuiciones geniales;pero no vemos en el movimiento ni en sus más importantes actores unas revolucionarias teorías educativas ni unos deslumbrantes sistemas organizativos o gerenciales. Menos aún vemos la abundancia de recursos económicos ni la garantía de apoyos sociales o políticos… Ni siquiera vemos en sus directivos personalidades fuera de serie, mucho más allá del común de los mortales. Entonces…¿dónde están las claves de ese Movimiento exitoso?
Se llamaba Abraham
Todo empezó como algo pequeño y sencillo, aquí mismito, dos cuadras más abajo de la actual sede de esta revista SIC. Todos los sábados, un grupo de jóvenes de la recién fundada UCAB salía hacia Catia. Se repartían por distintas zonas de la barriada. Visitaban los ranchitos. Jugaban con los niños. Enseñaban catecismo. Nada espectacular. Eso sí, iban con fe y volvían con alegría.
A la mañana siguiente, se reunían de nuevo en la universidad, para su misa dominical y para intercambiar sus experiencias de la tarde anterior. La idea que más se repetía en esas reuniones era que la raíz de todos los problemas que habían visto estaba en la falta de educación: ¡Algo deberíamos hacer!
Y empezaron a buscar algún terrenito o algún rancho un poco más grande para abrir una escuelita… ¡pero ni modo! No conseguían nada…
Un sábado… resultó especial. Los jóvenes universitarios habían preparado, con ilusión y cariño, las primeras comuniones de unos setenta niños. En el desayuno, Vélaz tomó la palabra. Sonó chocante: “Estamos perdiendo el tiempo con estos catecismos. Tenemos que convertirlos en una verdadera escuela”. Los universitarios quedaron pasmados, en silencio, mirando a Vélaz… El dueño del local se le acercó, decidido: “Padre, si quiere hacer una escuela, este local es suyo…”. Allí nacía FyA.
Vélaz era un indignado buscando propuestas
La indignación del fundador de FyA no apuntaba solamente a la injusticia social y a su raíz, la injusticia educativa. Tal vez apuntaba con más fuerza a la misma Iglesia y a la misma Compañía. Y tanto más, cuanto más profundamente se sentía identificado con ambas instituciones:
¿Por qué, cuando la sociedad civil avanza rápidamente en gigantescos programas de extensión de bienes para todos, que eran mirados hace poco como exclusividades aristocráticas, la sociedad eclesiástica no ha de proponerse llevar a todos los hombres los bienes espirituales que antes eran solamente un privilegio de selectos?
Es decir, su búsqueda era la eficacia, una eficacia masiva. Y, desde su propia experiencia de cercanía al mundo del pobre, descubrió la clave de esa eficacia en el corazón humano, en la alegría experimentada en el acercamiento y ayuda al necesitado, en el poder transformador de esa alegría:
Despertar y desenterrar el inmenso tesoro escondido por Dios en cada hombre puede ocasionar una gigantesca avalancha de unanimidad educativa y de renacimiento social que conmueva naciones y continentes enteros.
Ante unos periodistas que, veintidós años después de la experiencia fundacional, le preguntaban por las claves del éxito de FyA, Vélaz proclamaba:
Nuestro proyecto educativo tenía una semilla germinal en todo corazón bien puesto y en toda inteligencia informada y racional… la gente es buena, la gente quiere ayudar, el mundo tiene mucha más gente buena que gente mala.
En consecuencia, la clave está en levantar una bandera que vale la pena. De ahí, su repetida proclama – ¡la palabra más asociada a su personalidad!– del ¡atrevámonos!, no como una expresión de audacia imprudente, sino de fe en Dios y fe en la gente: atrevámonos a levantar banderas; atrevámonos a proponer caminos difíciles y exigentes, pero que son los verdaderos caminos de la alegría y de la felicidad. Atrevámonos con la audacia de la fe y de la alegría.
Este optimismo antropológico de Vélaz está inseparablemente ligado con su convicción del poder transformador de la alegría:
Ante el misterio de que Dios ha querido necesitar de nosotros para la salvación de nuestros hermanos, no es extraño que se enciendan todos los poderes de la alegría que transforma el mundo.
