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18 de octubre de 1945: un antes y un después

Medina Angarita

A lo largo de su historia, Venezuela ha tenido pocos episodios que generaron un parteaguas desde la perspectiva política. El 18 de octubre de 1945 es uno de esos pocos eventos que marcaron un antes y un después, sentando las bases de lo que será la construcción democrática de una sociedad que madurará con la caída de Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958

Por Rafael Curvelo

A los caraqueños los agarró desprevenidos los sucesos que ocurrieron al mediodía del 18 de octubre de 1945. Para los menos conocedores de los eventos políticos, era impensable que un presidente como Isaías Medina Angarita recibiera un golpe de Estado por parte de un grupo de oficiales que fueron sus estudiantes cuando era profesor de la Academia Militar.

Juan Vicente Gómez llevaba casi una década fallecido y Eleazar López Contreras había logrado desaparecer el fantasma del viejo caudillo. A Medina Angarita le tocaba la tarea de transitar el país por un rumbo de profundización democrática y establecer los nuevos principios de convivencia ciudadana y política. Atrás quedaban las persecuciones y detenciones políticas, también quedaban en el pasado la censura a la prensa y las opiniones disidentes.

Tal vez la democracia venezolana de 1945 no era la más perfecta, y todavía quedaba mucho para lograr la plenitud que requería la sociedad de la época, pero era un hecho evidente que se iba a la plenitud de los derechos para todos los ciudadanos, solo que el proceso llevaba su tiempo y se necesitaba el concurso de todas las fuerzas vivas de la sociedad.

Lamentablemente, todo el proceso que podía conducir a una democracia plena se vio truncada producto de la enfermedad mental sufrida por Diógenes Escalante, hombre de consenso para suceder a Medina Angarita en la Presidencia de la República. El capricho de la historia jugará una de las suyas, lo que conducirá a los hechos del 18 de octubre.

Pudiéramos mencionar la obra gubernamental emprendida por el gobierno de Medina Angarita, pero desviaríamos el foco de lo que queremos plasmar en estas líneas: la poca visión política de algunos líderes civiles y la ambición de un grupo de militares que preferían el asalto al poder, antes de que los civiles condujeran los procesos de transformación política y social.

Personajes como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios o Luis Beltrán Prieto Figueroa, no pensaron en aquel momento que, tres años después, los mismos militares que los habían colocado en el poder, serían los que los derrocarían para introducir a Venezuela en una década oscura, donde el asesinato, las detenciones, persecuciones y desapariciones serían la marca para mantener a raya la disidencia política.

Acción Democrática tuvo que aprender, de forma muy torpe, el error de aventurarse con los militares para la toma del poder, sin pensar en la construcción de un consenso con otras fuerzas políticas. Dicho error será la motivación para que, en 1958, se establezca el Pacto de Puntofijo como un mecanismo de garantía para la estabilidad del país los primeros cinco años de democracia.

La figura de Isaías Medina Angarita tendrá que ser reivindicada años después, cuando se le reconozca, a pesar de su formación militar, su profunda vocación democrática, permitiendo la legalización de partidos políticos como el Partido Comunista o Acción Democrática, así como la libertad plena de la prensa. Adicionalmente, luego de la enfermedad de Diógenes Escalante, se opuso de forma enérgica a que Eleazar López Contreras volviera a la presidencia, algo que consideraba poco adecuado para la institucionalidad y construcción de la democracia.

Así también, durante esta década, veremos un debate político enriquecedor, que mostrará las visiones que existían sobre la nación que comenzaba a tener protagonismo en materia energética. Darles un estamento legal a las trasnacionales petroleras contribuyó a que el Estado tuviera un mayor control sobre la riqueza y los activos que se sacaban del subsuelo.

El poder militar se subordinaba al poder civil. Medina Angarita, siendo presidente de la república, nunca se presentó en uniforme delante de la sociedad. Colgó el traje y se mostró cercano a la gente, con una sonrisa y una cercanía que era extraña para muchos venezolanos.

La historia les brilló a los conjurados ese 18 de octubre de 1945. Un puñado de hombres cambiaron el destino de la nación y Medina Angarita, siendo un hombre de sacrificios, prefirió entregar el poder antes de provocar un enfrentamiento que hubiera generado un baño de sangre en muchas partes de Venezuela.

Lo que se estaba desarrollando se truncó, pero el aprendizaje quedó. Y, gracias a este suceso, maduramos la necesidad de que nuestra democracia fuera en base al consenso y no a la imposición de unos pocos.

¡Si no fuera por la aventura de 1945, no hubiéramos tenido la madurez de 1958!

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