Por Claudio de Castro
1.El tiempo es muy corto
Todavía recuerdo cuando el Papa Francisco anunció que la Jornada Mundial de la Juventud sería en Panamá. Apenas nos creímos esa gran noticia. ¿Estábamos los panameños preparados para recibir tantos peregrinos? Había muchos críticos que con el tiempo se fueron sumando a esta Jornada. Algunos salieron del país, otros viajaron al interior y muchos se quedaron en Panamá.
La Jornada tuvo su momento y ya pasó. Los peregrinos están de vuelta en sus hogares. Los panameños sí pudimos con este reto y demostramos que somos un pueblo noble y generoso. Los peregrinos eran recibidos como estrellas de cine, con cantos, bailes, fuegos artificiales.
Aprendí que el tiempo pasa muy rápido y debemos aprovecharlo. Es un don de Dios, una gracia que se nos da para las buenas obras y hacer su santa voluntad.
2. Las fronteras en los países y los muros las ponen los adultos
Tuve la alegría de vivir muy cerca de donde se llevaron a cabo la mayoría de los eventos de la JMJ. Por mi casa, cada mañana, tarde y noche vi desfilar miles de peregrinos portando felices las banderas de sus países. Cuando se cruzaban en la acera o la calle, unos yendo otros viniendo, de Francia, Canadá, Costa Rica, Argentina, Panamá, Estados Unidos, México, Chile… se saludaban, reían cantaban y se daban abrazos. En esos días todos fuimos uno. Todos fuimos humanidad.
3.Somos hijos de un mismo Dios
La Jornada fue para los católicos, pero participaron personas con diferentes creencias. Hebreos brindaron sus casas como hogares de acogida para los peregrinos, incluso un rabino habilitó la sinagoga para acogerlos. Los musulmanes por su parte no se quedaron atrás.
A la vuelta de mi casa uno de mis vecinos que tiene un negocio de autos y es indostaní. Le nació del corazón ayudar. Colocó una enorme nevera con hielo en bloques, llena de agua en botella que regalaba a los peregrinos que pasaban frente a él, agobiados por el calor del verano en panamá.
Me demostraron que somos hijos de un mismo Dios, por tanto, todos somos hermanos.
4.Hay hambre y sed de Dios
Las personas tienen hambre y sed de Dios, quieren conocerlo para amarlo. Vi muchos peregrinos que, al caminar, bajo el radiante sol, iban rezando. Cuando los saludabas te respondían con un: “Dios te bendiga hermano”.
Las catequesis estuvieron llenas de jóvenes igual que los confesionarios. Las confesiones fueron masivas, insólitas, algo que nunca había visto, En el parque Omar se colocaron 250 confesionarios. Desde que inició la JMJ siempre estuvieron llenos de sacerdotes y penitentes.
El esfuerzo de los sacerdotes fue muy grande. En Panamá para esos días el calor era extremo, sofocante. Un sacerdote llegó a mi casa, buscando refugio del sol. Le brindé agua fresca y un sofá para que descansara. Se echó en el sofá agotado, colocó un pañuelo sobre su frente y se quedó dormido. Al despertar, una hora después, regresó caminando al parque para seguir confesando.
Después de la Jornada me he comprometido a rezar más por nuestros sacerdotes. He quedado impresionado por lo que hicieron. Cansados, extenuados, lo dieron todo, por aquellas almas que buscaban reconciliarse con Dios.
La foto que ilustra este escrito es de un grupo de peregrinos del Perú. Los encontré felices, caminando por las calles de Panamá. Los acompañaba un fraile franciscano, Los detuve para obsequiarles libros e intercambiamos obsequios. Este era el ambiente que vivimos, de hermandad y alegría. Nos tomamos la foto para el recuerdo. !Qué bueno es Dios!
Fuente: Aleteia