De la lógica de la oferta a la lógica de la demanda
En FyA, desde los tiempos fundacionales, se repite como un axioma que somos movimiento. Lógicamente, con el crecimiento y desarrollo, también somos organización. Más aún, el movimiento, asumido con responsabilidad, exige diversos niveles de organización. Pero el énfasis simplista del axioma sigue siendo oportuno como perspectiva crítica necesaria, como criterio de evaluación, como actitud para enfrentarse a nuevos retos. Es decir, siempre será propio de la identidad objetiva de FyA, no la lógica de la oferta de una institucionalidad reconocida como exitosa, sino la lógica de la demanda de las necesidades a las que tiene que atender con sus recursos disponibles.
Es llamativo que Vélaz, en los tiempos del más duro taylorismo en las teorías de la gestión institucional, propusiera la autonomía funcional, y nada menos que como “una de las claves más importantes del éxito de FyA”, “la mayor fortaleza de la identidad de nuestro Movimiento”. Es cierto, en una organización, legitimar autonomías puede propiciar anarquías disgregadoras. Pero en FyA, con una identidad fuertemente fundamentada en profundas experiencias personales, “todos gozamos de la misma autonomía y que esta característica contribuye como ninguna a compartir la misma bandera”, según el testimonio del mismo Vélaz. Es una clave importante para entender el espíritu de iniciativa y emprendimiento de FyA.
Podemos concluir afirmando que el nombre de FyA es toda una tesis antropológica: así es la condición humana; todos tenemos más de bueno que de malo; todos somos convocables si nos levantan una bandera que vale la pena. Y es también una tesis teológica: la alegría es el signo pascual de la presencia del Espíritu de Dios.
Vélaz no ofreció teorías ni doctrinas: hizo vivir experiencias de gozo y alegría en el servicio del necesitado, con un grandioso horizonte de sentido (¡nada menos que cambiar la sociedad por medio de la educación!) y unas tareas cotidianas de dimensiones humanas.
La parábola de Abraham y Patricia
Abraham Reyes, un toero llegado de las montañas de Churuguara, en ese momento trabajador del aseo urbano en el horario nocturno, y su esposa, la barloventeña Patricia, acababan de construir un ranchote de dos pisos después de siete años de ahorros y trabajos de fin de semana, pensando en el futuro de sus ocho hijos. Para hacer la masa, Patricia tenía que subir el agua, cerro arriba, desde La Planicie, a casi dos kilómetros.
Ellos habían conversado en la noche que, si entregaban su casa a esos jóvenes y a ese padrecito tan bueno, su casa sería la casa de todos los niños del barrio y su alegría por la nueva casa iba a ser la alegría de todo el barrio…
Abraham estaba ofreciendo la parte alta de la casa. Su familia se quedaría en la planta baja. Los universitarios escribieron en un cartón, y lo clavaron en la puerta: ESCUELA, se abren inscripciones para niños varones (así eran los tiempos…). Unas semanas después, Abraham se entera de que los universitarios seguían en la búsqueda de otro espacio… para las niñas. Y se molesta un poco; “Padre, como que no me tiene confianza… ¿Por qué no me lo dijo? ¡Tome también la planta baja para las hembritas!”. “Pero, Abraham, ¿qué vas a hacer tú?”. “Por mí no se preocupe, Padre. Tengo buenos brazos para sacar adelante mi familia, como lo he hecho hasta ahora”.
Cien niños sentados en el cemento áspero del piso de arriba; y 75 niñas en la planta baja. Y tres maestritas de 16 años, con apenas sexto grado de educación. ¡Así empezó FyA!
Más tarde, Abraham recordaba:
Yo, entonces, de religión sabía muy poco… pero, cuando empecé a hacer una casa, me acordé de la Virgen y se la ofrecí, rezando un padrenuestro… que es lo único que yo sabía rezar… Y cuando el padre aceptó mi casa, yo comprendí que era la Virgen quien la estaba aceptando. Entonces, yo sentí una gran alegría de poder colaborar con las cosas de Dios, con el servicio. Yo desde entonces me siento feliz… este corazón ya nunca podrá estar amargado. Yo, entonces, hice una especie de contrato con la Virgen: “Mira, yo voy a trabajar duro en la Legión de María, y tú en FyA”. Por supuesto, FyA salió ganando.
La historia real de Abraham y Patricia ha adquirido la fuerza de una parábola eficaz para recoger y expresar experiencias vitales de miles de Abraham es y patricias que han hecho a FyA en veintidós países. Como que nos vamos acercando a la comprensión de una clave –tal vez la primera– para entender a FyA.