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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

¿Tiempos de crispación?

Cortesía de Celag.org

Por Félix Arellano

Tiempos de polarización y de radicalismos destructivos nublan el horizonte a escala global, con particular rigor en nuestra región. Se aprecian lejanos, e incluso cuestionados, los proyectos de convivencia política para propiciar gobernabilidad y estabilidad, que se conformaron en varios países bajo el liderazgo de los llamados partidos tradicionales, entre otros, el Frente Nacional en Colombia (1952), el Pacto de Punto Fijo en nuestro país (1958), más reciente la concertación de partidos democráticos chilena (1988). En estos momentos las narrativas populistas y autoritarias menosprecian tales esfuerzos y los califican como consolidación de privilegios de las rancias aristocracias políticas.

La política como el espacio para el debate de ideas y construcción de proyectos de progreso, bienestar social y equidad, sostenibles y sustentables; se enfrenta con un ambiente de polarización, enfrentamientos, exclusión y violencia; que desperdicia oportunidades, afectando a la sociedad en su conjunto y, con mayor intensidad, a los más vulnerables.

Las propuestas de centro que intentan promover equilibrios, facilitar la convivencia y la gobernabilidad están perdiendo terreno en la mayoría de los países; por el contrario, se está fortaleciendo la polarización radical, lo que pareciera conducirnos a nuevas décadas perdidas en términos de progreso y bienestar.

El radicalismo en sus diversas variantes ideológicas y con diferentes grados de intensidad se posiciona en: México, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Bolivia. El caso de Perú se presenta tan complejo, que se podría definir como un desgobierno en un contexto de radicalismo efervescente.

Adicionalmente, observamos un autoritarismo hegemónico avanzando en el camino de las democracias iliberales de partido único en los casos de Nicaragua y Venezuela, y en Cuba se consolida el control totalitario del país por parte del partido comunista.

Por otra parte, crece la incertidumbre, tanto por la evolución de los acontecimientos políticos en Chile con el progresivo deterioro de la popularidad del joven presidente Gabriel Boric, en un ambiente político de alta crispación, como por las perspectivas de los procesos electorales en Colombia y Brasil que se encuentran en pleno desarrollo y cargados de radicalismo y polarización.

La primera vuelta de las elecciones presidenciales colombianas que se efectuará próximo domingo, seguramente dejará un país plenamente polarizado y los proyectos de tendencia centrista –como la plataforma Centro Esperanza– no han contado con el apoyo popular. En el caso de Brasil, no existe ninguna posibilidad de una tercera opción ante el choque de trenes que ya están desplegando el presidente Jair Bolsonaro, quien opta por la reelección, y el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva quien, al superar la larga lista de investigaciones judiciales, ha lanzado su candidatura.

Incluso, en los Estados Unidos, para las elecciones de medio término del Congreso previstas para el mes de noviembre, la polarización y el radicalismo están dominando la escena. En el Partido Republicano se consolida el liderazgo hegemónico del expresidente Donald Trump, promotor de una rígida agenda conservadora.

Por otra parte, en el Partido Demócrata el sector progresista se radicaliza al extremo de asumir propuestas claramente socialistas, situación impensable un tiempo atrás. Pareciera que se desvanece la estrecha y exitosa coordinación bipartidista que caracterizaba el manejo de los temas de alta política con implicaciones para la seguridad nacional.

Conscientes que las especificidades de cada país limitan la definición de generalidades, es evidente que podemos apreciar algunas tendencias que estimulan el ascenso de los proyectos populistas, radicales y autoritarios; en este contexto, destacan los problemas histórico-estructurales de exclusión por diversas razones, entre otras, étnicas, económicas, político ideológicas y de género.

Los excluidos y vulnerables se presentan como la base fundamental de los proyectos populistas radicales. Llevan años enfrentando menosprecio y visualizan los discursos radicales como un camino de reivindicación o venganza. El maltrato histórico limita la capacidad para reflexionar; además, están enfrentando las perversas consecuencias de la pandemia del covid-19 y todo indica que la irracional invasión de Ucrania con sus negativas consecuencias globales incrementara la pobreza.

La desconexión de los partidos tradicionales con los graves problemas de la población ha facilitado el terreno para el populismo, que se presenta con las banderas del nacionalismo, el patriotismo, los valores tradicionales, la xenofobia y estimula pasiones y fanatismo. Para la gran mayoría de los excluidos, con resentimiento y hambre, no es fácil discernir que son objeto de una manipulación.

Una gran mayoría de pobres del Perú que apoyaron con su voto a Pedro Castillo, a quien consideraban un genuino representante de sus vivencias, esperaban soluciones urgentes y efectivas; la realidad está resultando un desastre, que empobrece al Perú y perjudica a los más vulnerables; empero, frente al fracaso, los populistas y radicales activan la campaña de la desinformación, las falsas noticias y la manipulación informativa de la guerra hibrida; estrategias que cuentan con el apoyo en los centros de poder de la geopolítica del autoritarismo. Pero también activan la represión y la violación de los derechos humanos.

El radicalismo y la polarización avanzan con la manipulación estimulando pasiones y hormonas, pero no promueven un debate exhaustivo y argumentado de la complejidad que enfrentamos a nivel local y global. Se simplifican los problemas y las soluciones y se engaña al electorado. Luego se posiciona la decepción y el desasosiego, pero por lo general los radicalismos son de tendencia autoritaria, y una vez en el poder el objetivo es mantenerlo a cualquier costo.

Se requiere de un amplio esfuerzo cooperativo a nivel internacional, nacional y local para fortalecer los valores liberales, es decir, las libertades, la institucionalidad democrática y los derechos humanos ante la arremetida de la geopolítica del autoritarismo, pero también resulta fundamental el trabajo a nivel nacional y local.

Es necesario retomar los procesos de formación política de las nuevas generaciones, abordando la realidad en su complejidad multidisciplinaria y propiciando el diálogo, la negociación y la cooperación como caminos para la construcción de sociedades más inclusivas y respetuosas de la dignidad humana. Es una tarea urgente en los partidos políticos a los fines de ir superando su desconexión con la sociedad y un reto para la sociedad civil en conjunto.

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