Julio Vallejo Herán
Bienintencionada historia de superación basada en un caso real
Los largometrajes acerca de individuos que sufren una enfermedad grave y realizan una proeza aparentemente imposible por sus limitaciones físicas son casi un subgénero. En la mayoría de casos, este tipo de producciones pretende mostrar que la voluntad del individuo puede superar barreras supuestamente infranqueables. Son, en resumidas cuentas, historias positivas que nos recuerdan aquella vieja máxima de “Querer es poder”. A ello hay que añadir que los papeles protagonistas son el perfecto vehículo de lucimiento para los actores y un imán para los premios de interpretación, dos elementos que les hacen especialmente queridos por esas estrellas deseosas de prestigio. Sin embargo, en gran parte de las ocasiones, el tono sensiblero y una puesta en escena excesivamente funcional convierten a estas cintas en poco más que malos telefilmes de sobremesa.
El realizador Marcel Barrena esquivó algunos de los peligros de este tipo de productos en Món petit (Mundo pequeño), un documental que recogía el viaje de Albert Casals, un joven en silla de ruedas que se fijó cruzar medio mundo para llegar a Nueva Zelanda, el lugar más alejado de Barcelona, la ciudad donde vivía. Con ayuda de las grabaciones caseras del joven a lo largo de su periplo, conseguía una emocionante película que combinaba sabiamente la particular aventura del chico y su novia con el relato de los estragos que causó la leucemia y los testimonios de sus seres queridos. El conjunto respiraba frescura y verdad logrando equilibrar los momentos más melodramáticos con otros más optimistas.
100 metros, el siguiente trabajo de Barrena, tiene varios puntos en común con aquella pequeña joya. Toma de nuevo como base hechos reales y aborda también la particular gesta de un individuo afectado por una enfermedad que limita su movilidad. En esta ocasión, somos testigos de los esfuerzos de Ramón Arroyo, un hombre aquejado de esclerosis múltiple, que se fijó una particular meta: acabar un triatlón, la prueba deportiva más dura posible. Sin embargo, a diferencia de Món petit (Pequeño mundo), se trata la historia desde la ficción sin lograr la frescura y la calidad de su precedente. Como en aquel documental, el cineasta barcelonés quiere mezclar con cierta armonía drama y comedia, aunque nunca logre conseguirlo. Los momentos tristes pretenden casi denodadamente provocar la lágrima del espectador, cayendo en una cierta pornografía sentimental que desluce las buenas intenciones de la propuesta. Por otra parte, los aspectos más cómicos, centrados especialmente en la relación del protagonista y su suegro gruñón, nos desvían de la historia principal. Tampoco estos pasajes que abordan la enemistad entre el enfermo y el progenitor de su esposa, un antiguo ciclista que se convierte en su particular entrenador, pasan de ser un tanto tópicos y previsibles.
En definitiva, nos encontramos ante la típica relación de dos hombres condenados a entenderse a pesar de sus diferencias. No estamos tan lejos de Los padres de ella o de Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes, dos películas donde el malagueño Dani Rovira y el vitoriano Karra Elejalde ya se ponían en la piel de un yerno y un suegro, respectivamente. No obstante, en esta ocasión, el actor andaluz realiza un trabajo bastante más deficiente, especialmente cuando tiene que abordar la vertiente más dramática. Su falta de pericia fuera de la comedia acaba por convertirse en uno de los principales escollos de 100 metros. Sus limitaciones se ponen más en entredicho si cabe en los momentos en los que tiene que compartir plano con el propio Elejalde, divertido y tierno como viejo cascarrabias, o una espléndida Alexandra Jiménez, que conmueve en el papel de esa esposa que apoya a su marido en su particular reto y quiere que se limen las diferencias entre su esposo y su padre. No obstante, Dani Rovira no es el único intérprete que chirría en la cinta de Barrena. Un sobreactuado David Verdaguer resulta involuntariamente patético en el papel de un escéptico enfermo que acompaña al personaje principal en sus sesiones de rehabilitación, mientras que María de Medeiros es incapaz de lograr que el estrambótico rol de mujer madura que busca metales en la playa y enamora al viejo ciclista sea mínimamente creíble.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1979-100-metros